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has conseguido impresionar al niño, una broma que a la señora no le hacía ni pizca de gracia, y luego el gauchito se subía a su caballo y echaban a correr, qué bueno era el gauchito galopando, con qué pasión se agarraba, diríase que se pegaba al cuello de su caballo, y sudaba y lo fueteaba, pero al final la carrera la ganaba el marido, no en balde había sido capitán de un regimiento de caballería, y el dueño de la estancia y el hijo del dueño de la estancia se levantaban de sus asientos y aplaudían, buenos perdedores, y también aplaudía el resto de los invitados, buen jinete el alemán, extraordinario jinete, aunque cuando el gauchito llegaba a la meta, es decir junto al porche de la estancia, la expresión de su cara no delataba en él a un buen perdedor, al contrario, se le veía más bien disgustado, molesto, con la cabeza gacha, y mientras los hombres, hablando en francés, se desperdigaban por el porche en busca de una copa de champán helado, la señora se acercaba al gauchito que se había quedado solo, sujetando a su caballo con la mano izquierda -por el fondo del largo patio se alejaba el padre del gauchito rumbo a los establos con el caballo que había montado el alemán -, y le decía, en una lengua incomprensible, que no se entristeciera, que había hecho una carrera muy buena pero que su marido también era muy bueno y tenía más experiencia, palabras que al gauchito le sonaban como la luna, como el paso de las nubes que tapan la luna, como una lentísima tormenta, y entonces el gauchito miraba a la señora desde abajo con una mirada de rapaz, dispuesto a enterrarle un cuchillo a la altura del ombligo y luego subir hasta los pechos, abriéndola en canal, mientras su mirada de carnicerito inexperto brillaba con un extraño fulgor, según recordaba la señora, lo que no le impidió seguirlo sin protestar cuando el gauchito la cogió de una mano y la empezó a conducir hacia el otro lado de la casa, un sitio en donde se levantaba una pérgola de hierro labrado y arriates de flores y árboles que la señora no había visto en su vida o que en aquel instante creyó que no había visto en su vida, e incluso una fuente vio en el parque, una fuente de piedra en cuyo centro, sostenido tan sólo en una patita, danzaba un querube criollo de rasgos risueños, mitad europeo y mitad caníbal, perennemente mojado por los tres chorros de agua que manaban a sus pies, y esculpido en una sola pieza de mármol negro, que la señora y el gauchito admiraron largamente, hasta que llegó una prima lejana del dueño de la estancia (o una concubina que el dueño de la estancia había perdido en uno de los tantos pliegues de su memoria), que en un inglés perentorio e indiferente le dijo que hacía rato su marido la andaba buscando, y entonces la señora procedió a abandonar el parque encantado del brazo de la prima lejana, y el gauchito la llamó, o eso creyó ella, y cuando se volvió él le dijo unas pocas palabras sibilantes, y la señora le acarició la cabeza y le preguntó a la prima qué había dicho el gauchito mientras sus dedos se perdían entre las cerdas gruesas de sus cabellos, y la prima pareció dudar un momento pero la señora, que no toleraba mentiras ni medias verdades, le exigió una traducción inmediata y veraz, y la prima le dijo: el gauchito ha dicho… el gauchito ha dicho… que el patrón…

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