De modo que ya estaba. Caso cerrado, la vara de la justicia había caído. La poderosa maquinaria del aparato contra el crimen de la policía metropolitana de Miami había vuelto a triunfar sobre las oscuras fuerzas que asediaban a Nuestra Hermosa Ciudad. Fue un espectáculo encantador. LaGuerta distribuyó algunas instantáneas siniestras de Daryll Earl grapadas a las relucientes fotos de ella misma en plena investigación que le había sacado un fotógrafo de moda de South Beach que cobraba a 250 dólares la hora.
Formaban un conjunto maravillosamente irónico; el peligro aparente y la realidad letal, dos caras de una moneda. Porque por violento y brutal que fuera el aspecto de Daryll Earl, la amenaza real para la sociedad era LaGuerta. Había atado a los perros, cerrado enérgicamente la investigación y enviado a la gente a la cama en un edificio en llamas.
¿Era yo el único capaz de ver que Daryll Earl McHale no podía ser el asesino? ¿Que éste poseía un ingenio y un estilo que un capullo como McHale no podía ni siquiera llegar a entender?
Nunca había estado tan solo en mi admiración hacia la obra real de un asesino. Las propias partes del cuerpo parecían cantar algo para mí, una rapsodia sin sangre que me iluminaba el corazón y me llenaba las venas de una contagiosa sensación de inspiración. Pero tampoco iba a dejar que esto interfiriera en mi celo a la hora de capturar al asesino, un ejecutor frío y despiadado de inocentes que debía, sin duda, ser llevado ante la justicia. Es así, ¿no, Dexter? ¿Eh? ¿Hola?
Sentado en mi apartamento, frotándome los ojos irritados por el sueño, me dediqué a meditar sobre el espectáculo que acababa de presenciar. Había rozado la perfección tanto como podía hacerlo una conferencia de prensa sin desnudos ni comida gratis. LaGuerta había tocado sin duda todas las teclas que tenía a mano para organizar la mayor y más destacada conferencia de prensa posible, y así había sido. Y, quizá por vez primera en su carrera de lamer Guccis, LaGuerta estaba total y firmemente convencida de que tenía al asesino. Tenía que creerlo. La verdad es que daba más bien lástima. Esta vez pensaba que lo había hecho todo bien. No se trataba de otra maniobra política: en su mente estaba cobrando la recompensa por un resultado limpio y espléndido. Había resuelto el crimen, lo había hecho a su modo, había atrapado al malo y detenido los asesinatos. Se había ganado un aplauso al trabajo bien hecho. Y qué maravillosa sorpresa se llevaría cuando apareciera el siguiente cadáver.
Porque yo sabía, sin lugar a dudas, que el asesino seguía suelto. Probablemente estaría viendo la conferencia de prensa del Canal 7, la cadena que suelen elegir las personas a las que les va la carnaza. En ese momento se estaría riendo con tantas ganas que no podría ni sostener un cuchillo, pero eso pasaría. Y cuando lo hiciera, el sentido del humor lo empujaría a comentar la situación.
Por alguna razón la idea no me abrumó de miedo y desesperación y me hizo tomar la firme decisión de detener a este demente antes de que fuera demasiado tarde. En su lugar sentí un pequeño espasmo de anticipación. Sabía que estaba mal, y eso quizá me hizo sentir incluso mejor. Oh, quería que detuvieran a este asesino y lo llevaran ante el juez, sí, sin duda... ¿pero tenía que ser ya?
También quedaba un pequeño trato por hacer. Si yo iba a colaborar en la pequeña medida de mis posibilidades en el arresto del asesino auténtico, al menos podía hacer que sucediera algo positivo al mismo tiempo. Y mientras le daba vueltas a esa idea sonó el teléfono.
—Sí, lo he visto —dije al receptor.
—¡Por Dios! —dijo Deborah al otro extremo de la línea—. Creo que voy a vomitar.
—Bueno, pues no tengo tiempo para ponerte paños fríos en la frente, hermanita. Hay trabajo que hacer.
—¡Por Dios! —repitió ella. Y luego añadió—: ¿Qué trabajo?
—Dime —le pregunté—, ¿estás apestada?
—Estoy cansada, Dexter. Y más cabreada de lo que he estado en toda mi vida. ¿Puedes hablar claro?
—Te pregunto si estás en lo que papá habría llamado la caseta del perro. ¿Tu nombre es lodo en el departamento? ¿Tu reputación profesional ha sido ensuciada, vilipendiada, embrutecida, modificada y/o cuestionada?
—Entre las puñaladas de LaGuerta y el chiste de Einstein, mi reputación profesional se ha ido a la mierda —dijo ella con más amargura de la que habría creído posible en alguien tan joven.
—Bien. Es importante que no tengas nada que perder.
Se rió.
—Me alegra poder ayudarte en esto. Porque así estoy, Dexter. Si me hundo un poco más, estaré haciendo cafés para las visitas. ¿Adónde quieres ir a parar, Dex?
Cerré los ojos y me apoltroné en la silla.
—Declararás públicamente, ante el capitán y ante todo el departamento, que crees que Daryll Earl no es el hombre buscado y que se cometerá otro asesinato. Presentarás un par de razones convincentes obtenidas gracias a tus investigaciones y serás el hazmerreír de toda la policía de Miami durante un tiempo.
—Ya lo soy —dijo ella—. No pasa nada. ¿Pero hay alguna razón para esto?