Harry había estado presente en varios banquetes de Hogwarts, pero en ninguno como aquél. Todos iban en pijama, y la celebración duró toda la noche. Harry no sabía si lo mejor había sido cuando Hermione corrió hacia él gritando: «¡Lo has conseguido! ¡Lo has conseguido!»; o cuando Justin se levantó de la mesa de Hufflepuff y se le acercó veloz para estrecharle la mano y disculparse infinitamente por haber sospechado de él; o cuando Hagrid llegó, a las tres y media, y dio a Harry y a Ron unas palmadas tan fuertes en los hombros que los tiró contra el postre; o cuando dieron a Gryffindor los cuatrocientos puntos ganados por él y Ron, con lo que se aseguraron la copa de las casas por segundo año consecutivo; o cuando la profesora McGonagall se levantó para anunciar que el colegio, como obsequio a los alumnos, había decidido prescindir de los exámenes («¡Oh, no!», exclamó Hermione); o cuando Dumbledore anunció que, por desgracia, el profesor Lockhart no podría volver el curso siguiente, debido a que tenía que ingresar en un sanatorio para recuperar la memoria. Algunos de los profesores se unieron al grito de júbilo con el que los alumnos recibieron estas noticias.
—¡Qué pena! —dijo Ron, cogiendo una rosquilla rellena de mermelada—. Estaba empezando a caerme bien.
El resto del último trimestre transcurrió bajo un sol radiante y abrasador. Hogwarts había vuelto a la normalidad, con sólo unas pequeñas diferencias: las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras se habían suspendido («pero hemos hecho muchas prácticas», dijo Ron a una contrariada Hermione) y Lucius Malfoy había sido expulsado del consejo escolar. Draco ya no se pavoneaba por el colegio como si fuera el dueño. Por el contrario, parecía resentido y enfurruñado. Y Ginny Weasley volvía a ser completamente feliz.
Muy pronto llegó el momento de volver a casa en el expreso de Hogwarts. Harry, Ron, Hermione, Fred, George y Ginny tuvieron todo un compartimento para ellos.
Aprovecharon al máximo las últimas horas en que les estaba permitido hacer magia antes de que comenzaran las vacaciones. Jugaron al
Estaban llegando a Kings Cross cuando Harry recordó algo.
—Ginny.., ¿qué es lo que le viste hacer a Percy, que no quería que se lo dijeras a nadie?
—¡Ah, eso! —dijo Ginny con una risita—. Bueno, es que Percy tiene novia.
A Fred se le cayeron los libros que llevaba en el brazo.
—¿Qué?
—Es esa prefecta de Ravenclaw, Penélope Clearwater —dijo Ginny—. Es a ella a quien estuvo escribiendo todo el verano pasado. Se han estado viendo en secreto por todo el colegio. Un día los descubrí besándose en un aula vacía. Le afectó mucho cuando ella fue..., ya sabéis..., atacada. No os reiréis de él, ¿verdad? —añadió.
—Ni se me pasaría por la cabeza —dijo Fred, que ponía una cara como si faltase muy poco para su cumpleaños.
—Por supuesto que no —corroboró George con una risita.
El expreso de Hogwarts aminoró la marcha y al final se detuvo.
Harry sacó la pluma y un trozo de pergamino y se volvió a Ron y Hermione.
—Esto es lo que se llama un número de teléfono —dijo Harry, escribiéndolo dos veces y partiendo el pergamino en dos para darles un número a cada uno—. Tu padre ya sabe cómo se usa el teléfono, porque el verano pasado se lo expliqué. Llamadme a casa de los Dursley, ¿vale? No podría aguantar otros dos meses sin hablar con nadie más que con Dudley...
—Pero tus tíos estarán muy orgullosos de ti, ¿no? —dijo Hermione cuando salían del tren y se metían entre la multitud que iba en tropel hacia la barrera encantada—. ¿Y
cuando se enteren de lo que has hecho este curso?
—¿Orgullosos? —dijo Harry—. ¿Estás loca? ¿Con todas las oportunidades que tuve de morir, y no lo logré? Estarán furiosos...
Y juntos atravesaron la verja hacia el mundo