—¿Apabullante en qué sentido, Deb? —pregunté, pensando tres cuerpos, con la esperanza de que no lo dijera y alterado por la certeza de que lo haría.
—Tres víctimas parecen indicar un asesinato múltiple —repuso ella. Un espasmo me atravesó desde el estómago, como si me hubiera tragado unas pilas vivas. Pero hice un gran esfuerzo para dar una réplica inteligente, típica de mí.
—Maravilloso, Deb. Empiezas a hablar como si estuvieras redactando un informe sobre homicidios.
—Bueno, la verdad es que empiezo a creer que escribiré uno algún día. De lo único que me alegro es que no sea éste. Es demasiado raro. LaGuerta no sabe qué pensar.
—Ni siquiera sabe cómo pensar. ¿Qué tiene eso de raro, Deb?
—Tengo que irme —dijo Deborah, de repente—. Ven hacia aquí, Dexter. Tienes que verlo.
Cuando llegué, una multitud, formada en su mayor parte por reporteros, se agolpaba en triple fila en torno a la barrera. Siempre cuesta abrirse paso entre una nube de reporteros que huele el rastro de la sangre. Tal vez no lo crean, ya que con las cámaras parecen imbéciles descerebrados con serios desórdenes alimenticios, pero pónganlos en una barricada policial y presenciarán el milagro. Se vuelven fuertes, agresivos, diligentes, y a la vez capaces de arrasar lo que sea y a quien sea y pisotearlo hasta hundirlo en la tierra. Es algo parecido a las historias con madres de mediana edad que levantan un camión cuando su hijo está atrapado debajo. La fuerza les viene de algún lugar misterioso y, sea como sea, cuando hay vísceras en juego, estas criaturas anoréxicas pueden abrirse paso hasta en la jungla. Y sin ni siquiera despeinarse.
Por suerte para mí, uno de los guardias de la barricada me reconoció.
—Dejadle pasar, chicos —dijo a los reporteros—. Apartaos. —Gracias, Julio —dije al poli—. Parece que hay más reporteros cada año.
—Alguien debe de estar clonándolos. Para mí todos tienen la misma pinta —dijo con un gruñido.
Crucé por debajo de la cinta amarilla, y mientras me dirigía al extremo opuesto, tuve la extraña sensación de que alguien estaba descomponiendo el contenido de oxígeno de la atmósfera de Miami. Me detuve cuando llegué junto a un edificio en construcción. Se trataba con toda probabilidad de un bloque de oficinas de tres pisos, de la clase que ocupan los empresarios de segunda fila. Y al dar un paso más, siguiendo la actividad que rodeaba aquella estructura a medio construir, supe que no se trataba de ninguna coincidencia. Con este asesino nada era una coincidencia. Todo era deliberado, cuidadosamente medido para causar un impacto estético, explorado en función de una necesidad artística.
Estábamos en una obra porque así debía ser. Ese individuo estaba proclamando algo, tal y como yo le había predicho a Deborah.
Pero lo peor de todo, peor que ese mensaje destinado a la policía y al público en general, era que estaba hablando conmigo, burlándose de mí con esa cita de mi propia y apresurada obra. Había llevado los cadáveres a un edificio en construcción porque yo había hecho lo mismo con Jaworski. Estaba jugando conmigo al ratón y al gato, mostrándonos a todos lo bueno que era y aprovechando la ocasión para decirle a alguien —a mí— que estaba al acecho.
Pero no lo hizo.
En realidad casi me hizo sentir popular, como si fuera una estudiante que contempla cómo el capitán del equipo de rugby tartamudea pidiéndole una cita. ¿Te refieres a mí? ¿De verdad? ¿A alguien como yo? Perdonadme si hago tremolar mis pestañas.
Tomé aire con fuerza e intenté recordarme que yo era una buena chica incapaz de hacer cosas como ésa. Pero sabía que él las hacía, y lo que más deseaba era ir con él. Harry... Por favor...
Porque además de las actividades interesantes que me proponía este nuevo amigo, necesitaba encontrar a este asesino. Tenía que verle, hablar con él, probarme a mí mismo que era real y que...
¿Qué?
¿Que no era yo?
¿Que no era yo quien hacía esas cosas tan horribles e interesantes?
¿Por qué pensar en eso? No era sólo una idiotez: era un pensamiento que no merecía que mi cerebro, antes algo de lo que enorgullecerme, le prestara la menor atención. Excepto porque... Ahora que la idea había penetrado en mí, no podía contentarme con tomar asiento y comportarme como es debido. ¿Y si de verdad había sido yo? ¿Y si, de algún modo, había hecho todo eso sin darme cuenta? Imposible, por supuesto, totalmente imposible, pero...