Читаем Un Puerto Seguro полностью

– ¡Sí que me dolerá! -gritó Pip a ambos, sonando por primera vez como una niña de once años; tenía derecho a ello, pues era un corte profundo y había sangrado mucho-. ¡No quiero que me pongan puntos! -gimió mientras sepultaba el rostro entre los brazos de su madre.

– Después haremos algo divertido, te lo prometo -dijo Matt, mirando a Ophélie. Se preguntó si debía marcharse; no quería entrometerse en sus asuntos. Pero Ophélie parecía agradecida por su presencia, al igual que Pip. Matt ejercía una influencia tranquilizadora sobre ambas. Era un hombre paciente y sereno, rasgos que se ponían de manifiesto en situaciones como aquella.

– ¿Hay algún médico por aquí? -preguntó Ophélie con expresión preocupada.

– Detrás del supermercado hay un centro médico atendido por una enfermera. Fue ella quien me puso los puntos el año pasado. ¿Le parece bien? De lo contrario, podemos ir a la ciudad. No me importa llevarlas.

– ¿Por qué no la llevamos al centro médico, a ver qué opina la enfermera?

Pip se quejó un poco durante el trayecto, y Matt le contó historias graciosas para distraerlas a ambas, lo cual fue un alivio. En cuanto la enfermera examinó la herida, se mostró de acuerdo con Matt y Ophélie, e hizo exactamente lo que Matt había previsto. Administró una inyección a Pip para anestesiar el pie y suturó el corte con pulcritud. Le puso siete puntos y un vendaje enorme, con la indicación de no apoyarlo durante varios días y de volver para retirar los puntos al cabo de una semana. Matt la llevó en brazos al coche. La niña parecía exhausta por todo el episodio.

– ¿Puedo invitarlas a comer? -propuso Matt mientras atravesaban el diminuto pueblo.

Pero Pip musitó que sentía náuseas, por lo que decidieron volver a casa. Una vez allí, Matt la acomodó con cuidado en el sofá. Su madre encendió el televisor, y al cabo de cinco minutos la pequeña dormía a pierna suelta.

– Pobrecita… Es un corte tremendo, lo supe en cuanto lo vi. Ha sido muy valiente.

– Gracias por ser tan bueno con nosotras -dijo Ophélie, agradecida.

Matt pensó que resultaba difícil creer que fuera la misma mujer que le había echado una bronca tan monumental en la playa. Esta mujer era un alma bondadosa y tenía los ojos más tristes que había visto en su vida, muy parecidos a los de Pip. Asimismo, ambas poseían la misma cualidad de animalillos abandonados. Matt sintió el impulso de abrazarla, como le sucedía con Pip. Todo lo que había pasado y sufrido se reflejaba en sus ojos, en su rostro, pero a pesar de ello, no pudo por menos de reparar en que era una mujer hermosa y no aparentaba ni de lejos su edad.

– Debo confesar… -empezó algo preocupado.

Quería decírselo de inmediato para acabar cuanto antes con su enfado, si es que se enfadaba.

– La llevé a mi casa para limpiarle la herida. Solo estuvimos dentro cinco minutos antes de que la trajera aquí. En otras circunstancias no lo habría hecho, pero quería ponerle un poco de agua, y estaba sangrando mucho, así que necesitaba algo para envolverle el pie.

– Es una suerte que estuviera usted allí. Gracias por contármelo.

– Pensé en traerla directamente aquí porque sé lo que piensa usted, pero quería echar un vistazo al corte. Era peor de lo que había imaginado en un principio.

– Es cierto.

Ophélie también se había mareado mientras la enfermera suturaba la herida. Le había sucedido lo mismo cuando Chad se abrió la cabeza. Había sido un día tan espantoso… Lo de Pip había sido mucho menos traumático, y en buena parte gracias a Matt, que los había llevado al centro médico enseguida y distraído a Pip durante el camino. Ahora comprendía lo que su hija veía en él. Era un hombre amabilísimo.

– Gracias por su amabilidad. Ha hecho que todo esto fuera más fácil para ella, y también para mí.

– Siento que haya sucedido. Es muy peligroso dejar cristales en la playa. Yo recojo todos los que encuentro. Luego pasan cosas así.

Se volvió hacia Pip y la miró con una sonrisa.

– ¿Le apetece comer algo? -ofreció Ophélie, solícita.

Matt vaciló; ya habían ocurrido bastantes cosas por un día.

– Debe de estar cansada; siempre es duro cuando un niño se lastima.

También él estaba fatigado, pues había sido una mañana cargada de emociones.

– Estoy bien. ¿Qué tal si preparo unos bocadillos? Solo será un momento.

– ¿Está segura?

– Por supuesto. ¿Le apetece una copa de vino?

Matt declinó el ofrecimiento y se decantó por una Coca-Cola. Al poco, Ophélie llevó a la mesa un plato de bocadillos. Pese al constante letargo que parecía embargarla, se mostraba serena y eficiente.

– Pip me ha dicho que es usted francesa -comentó Matt cuando se sentaron uno frente al otro a la mesa de la cocina-, pero la verdad es que no se nota. Habla usted un inglés magnífico.

– Lo aprendí de pequeña en la escuela y además llevo más de media vida aquí. Vine como estudiante de intercambio y me casé con uno de mis profesores.

– ¿Qué vino a estudiar?

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