Читаем Temor Frío полностью

Tres breves bips del panel de alarma la saludaron cuando Nan abrió la puerta. Considerando lo poco que le preocupaba la seguridad a Nan, a Lena le sorprendió que tuviera una alarma. Nan debió de leerle el pensamiento.

– Lo sé -dijo, tecleando la fecha de nacimiento de Sibyl en el panel de seguridad-. Pensé que me sentiría más segura, después de lo de Sibyl… y de que tú…

– Sería mejor un perro -le sugirió Lena, sintiéndose enseguida culpable al ver el gesto de preocupación de Nan-. El ruido de la alarma también asusta a la gente.

– Los primeros días se disparaba continuamente. La señora Moushey, que vive al otro lado de la calle, casi sufre un ataque al corazón.

– Estoy segura de que es útil -le dijo Lena.

– No sé por qué, pero no te creo.

Lena se apoyó con las manos en el respaldo del sofá, diciéndose que no tenía fuerzas para una conversación tan intranscendente.

Pareció que Nan había adivinado sus pensamientos.

– ¿Tienes hambre? -le preguntó, encendiendo las luces mientras cruzaban el comedor para dirigirse a la cocina.

Lena negó con la cabeza, pero Nan no la vio.

– ¿Lena?

– No -dijo Lena.

Pasó los dedos por el sofá mientras se dirigía al cuarto de baño. La medicación le daba calambres, y sentía un ardor que podía ser una infección urinaria.

El cuarto de baño era estrecho, con azulejos blancos y negros en el suelo. La parte superior de las paredes estaba rodeada de madera con molduras, y la inferior de azulejo blanco. En el botiquín, cuyo espejo estaba torcido, había una foto de Sibyl enganchada en el marco. Lena se miró al espejo, y a continuación a Sibyl, y comparó las dos imágenes. Lena parecía diez años mayor, aun cuando la foto de Sibyl había sido tomada un mes antes de ser asesinada. Lena tenía el ojo izquierdo hinchado, y el corte era de un rojo intenso y estaba sensible al tacto. Tenía el labio partido en el medio, y arañazos y lo que parecía un moratón gigante en torno al cuello. No era de extrañar que le costara hablar. Probablemente tenía la garganta en carne viva.

– ¿Lena? -preguntó Nan llamando a la puerta.

Lena abrió, pues no quería que Nan se preocupara.

– ¿Te apetece un té? -preguntó Nan.

Lena iba a decir que no, pero pensó que le aliviaría la garganta. Asintió.

– ¿Menta Digestiva u Oso Soñoliento?

Lena estuvo a punto de echarse a reír, porque, después de lo que había ocurrido, le parecía ridículo que Nan estuviera en la puerta preguntándole si quería Menta Digestiva u Oso Soñoliento.

Nan sonrió.

– Lo decidiré por ti. ¿Quieres cambiarte?

Lena aún llevaba el uniforme que le habían dado en la cárcel, pues sus ropas habían sido archivadas como pruebas.

– Aún guardo algunas cosas de Sibyl, si las quieres…

Las dos parecieron darse cuenta al mismo tiempo de que ninguna de ellas se sentiría cómoda si Lena se ponía la ropa de Sibyl.

– Tengo un pijama que te irá bien -dijo Nan.

Entró en su dormitorio y Lena la siguió. Junto a la cama había más fotos de Sibyl y el osito de ésta cuando era pequeña. Nan la observó.

– ¿Qué? -preguntó Lena, apretando la boca, procurando que no se le volviera abrir la herida del labio.

Nan se acercó al armario y se puso de puntillas para rebuscar en el estante superior. Sacó una pequeña caja de madera.

– Esto era de mi padre -dijo Nan, abriendo la caja.

Una pistola mini Glock reposaba dentro del interior de terciopelo, ahuecado con la forma del arma. Al lado había un cargador lleno.

– ¿Qué haces con eso? -le preguntó Lena, ansiosa por sacar el arma de la caja sólo para sentir su peso.

No tenía una pistola en la mano desde que dimitiera de la policía.

– Mi padre me la regaló después de la muerte de Sibyl -dijo Nan, y Lena se dio cuenta de que ni siquiera sabía que el padre de Nan estuviera vivo.

– Es policía. Igual que el tuyo.

Lena tocó el metal frío, y le gustó el tacto.

– No sé utilizarla -dijo Nan-. No soporto las armas.

– Sibyl también las detestaba -dijo Lena, aunque seguramente Nan sabía que a Calvin Adams, su padre, lo habían matado de un tiro tras dar el alto a un coche en la carretera.

Nan cerró la caja y se la entregó a Lena.

– Quédatelo si te hace sentir más segura.

Lena cogió la caja y se la llevó al pecho.

Nan se acercó al tocador y sacó un pijama color azul pastel.

– Sé que no es tu estilo, pero está limpio.

– Gracias -dijo Lena, agradeciendo el esfuerzo.

Nan salió y cerró la puerta. Lena sintió deseos de correr el pestillo, pero se dijo que Nan podía oír el ruido y tomárselo a mal. Se sentó en la cama y abrió la caja de madera. Pasó el dedo por el cañón de la pistola, de la misma manera que había pasado los dedos por la polla de Ethan. Sacó la pistola de la caja, y metió el cargador. La fibra de vidrio que llevaba en la izquierda le dificultaba el movimiento, y cuando tiró de la guía para meter una bala en la recámara, la pistola casi le resbaló de la mano.

– Maldita sea -dijo, apretando el gatillo varias veces sólo para oír el chasquido.

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