– Yo tampoco, pero estaría menos triste. Aquí todo le duele, hasta las aspirinas le duelen. De verdad, anoche le hice tomar una aspirina porque tenía dolor de muelas. La agarró y se puso a mirarla, le costaba muchísimo decidirse a tragarla. Me dijo unas cosas muy raras, que era infecto usar cosas que en realidad uno no conoce, cosas que han inventado otros para calmar otras cosas que tampoco se conocen… Usted sabe cómo es cuando empieza a darle vueltas.
– Usted ha repetido varias veces la palabra «cosa»-dijo Gregorovius-. No es elegante pero en cambio muestra muy bien lo que le pasa a Horacio. Una víctima de la cosidad, es evidente.
– ¿Qué es la cosidad? -dijo la Maga.
– La cosidad es ese desagradable sentimiento de que allí donde termina nuestra presunción empieza nuestro castigo.
Lamento usar un lenguaje abstracto y casi alegórico, pero quiero decir que Oliveira es patológicamente sensible a la imposición de lo que lo rodea, del mundo en que se vive, de lo que le ha tocado en suerte, para decirlo amablemente. En una palabra, le revienta la circunstancia. Más brevemente, le duele el mundo. Usted lo ha sospechado, Lucía, y con una inocencia deliciosa imagina que Oliveira sería más feliz en cualquiera de las Arcadias de bolsillo que fabrican las madame Léonie de este mundo, sin hablar de mi madre la de Odessa. Porque usted no se habrá creído lo de los ananás, supongo.
– Ni lo de las escupideras -dijo la Maga -. Es difícil de creer.
A Guy Monod se le había ocurrido despertarse cuando Ronald y Etienne se ponían de acuerdo para escuchar a Jelly Roll Morton; abriendo un ojo decidió que esa espalda que se recortaba contra la luz de las velas verdes era la de Gregorovius. Se estremeció violentamente, las velas verdes vistas desde una cama le hacían mala impresión, la lluvia en la claraboya mezclándose extrañamente con un resto de imágenes de sueño, había estado soñando con un sitio absurdo pero lleno de sol, donde Gaby andaba desnuda tirando migas de pan a unas palomas grandes como patos y completamente estúpidas. «Me duele la cabeza», se dijo Guy. No le interesaba en absoluto Jelly Roll Morton aunque era divertido oír la lluvia en la claraboya y que Jelly Roll cantara:
Jelly Roll estaba en el piano marcando suavemente el compás con el zapato a falta de mejor percusión, Jelly Roll podía cantar
– Es demasiado -dijo Etienne, suspirando-. Yo no sé cómo puedo aguantar esa basura. Es emocionante pero es una basura.
– Por supuesto no es una medalla de Pisanello -dijo Oliveira.