La mesera se asomó por el otro extremo de la cafetería y se acercó a ellos, pero a mitad de camino se arrepintió y se metió tras la barra.
– No seas ridículo, por favor -le dijo, y posó la vista en el artículo sobre Paalen pero sólo vio hormigas negras y luego arañas negras sobre una superficie de sal. Las hormigas luchaban contra las arañas.
– Vamos a casa -oyó que decía Chucho Flores. Sintió frío.
Al levantar la mirada vio que estaba a punto de llorar.
– Eres mi único amor -dijo Chucho Flores-. Lo daría todo por ti. Moriría por ti.
Durante unos segundos no supo qué decirle. Tal vez, pensó, había llegado el momento de romper la relación.
– No soy nada sin ti -dijo Chucho Flores-. Eres todo lo que tengo. Todo lo que necesito. El sueño de mi vida eres tú. Si te perdiera me moriría.
La mesera los miraba desde la barra. A unas veinte mesas de distancia, un tipo tomaba café y leía el periódico. Llevaba una camisa de manga corta y corbata. El sol, en las ventanas, parecía vibrar.
– Siéntate, por favor -dijo Rosa.
Chucho Flores apartó la silla en la que se apoyaba y se sentó.
Acto seguido se cubrió la cara con las manos y Rosa pensó que se iba a poner a gritar otra vez o a llorar. Qué espectáculo, pensó.
– ¿Quieres tomar algo?
Chucho Flores movió la cabeza afirmativamente.
– Un café -susurró sin quitarse las manos de la cara.
Rosa miró a la mesera y levantó una mano para que se acercara.
– Dos cafés -dijo.
– Sí, señorita -dijo la mesera.
– El tipo con el que me viste sólo es un amigo. Ni siquiera un amigo: un compañero de la universidad. El beso que me dio fue en la mejilla. Es normal -dijo Rosa-. Es lo acostumbrado.
Chucho Flores se rió y movió la cabeza de un lado a otro sin quitarse las manos de la cara.
– Claro, claro -dijo-. Es normal, ya lo sé. Perdóname.
La mesera volvió con la cafetera y una taza para Chucho Flores. Primero llenó la taza de Rosa y luego la del hombre. Al marcharse miró a Rosa a los ojos y le hizo una señal, o eso fue lo que pensó Rosa más tarde. Una señal con las cejas. Las arqueó.
O tal vez movió los labios. Una palabra articulada en silencio.
No lo recordaba. Pero algo quiso decirle.
– Tómate tu café -dijo Rosa.
– Ahorita -dijo Chucho Flores, pero siguió quieto con las manos cubriéndose el rostro.
Cerca de la puerta se había sentado otro hombre. La mesera estaba junto a él y hablaban. El tipo iba vestido con una chaqueta de mezclilla bastante ancha y una sudadera negra.
Era flaco y no parecía tener más de veinticinco años. Rosa lo miró y el tipo se dio cuenta en el acto de que lo miraban, pero se tomó su refresco sin darle importancia y sin devolverle la mirada.
– Tres días después nos conocimos -dijo Rosa.
– ¿Por qué fuiste a la pelea? -dijo Fate-. ¿Te gusta el box?
– No, ya te dije que era la primera vez que iba a un espectáculo de ese tipo, pero fue Rosa la que me convenció.
– La otra Rosa -dijo Fate.
– Sí, Rosita Méndez -dijo Rosa.
– Pero después de la pelea ibas a hacer el amor con ese tipo -dijo Fate.
– No -dijo Rosa-. Acepté su cocaína, pero no tenía intención de irme a la cama con él. No soporto a los hombres celosos, pero podía seguir siendo su amiga. Lo habíamos hablado por teléfono y él pareció entenderlo. De todas maneras, lo noté raro. Mientras íbamos en el coche, buscando un restaurante, quiso que se la chupara. Me dijo: chúpamela por última vez.
O tal vez no me lo dijo así, con esas palabras, pero más o menos eso pretendía decir. Le pregunté si se había vuelto loco y él se rió. Yo también me reí. Todo parecía una broma. Los dos días anteriores había estado llamándome por teléfono y cuando no era él me llamaba Rosita Méndez y me daba recados de él.
Me aconsejaba que no lo dejara. Me decía que era un buen partido.
Pero yo le dije que consideraba roto nuestro noviazgo o lo que fuera.
– Él ya daba por terminada la relación -dijo Fate.
– Habíamos hablado por teléfono, le había explicado que no me gustan los hombres celosos, yo no lo soy -dijo Rosa-, no aguanto los celos.
– Él ya te consideraba perdida -dijo Fate.
– Es probable -dijo Rosa-, de lo contrario no me hubiera pedido que se la chupara. Nunca lo había hecho, menos en las calles del centro, aunque fuera de noche.
– Pero tampoco parecía triste -dijo Fate-, al menos a mí no me dio esa impresión.
– No, parecía alegre -dijo Rosa-. Él siempre fue un hombre alegre.
– Sí, eso pensé yo -dijo Fate-, un tipo alegre que quiere pasar una noche de juerga con su chica y sus amigos.
– Estaba drogado -dijo Rosa-, no paraba de tomar pastillas.
– No me dio la impresión de que estuviera drogado -dijo Fate-, lo noté un poco raro, como si tuviera algo demasiado grande en la cabeza. Y como si no supiera qué hacer con lo que tenía en la cabeza, aunque ésta al final le reventara.
– ¿Y por eso te quedaste? -dijo Rosa.
– Es posible -dijo Fate-, en realidad no lo sé, yo tendría que estar ahora en los Estados Unidos o escribiendo mi artículo y sin embargo estoy aquí, en un motel, hablando contigo. No lo entiendo.
– ¿Querías irte a la cama con mi amiga Rosita? -dijo Rosa.