Читаем Los Caballeros de Takhisis полностью

La habitación de paredes de piedra en la que entraron estaba agradablemente oscura y fresca, después del resol y el calor de las calles. Usha miró a lo alto y en derredor. El guardia estaba discutiendo con los dos vendedores. Usha hizo caso omiso de ellos. Aunque estaba involucrada en el tema, era como si nada de esto tuviera que ver con ella. Todo era parte de la horrible ciudad, de la que se marcharía en cuanto hubiera entregado la carta.

Un hombre corpulento, que tenía aspecto de estar aburrido de todo el asunto, se encontraba sentado tras un escritorio y garabateaba algo en la página grasienta de un libro. A su espalda había una habitación enorme llena de gente, sentada o durmiendo en el frío suelo de piedra. Numerosas barras de hierro, encajadas en el suelo y en el techo, separaban a la gente que estaba dentro de la habitación grande de los que estaban fuera.

—Aquí tienes a otra, carcelero. Robo menor. Enciérrala con los demás hasta que el magistrado pueda ver su caso por la mañana —dijo el guardia.

El hombretón alzó la vista con desgana, pero al ver a Usha sus ojos se abrieron de par en par.

—¡Si el Gremio de Ladrones está reclutando más como ella yo también me apunto! —dijo en voz baja al guardia—. Veamos, señorita, tendrá que entregarme sus bolsas para dejarlas aquí.

—¿Qué? ¿Por qué? ¡No las toques! —Usha aferró sus pertenencias contra sí con todas sus fuerzas.

—Probablemente se le devolverán —le aseguró el guardia mientras se encogía de hombros—. Vamos, joven, no vaya a armarla ahora. Ya tiene suficientes problemas tal como están las cosas.

Usha continuó agarrando las bolsas un momento más. El hombretón frunció el ceño y dijo algo sobre quitárselas a la fuerza.

—¡No, no me toquéis! —exclamó Usha que, de mala gana, se despojó de las dos bolsas (la pequeña, con sus ropas, y la grande, con los regalos) y las puso sobre el escritorio, delante del carcelero.

»Debo advertiros —dijo con una voz ahogada por la rabia— que algunos de los objetos que hay en esa bolsa son mágicos, y más vale que los tratéis con respeto. Además, llevo una misiva que tengo que entregar a alguien llamado lord Dalamar. No sé quién es el tal Dalamar, pero estoy segura de que no le gustará que andéis manoseando sus cosas.

Usha había esperado impresionar a sus captores, y lo hizo, aunque no como era su intención. El carcelero, que se había lanzado sobre las bolsas ansioso, de repente apartó bruscamente la mano de ellas como si fueran alguna invención de los gnomos que probablemente pudiera estallar en cualquier momento.

—¡Retiro todos los cargos! —chilló el frutero, que se marchó a toda carrera.

—Una bruja —masculló la panadera, aguantando el tipo—. Ya me lo figuraba. Quemadla en la hoguera.

—Ya no se hace eso —gruñó el carcelero, pero estaba pálido y tembloroso—. ¿Dijiste Dalamar?

—Sí, eso es. —Usha estaba más que sorprendida con todo este alboroto, pero, viendo que ese nombre significaba algo para estas personas, se aprovechó de ello—. Y más vale que me tratéis bien o estoy segura de que lord Dalamar se sentirá muy disgustado.

Los dos hombres conferenciaron en voz baja.

—¿Qué podemos hacer? —susurró el carcelero.

—Mandar llamar a la dama Jenna. Ella lo sabrá.

—¿La meto en las celdas?

—¿Es que quieres que ande suelta por aquí?

La conversación terminó y Usha fue escoltada —respetuosamente— a la gran habitación que había tras la reja de hierro. Casi de inmediato, se encontró rodeada por lo que al principio tomó por niños humanos. Se preguntaba qué crimen podían haber cometido estos chiquillos cuando oyó al carcelero gritarles e insultarlos:

—¡Apartaos, condenados kenders! ¡Alto! ¿Dónde están mis llaves? ¡Eh, tú, bribón, devuélvemelas! Encuentre un asiento, señorita. La persona que va a venir no tardará —le chilló el carcelero a Usha al tiempo que agarraba y quitaba cosas a los kenders—. ¿Qué haces tú con mi pipa? Y tú, entrégame esa bolsita de hierbas de mascar o, por Gilean, que te...

Rezongando y maldiciendo, el carcelero salió de la celda y se retiró, agradecido, a su escritorio.

¡Así que éstos eran los kenders! Usha tenía interés en conocer a las personas a las que el Protector había apodado los «alegres ladrones de Krynn». Conocerlos no era ningún problema, puesto que los siempre curiosos kenders estaban en cualquier momento más que dispuestos a conocer a cualquier forastero que entrara en lo que ellos consideraban «su» celda.

Hablando todos a un tiempo, haciéndole preguntas a una media de treinta cada cinco segundos, los kenders se arremolinaron a su alrededor, cotorreando, riendo al tuntún, toqueteando y dando palmaditas. El jaleo, el clamor, el calor, el miedo y el hambre... de repente fue más de lo que la muchacha pudo soportar. La habitación empezó a oscilar y después se ladeó. El aire se llenó de repente de chispeantes estrellas.

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