Usha, aferrando su comida, se apresuró para mantener el paso.
—¡Nos persiguen! —advirtió.
—¡Gira a la derecha, por ese callejón! —Dougan resoplaba y jadeaba.
Los dos se metieron a toda carrera en el callejón. Usha miró hacia atrás y vio que los que iban persiguiéndolos se frenaban de golpe a la entrada del callejón.
El vendedor señalaba, suplicando y tratando de engatusar a los demás.
Pero los hombres sacudieron la cabeza y se marcharon.
El frutero, tras gritar amenazas e improperios a Dougan, también se alejó, bramando de rabia.
—Han dejado de seguirnos —dijo Usha, desconcertada.
—Lo han pensado mejor —contestó Dougan, que dejó de correr y empezó a abanicarse con el sombrero—. Seguramente se dieron cuenta de que llevo espada.
—No llevas ninguna espada —hizo notar la joven.
—Era su día de suerte —dijo el enano con un guiño astuto.
Usha miró a su alrededor con nerviosismo. El callejón estaba más limpio que cualquiera de los otros que había visto en Palanthas. También estaba más oscuro, y vacío, y silencioso. Un cuervo se acercó, descarado, y empezó a picotear una ciruela que se le había caído a la muchacha. Usha se estremeció. No le gustaba este sitio.
—¿Sabes dónde estamos? —preguntó.
El cuervo dejó de picotear la fruta, ladeó la cabeza y la contempló fijamente con sus brillantes ojos amarillos.
—Sí, muchacha, lo sé —repuso Dougan Martillo Rojo, sonriente—. Hay unos amigos que viven por aquí a los que quiero que conozcas. Necesitan alguien como tú para que les haga algunos trabajillos. Creo que eres justo lo que buscan, muchacha. Justo lo que buscan.
El cuervo abrió el pico y emitió un graznido chillón, como una risita divertida.
31
El laboratorio. Tasslehoff toma la iniciativa. (entre otras cosas)
—¡Caray! —susurró Tasslehoff, demasiado emocionado e impresionado para hablar en voz alta.
—¡No toques nada! —fueron las primeras palabras de Palin, pronunciadas en tono severo y apremiante.
Pero, puesto que éstas son por regla general las primeras palabras que cualquiera pronuncia en presencia de un kender, la advertencia pasó por un oído de Tas, salió por el otro, y acabó alegremente interpretada en medio.
—¡Tas! —Palin le quitó el tarro de la mano.
—Lo estaba echando hacia atrás para que no se cayera —explicó el kender.
—¡No toques nada! —reiteró el joven mago, que le lanzó una mirada furiosa.
—Caray, pues sí que está de un humor de perros —siguió hablando para sí el kender mientras se dirigía hacia otra parte del laboratorio en donde estaba más oscuro—. Lo dejaré solo un rato. En realidad no dice en serio lo de «no toques nada» porque ya estoy tocando algo. Mis pies tocan el suelo, lo que está bien, o en caso contrario estaría flotando en el aire como todo este polvo. Eso sería muy entretenido. Me pregunto si sabría arreglármelas. Quizás el potingue azul verdoso de aspecto grasiento y repugnante que hay en esa botella es algún tipo de pócima para levitar. Lo...
Palin, con el semblante ceñudo, le arrebató la botella de la mano y le impidió que quitara el tapón. Después de sacar de los bolsillos del kender varios objetos —un trozo de vela cubierto de polvo, una pequeña piedra tallada a semejanza de un escarabajo, y un carrete de hilo negro— Palin llevó a Tas hacia un rincón débilmente iluminado y le dijo, en el tono más enfadado que el kender había oído utilizar a nadie:
—¡¡Quédate ahí y no te muevas!! O te sacaré de aquí —acabó el joven mago.
Tas sabía que esta amenaza era vana, porque, mientras él se dedicaba a fisgonear por el laboratorio, había reparado vagamente en el hecho de que Palin golpeaba la puerta con los puños y había tirado del picaporte queriendo abrirla, llegando incluso a golpearla con el bastón, sin ningún resultado. La puerta no cedió.
El caballero también la había aporreado durante un rato, pero desde el otro lado. Ahora ya no se oían los golpes ni las furiosas invectivas de Steel Brightblade.
—O se ha marchado —dijo Tas— o el espectro se ha ocupado de él.