Читаем Retorno de las estrellas полностью

— ¿Cómo se llama este lugar?

— Klavestra. Pero la ciudad está a unos kilómetros de aquí. Escucha, hagamos una visita.

Tengo que llevar a reparar el coche. Y a la vuelta podemos correr a campo traviesa. ¿Qué te parece?

— Hal — dijo lentamente —, viejo alazán…

— ¿Qué?

Sus ojos sonreían.

— ¿Quieres echar al demonio con un poco de atletismo ligero? Un asno, eso es lo que eres.

— Asno o alazán, tienes que decidirte — repliqué —. ¿Y qué hay de malo en ello?

— Que no saldrá bien. ¿Te has acercado demasiado a alguien?

— ¿Cómo… si le he ofendido? No. ¿Por qué?

— Si te has excedido, si le has tocado, o puesto las manos encima.

— No hubo motivo. ¿Por qué?

— Es algo que no te aconsejaría.

— Dime por qué.

— Porque equivale más o menos a dar una bofetada a tu ama de cría. ¿Comprendes?

— Más o menos. ¿Es que la has armado en alguna parte?

Intenté ocultar mi asombro. A bordo, Olaf era uno de los hombres más dueños de sí mismos.

— Sí. Y me convertí en un completo idiota. Ocurrió el primer día. O, mejor dicho, la primera noche. No sabía salir de la oficina de Correos; no tiene puertas, sólo esos inventos giratorios… ¿Los has visto?

— ¿Puertas giratorias?

— Qué sé yo. Supongo que deben de tener algo que ver con esa gravitación recién inventada. En suma: di vueltas como una peonza, y un tipo que iba con una muchacha me señaló con el dedo y empezó a reír…

De repente sentí que me tiraba la piel de las mejillas.

— Ama de cría o no — comenté —, espero que no vuelva a reírse de esta forma.

— No. Le rompí la clavícula.

— ¿Y no te hicieron nada?

— No, porque salí en seguida de aquel invento y era él quien me había provocado; yo no le golpeé sin motivo, Hal. Me limité a preguntarle qué era lo que encontraba tan gracioso, yo había llegado hacía poco a la Tierra, y entonces aquel tipo volvió a reírse y dijo, señalando hacia arriba con el dedo: «Ah, vienes de ese circo de monos…» — ¿Circo de monos?

— Sí, y entonces…

— Espera. ¿A qué se refería con «circo de monos»?

— No tengo idea. Tal vez había oído decir que a los astronautas se les mete en una máquina centrífuga. No lo sé, ya que no hablé más con él… Bueno, permitieron que me marchase, pero desde entonces el ADAPT de la Luna tiene que adiestrar mejor a los que vuelven.

— ¿Ha de volver alguien más?

— Sí. El grupo Simonadi, dentro de dieciocho años.

— En tal caso, disponemos de bastante tiempo.

— De mucho tiempo.

— Desde luego, hay que reconocer que son mansos — dije —. Le rompiste la clavícula y te dejaron escapar…

— Me parece que se debió a esta cuestión del circo — observó —. Ya sabes… Bueno, ya conoces sus sentimientos respecto a nosotros. Porque tontos no lo son. Y se habría producido un escándalo. Creo, Hal, que no sabes nada de nada.

— ¿Qué quieres decir?

— ¿Sabes por qué anunciaron nuestra llegada?

— Algo debieron de decir en el real. Yo no lo vi, t>ero alguien me habló de ello.

— Es cierto. Pero si lo hubieras visto, te habrías muerto de risa. «Ayer a! amanecer regresó a la Tierra una expedición de investigación del espacio extraplanetario. Los participantes se encuentran bien y ya han iniciado el estudio de los resultados científicos de su expedición.» Cierre, punto y fuera.

— ¿Qué?

— Palabra de honor. ¿Y sabes por qué lo han hecho así? Porque nos tienen miedo. Por eso nos reparten por todo el mundo.

— No. Esto no lo comprendo. No son idiotas; tú mismo lo has dicho. ¡No van a pensar que somos fieras dispuestas a saltar al cuello de la gente!

— Si lo hubieran pensado, no nos habrían dejado volver. No, Hal. No se trata de nosotros, se trata de algo más. ¿Por qué no puedes comprenderlo?

— Soy un estúpido. Habla.

— La gente no se da cuenta del hecho…

— ¿De qué hecho?

— De que está desapareciendo el espíritu investigador. Saben que ya no hay expediciones, pero no piensan en ello. Creen que no las hay porque no son necesarias y ya está. Pero existen personas que saben perfectamente lo que ocurre y las consecuencias que se derivarán. Y las que ya empiezan a manifestarse.

— Bueno…, ¿y qué?

— Bombón. Bombones para toda la eternidad. Nadie volverá a volar a las estrellas. Nadie volverá a arriesgarse a realizar un experimento peligroso. Nadie volverá a probar en su propio cuerpo una nueva medicina. ¿Crees que no lo saben? ¡Claro que lo saben! Y si ahora publicaran quiénes somos en realidad, qué hemos hecho, por qué volamos, cómo ha sido realmente, ¡jamás, entonces, jamás podrían volver a ocultar esta tragedia!

— ¿Bombón? — pregunté, usando su palabra, que tal vez se habría antojado ridícula a un extraño que escuchara esta conversación. En cambio, yo no tenía ganas de reír.

— Claro. Y tú qué opinas, ¿no es una tragedia?

— Lo ignoro. Oh, escúchame. Al fin y al cabo, para nosotros tiene que ser algo grande, y siempre lo será. Permitimos que nos arrebataran todos estos años, y muchas cosas más, porque para nosotros era más importante. Pero quizá no lo sea. Hay que ser objetivo. Después de todo, dime, ¿qué hemos conseguido?

— ¿Qué estás diciendo?

— Vamos, vacíate bien todos los bolsillos. Enseña de una vez lo que te has traído de Fomalhaut.

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