Читаем Un Puerto Seguro полностью

– ¿Cuánto tiempo hace que se divorció? -preguntó Andrea con una expresión calculadora que hizo reír a Ophélie.

– Unos diez años, creo. Hace seis que no ve a sus hijos ni sabe nada de ellos. Lo han apartado de sus vidas.

– Entonces puede que sí sea un pederasta. O eso o su mujer es una mala pécora, lo cual es más probable. ¿Ha tenido alguna relación seria desde entonces?

– Una, con una mujer que quería casarse y tener hijos. Él no quería. Creo que está demasiado herido para volver a intentarlo, y la verdad es que no se lo reprocho. Lo que me ha contado es terrorífico.

– No te líes con él -sentenció Andrea en tono firme, sacudiendo la cabeza-. Créeme, demasiados problemas. Ese tipo está hecho un asco.

– No como amigo -replicó Ophélie con calma.

No quería nada más de Matt aparte de su amistad. No quería una relación con él. Tenía a Ted en la mente, en el corazón, y no quería a nadie más.

– Tú no necesitas un amigo -señaló Andrea con sentido práctico-. Para eso me tienes a mí. Necesitas a un hombre en tu vida, y este está demasiado tocado. He visto a bastantes tíos como él; nunca se recuperan. ¿Cuántos años tiene?

– Cuarenta y siete.

– Qué lástima. Pero te lo advierto, perderías el tiempo.

– No estoy perdiendo nada -aseguró Ophélie con determinación-. No quiero a ningún hombre en mi vida, ni ahora ni nunca. Tenía a Ted y no quiero a nadie más.

– Tenías problemas con él, Ophélie, y lo sabes. No es que quieras sacar a relucir malos recuerdos, pero hace diez años, por si no te acuerdas, pasó algo que…

Sus miradas se encontraron, y Ophélie no tardó en desviar la vista.

– Fue un episodio aislado, un accidente, un error. Jamás volvió a hacerlo.

– Eso no lo sabes, puede que sí se repitiera. Y en cualquier caso, da igual. Lo que importa es que no era un santo, sino un hombre. Un hombre muy difícil que a veces te hacía la vida imposible, como con el tema de Chad. Todo giraba en torno a él. Eres la única mujer que conozco capaz de soportar algo así durante tanto tiempo. Era un genio, no te lo niego, pero por mucho que lo apreciara yo y por mucho que lo amaras tú, a veces era un cabrón. La única persona que le importaba era él mismo. No era un regalo de hombre precisamente.

– Para mí sí -insistió Ophélie, obstinada y alterada por las palabras de Andrea, fueran o no ciertas.

Sí, Ted había sido un hombre difícil, pero los hombres de su calibre y genialidad tenían derecho a serlo, o al menos eso creía ella, aunque Andrea no estaba de acuerdo.

– Lo amé durante veinte años. Eso no cambiará de la noche a la mañana. De hecho, no cambiará nunca.

– Puede que no, y sé que él también te quería a su manera -dijo Andrea con gentileza, temerosa de haberse extralimitado.

Pero Andrea nunca se había andado con rodeos cuando se trataba de su amiga. Consideraba que Ophélie tenía que desligarse de Ted y de su autoengaño respecto a él para poder seguir adelante con su vida. Ophélie y Ted habían tenido sus diferencias a lo largo de los años, y el incidente al que se había referido y que Ophélie tildaba de «error» era una aventura que Ted había tenido un verano que su mujer y sus hijos habían pasado en Francia. Fue un desastre total. Ted estuvo apunto de dejar a Ophélie, que estaba destrozada. Andrea no sabía a ciencia cierta si las cosas habían sido iguales entre ellos a partir de entonces. Al poco, Chad enfermó, y la situación empeoró de todos modos. Pero en cualquier caso, era evidente que la aventura de Ted no había ayudado precisamente. Era una libertad que no solo se había tomado, sino que se había permitido. Ted consideraba que tenía derecho a cualquier cosa.

– La cuestión no reside en si era bueno o malo, sino en que ya no está y no volverá. Tú estás aquí, y él no. Puedes tardar lo que necesites en sobreponerte, pero no puedes quedarte sola para siempre.

– ¿Por qué no? -preguntó Ophélie con tristeza.

No quería a otro hombre en su vida. Se había acostumbrado a Ted y no alcanzaba a imaginarse con otro hombre. Lo había conocido a los veintidós años, se había casado con él a los veinticuatro, y ahora, a los cuarenta y dos, no podía ni empezar a pensar en volver a empezar. No quería; era más fácil quedarse sola. Matt había llegado a la misma conclusión. Eran dos seres heridos, un rasgo más que tenían en común.

– Eres demasiado joven para quedarte sola -persistió Andrea en voz baja.

Andrea era la voz de la razón, del futuro, mientras que Ophélie se aferraba con obstinación al pasado, en cierto modo, a un pasado que nunca había existido, salvo en su corazón y en su imaginación.

– A la larga tendrás que desprenderte de él. Quizá no ahora, pero tarde o temprano sí. Solo has llegado al ecuador de tu vida; no puedes pensar en quedarte sola para siempre. Es ridículo, un desperdicio absurdo.

– No si es lo que deseo -replicó Ophélie con tozudez.

Перейти на страницу:

Похожие книги

Сбежавшая жена босса. Развода не будет!
Сбежавшая жена босса. Развода не будет!

- Нас расписали по ошибке! Перепутали меня с вашей невестой. Раз уж мы все выяснили, то давайте мирно разойдемся. Позовем кого-нибудь из сотрудников ЗАГСа. Они быстренько оформят развод, расторгнут контракт и… - Исключено, - он гаркает так, что я вздрагиваю и вся покрываюсь мелкими мурашками. Выдерживает паузу, размышляя о чем-то. - В нашей семье это не принято. Развода не будет!- А что… будет? – лепечу настороженно.- Останешься моей женой, - улыбается одним уголком губ. И я не понимаю, шутит он или серьезно. Зачем ему я? – Будешь жить со мной. Родишь мне наследника. Может, двух. А дальше посмотрим.***Мы виделись всего один раз – на собственной свадьбе, которая не должна была состояться. Я сбежала, чтобы найти способ избавиться от штампа в паспорте. А нашла новую работу - няней для одной несносной малышки. Я надеялась скрыться в чужом доме, но угодила прямо к своему законному мужу. Босс даже не узнал меня и все еще ищет сбежавшую жену.

Вероника Лесневская

Короткие любовные романы / Современные любовные романы / Романы