También había trabajado como bailarina en el cabaret Los Héroes del Norte, cuya dueña Marisol Camarena no hacía mucho había sido hallada en el interior de un tambo de ácido. Angélica Nevares era natural de Culiacán, en el estado de Sinaloa, y desde hacía cinco años vivía en Santa Teresa. El día dieciséis de agosto la ola de calor remitió y empezó a soplar viento de las montañas, un poco más fresco.
El diecisiete de agosto fue encontrada en su habitación, colgando de una soga, la profesora Perla Beatriz Ochoterena, de veintiocho años y natural del pueblo de Morelos, casi en la frontera entre los estados de Sonora y Chihuahua. La profesora Ochoterena impartía clases en la secundaria 20 y era, según sus amigos y conocidos, una persona amable y serena. Vivía en un piso de la calle Jaguar, a dos calles de la avenida Carranza, que compartía con otras dos profesoras. En su habitación se encontraron muchos libros, sobre todo de poesía y ensayo, que la profesora Ochoterena compraba mediante pago a reembolso a librerías del DF o de Hermosillo. Según sus compañeras de piso se trataba de una mujer sensible e inteligente, que había empezado casi desde cero (Morelos, en Sonora, es un pueblo bonito pero pequeñísimo en donde virtualmente no hay nada salvo paisajes fotografiables) y que todo cuanto tenía lo había logrado mediante el trabajo y el tesón constante. También dijeron que le gustaba escribir y que una revista literaria de Hermosillo había publicado, bajo seudónimo, algunas poesías suyas.
El caso lo llevó Juan de Dios Martínez y desde el primer vistazo no le cupo duda de que se trataba de un suicidio. En el escritorio de la profesora Ochoterena encontraron una carta, sin destinatario, en la que intentaba explicar que ya no soportaba más lo que ocurría en Santa Teresa. En la carta decía: todas esas niñas muertas. Era una carta sentida, pensó Juan de Dios, y también un poco cursi. En la carta decía: ya no lo soporto más. Decía: trato de vivir, como todo el mundo, ¿pero cómo?
El judicial buscó entre los papeles de la profesora alguno de sus poemas, pero no encontró ninguno. Anotó varios títulos de su biblioteca. Preguntó a sus compañeras de piso si la profesora tenía novio. Las compañeras dijeron que nunca la habían visto con un hombre. La profesora Ochoterena era discreta hasta el punto de que a veces crispaba la paciencia de sus amigos. Parecía interesarse únicamente por sus clases, por sus alumnos, por sus libros. No tenía mucha ropa. Era aseada y trabajadora y nunca protestaba por nada. Juan de Dios preguntó qué querían decir con que nunca protestaba. Las compañeras de piso le pusieron un ejemplo: a veces ellas olvidaban hacer su parte de trabajo en la casa, como lavar los platos o barrer, cosas de ese tipo, y la profesora Ochoterena las hacía y luego no se lo echaba en cara. En realidad
El veinte de agosto fue encontrado en un despoblado cercano al cementerio del oeste el cuerpo de una nueva víctima.
Tenía entre dieciséis y dieciocho años y no llevaba ningún tipo de documentación. El cuerpo fue encontrado desnudo, salvo una blusa blanca, envuelto en una vieja manta de color amarillo con estampados de elefantes negros y rojos. Tras el examen forense se dictaminó que la causa de la muerte fueron dos heridas punzocortantes en el cuello y otra muy cerca de la aurícula.
En la primera declaración la policía afirmó que no había habido violación. Cuatro días después rectificaron y dijeron que sí había habido violación. El forense encargado de realizar la autopsia declaró a la prensa que ellos, el equipo de patólogos de la policía y de la Universidad de Santa Teresa, nunca tuvieron la menor duda sobre la violación y que así lo expresaron en el primer (y único) informe oficial redactado. El portavoz de la policía informó de que el malentendido se debía a un problema de interpretación de dicho informe. El caso lo llevó el judicial José Márquez y pronto se archivó. La desconocida fue enterrada en la fosa común la segunda semana de septiembre.
¿Por qué se suicidó la profesora Ochoterena? Según Elvira Campos, probablemente estaba deprimida. Tal vez empezaba a manifestarse en ella un brote psicótico. Seguramente era una mujer solitaria e hipersensible. Juan de Dios Martínez le leyó algunos de los títulos que había anotado al azar de su biblioteca.
¿Tú has leído alguno de estos libros?, le preguntó la directora.
Juan de Dios admitió que ninguno. Son buenos libros, dijo la directora, algunos difíciles de encontrar, al menos aquí, en Santa Teresa. Se los hacía mandar del DF, dijo Juan de Dios.