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El carcelero dio a Tas un empujón y cerró la puerta de golpe en las narices del kender. Tas se agarró a las barras y se esforzó por ver al otro lado.

—¡Hola, Jenna! —gritó a la par que agitaba sus pequeños brazos—. ¡Soy yo, Tasslehoff Burrfoot, uno de los Héroes de la Lanza!

La mujer, que iba encapuchada con una capa de terciopelo rojo, se encontraba junto al escritorio del carcelero. Volvió la cabeza hacia donde había gritado el kender, esbozó una fría sonrisa e hizo una leve inclinación de cabeza. Luego siguió con lo que estaba haciendo: examinar las posesiones de Usha, que ahora se alineaban ordenadamente sobre el escritorio.

—Aquí está, dama Jenna. Es la que preguntaba por el Amo de la Torre.

La mujer se retiró la capucha de la capa para ver mejor. Era humana, y su rostro era encantador, pero frío, como si estuviera tallado del mismo mármol blanco de algunos edificios. Los ojos oscuros contemplaron intensa y largamente a Usha.

La joven sintió que el estómago se le encogía y que las piernas le temblaban. La boca se le quedó seca al comprender de repente que esta mujer lo sabía todo. ¿Qué le ocurriría ahora? El Protector se lo había advenido. Los humanos consideraban a los irdas tan malos como los ogros... o aún peores. Y los humanos mataban ogros sin piedad.

—Acércate más, pequeña —dijo la mujer mientras le hacía un gesto con una bella y delicada mano—. Ponte a la luz.

La mujer no debía de ser mucho mayor que Usha, pero el aura de misterio, poder y magia que rodeaba a la hechicera Túnica Roja le daba un aire de importancia que nada tenía que ver con los años.

Usha se adelantó con descaro, decidida a no dejar que esta hechicera viera que estaba intimidada. Entró en el círculo de luz. Los ojos de Jenna se abrieron como platos; la mujer adelantó un paso y ahogó un respingo de sorpresa.

—¡Que Lunitari nos asista! —susurró. Con un gesto rápido volvió a cubrirse con la capucha y se volvió hacia el carcelero—. Dejarás a esta prisionera bajo mi custodia de inmediato. Ella y sus pertenencias se vienen conmigo.

La mujer recogió los regalos de los irdas, manejándolos con cuidado y con respeto, y los volvió a guardar en la bolsa de Usha. El carcelero los miraba con profunda desconfianza.

—Entonces, tenía yo razón, ¿verdad, dama Jenna? Son cosas mágicas.

—Estuviste muy acertado al llamarme. Me alegra ver, Torg, que has aprendido la lección de no tocar objetos extraños. Aquel conjuro que echaste de manera accidental sobre ti mismo no era nada fácil de anular.

—¡Nunca volveré a hacer algo así, lo prometo, dama Jenna! —El carcelero se estremeció—. Podéis llevárosla, y que se vaya con viento fresco, pero tenéis que firmar, ya que os hacéis responsable de ella. Como vuelva a robar en un puesto de fruta...

—No robará en más puestos de fruta —lo cortó, tajante, la hechicera mientras cogía las bolsas de Usha—. Vamos, pequeña. Por cierto, ¿cómo te llamas?

—Usha. Y quiero mis cosas —dijo en voz alta, más alta de lo que había sido su intención.

Jenna enarcó las suaves cejas. La muchacha se puso colorada y se mordió los labios.

—Son mías —dijo hoscamente—. No las robé.

—Lo sé —replicó Jenna—. Unos objetos tan arcanos y valiosos no permitirían que nadie los robara. Caería una maldición sobre el que fuera lo bastante necio para intentarlo.

Lanzó una mirada al carcelero, que se azoró, agachó la cabeza y escribió en el libro con afanoso interés. La hechicera le tendió las bolsas a Usha, que las cogió y siguió a Jenna hacia la salida de la cárcel.

—Gracias por sacarme de aquí, señora. Si hay algo que pueda hacer por usted, dígamelo. ¿Dónde está su tienda? Quizá pase por allí alguna vez...

—Sí, claro que pasarás por allí. —Jenna sonreía de nuevo—. Ahora mismo. No te preocupes, Usha. Tengo intención de llevarte exactamente a donde quieres ir.

—¿Y dónde es eso? —preguntó la joven, perpleja, cayéndosele el alma a los pies.

—A ver a Dalamar, desde luego. El Amo de la Torre estará muy interesado en conocerte, Usha.

—¡Puedes apostar a que sí! —intervino una voz aguda que sonó a sus espaldas—. Dile a Dalamar que Tasslehoff Burrfoot lo saluda. Por cierto, Jenna, ¿no crees que Usha se parece un montón a Raistlin?

La hechicera se paró. Durante lo que habría tardado alguien en contar hasta diez, permaneció totalmente inmóvil y en silencio. Luego, muy despacio, giró y volvió sobre sus pasos.

Usha se quedó en la entrada, preguntándose si debería intentar escapar. Tenía la impresión de que no llegaría muy lejos; sentía las piernas como si fueran de gelatina. Además ¿adonde iba a huir? Se recostó fatigosamente contra la puerta.

Jenna se acercó al carcelero.

—Deja salir al kender. Lo tomo también bajo mi custodia.

—¿Estáis segura, señora? —Torg tenía el entrecejo fruncido—. Es un maldito latoso...

—Estoy segura —lo interrumpió la hechicera con un tono de voz tan cortante y frío como una cuchilla de acero—. Suéltalo de una vez.

Torg sacó las llaves, se acercó presuroso a la puerta de la celda, y abrió el cerrojo.

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