Epifanio no tardó en establecer una conexión entre la Vaca y dos tipos que últimamente la visitaban, uno de ellos apodado el Mariachi y el otro apodado el Cuervo, quienes muchas veces se quedaban a dormir o iban a buscarla cada día, y otras veces desaparecían como si nunca hubieran existido. Los amigos de la Vaca probablemente eran músicos, no sólo por el alias del primero, sino porque en alguna ocasión los vieron pasar por el callejón con sendas guitarras. Mientras Epifanio empezó a moverse por el centro de Santa Teresa y por la Madero-Norte, en los locales donde se ofrecía música en directo, el judicial Juan de Dios Martínez siguió investigando en el callejón de Las Ánimas.
Las conclusiones que sacó fueron éstas. 1: la Vaca era una buena persona, según la opinión mayoritaria de las mujeres.
2: la Vaca no trabajaba, pero nunca le faltó el dinero. 3: la Vaca podía ser extremadamente violenta y tenía una idea formada, rudimentaria pero idea al fin y al cabo, de lo que estaba bien hecho y de lo que no. 4: alguien le pasaba dinero a la Vaca a cambio de algo. Cuatro días después detuvieron al Mariachi y al Cuervo, que resultaron ser los músicos Gustavo Domínguez y Renato Hernández Saldaña, respectivamente, y tras ser interrogados en la comisaría n.o 3 los dos se declararon autores del asesinato del callejón de Las Ánimas. El detonante del crimen fue, de hecho, una película que la Vaca quería ver y que sus amigos, con sus risotadas, pues ya los tres estaban bastante borrachos, no le dejaban. La Vaca había empezado todo, golpeando con la mano cerrada al Mariachi. El Cuervo, al principio, no quiso inmiscuirse en la pelea, pero cuando vio que la Vaca la emprendía contra él se tuvo que defender. La pelea fue larga y limpia, dijo el Mariachi. La Vaca les había pedido que salieran a la calle para no perjudicar los muebles de la casa y ellos la obedecieron. Ya en la calle la Vaca les advirtió que la pelea iba a ser limpia, sólo con los puños, y ellos accedieron a que así fuera, aunque sabían de la fuerza de su amiga, que no por nada pesaba casi ochenta kilos. Pero no de gordura sino de músculos, dijo el Cuervo. En la calle, en la oscuridad, empezaron a darse en la madre. Estuvieron así cerca de media hora, dando y recibiendo, sin descansar ni un minuto. Cuando la pelea terminó el Mariachi tenía la nariz rota y sangraba de las dos cejas y el Cuervo se dolía de una costilla dizque rota. La Vaca estaba tirada en el suelo. Sólo al intentar jalarla se dieron cuenta de que estaba muerta. El caso se cerró.
Poco después, sin embargo, el judicial Juan de Dios Martínez fue a visitar a los músicos a la penitenciaría de Santa Teresa.
Les llevó cigarrillos y un par de revistas y les preguntó cómo les iba. No nos podemos quejar, jefe, dijo el Mariachi. El judicial les dijo que él tenía algunas amistades en el tambo y que si ellos querían él podía ayudarlos. ¿Y nosotros qué le tenemos que dar a cambio?, dijo el Mariachi. Sólo una información, dijo el judicial.
¿Y qué información es ésa? Muy sencilla. Ustedes eran amigos de la Vaca, amigos íntimos. Yo les hago unas preguntas, ustedes me contestan y eso es todo. Empiece con las preguntitas, dijo el Mariachi. ¿Se acostaban con la Vaca? No, dijo el Mariachi. ¿Y tú? Yo menos, dijo el Cuervo. Ah, caray, dijo el judicial. ¿Y cómo es eso? A la Vaca no le gustaban los machos, ya bastante macha era ella, dijo el Mariachi. ¿Saben su nombre completo?, dijo el judicial. Ni idea, dijo el Mariachi, nosotros le decíamos Vaca y ya está. Ah, caray, qué amigos más íntimos, dijo el judicial. Ésa es la mera verdad, jefe, dijo el Mariachi.
¿Y saben de dónde sacaba el dinero?, dijo el judicial. Eso mero le preguntamos nosotros, jefe, dijo el Cuervo, a ver si por ahí nos sacábamos unos pesos extra, pero la Vaca de eso no habló nunca.
¿Y no tenía ninguna amistad, quiero decir aparte de ustedes y de las rucas del callejón?, dijo el judicial. Pues sí, una vez que íbamos en mi carro me señaló a una amiga, dijo el Mariachi, una chamaquita que trabajaba en una cafetería del centro, nada del otro mundo, más bien flaquita, pero la Vaca me la mostró y me preguntó si había visto alguna vez una mujer tan bonita. Yo le dije que no, para que no le entraran las cóleras, pero en realidad no era nada del otro mundo. ¿Cómo se llama?, dijo el judicial.
No me dijo su nombre, dijo el Mariachi, tampoco me la presentó.