Para mí, «prestar» un zloty a Jacques Kohn significaba entrar en contacto con la Europa Occidental. Incluso el modo como esgrimía su bastón de puño de plata me parecía cosa de lejanas tierras. Hasta los cigarrillos fumaba con un estilo insólito en Varsovia. Tenía modales en extremo corteses. En las raras ocasiones en que se creyó obligado a reprocharme algo, consiguió ahorrarme la consiguiente humillación por el medio de añadir un cumplido elegante. Lo que más admiraba en Jacques Kohn era su manera de tratar a las mujeres. Yo era muy tímido en mi trato con las muchachas, me ruborizaba, y su sola presencia bastaba para inhibirme, pero Jacques Kohn se mostraba ante ellas con el aplomo de un príncipe. Siempre encontraba algo agradable que decir a las mujeres menos atractivas. Las halagaba a todas, aunque siempre con cierto tonillo de bonachona ironía, adoptando la actitud del hedonista estragado que a lo ha probado todo.
A mí me habló con franqueza.