– Un alemán al que no ha visto desde hace muchos años, podríamos decir desde el fin de la Segunda Guerra Mundial -dijo Espinoza.
– Un compañero del ejército, alguien que significó mucho para Archimboldi y que desapareció apenas terminó la guerra o incluso puede que antes de que terminara la guerra -dijo Norton.
– Alguien que sabe, sin embargo, que Archimboldi es Hans Reiter -dijo Espinoza.
– No necesariamente, tal vez el amigo de Archimboldi no tiene ni idea de que Hans Reiter y Archimboldi son la misma persona, él sólo conoce a Reiter y sabe cómo ponerse en contacto con Reiter y poco más -dijo Norton.
– Pero eso no es tan fácil -dijo Pelletier.
– No, no es tan fácil, pues presupone que Reiter, desde la última vez que vio a su amigo, digamos que en 1945, no ha
– Estadísticamente no hay ningún alemán nacido en 1920 que no haya cambiado de dirección al menos una vez en su vida -dijo Pelletier.
– Así que puede que el amigo no se haya puesto en contacto con él sino que sea el propio Archimboldi quien se puso en contacto con su amigo -dijo Espinoza.
– Amigo o amiga -dijo Norton.
– Yo me inclino a creer más en un amigo que en una amiga -dijo Pelletier.
– A menos que no se trate ni de un amigo ni de una amiga y todos nosotros estemos aquí dando palos de ciego -dijo Espinoza.
– Pero, entonces, qué vino a hacer Archimboldi a este lugar -dijo Norton.
– Tiene que ser un amigo, un amigo muy querido, lo suficientemente querido como para forzar a Archimboldi a hacer este viaje -dijo Pelletier.
– ¿Y si estamos equivocados? ¿Y si Almendro nos mintió o se confundió o le mintieron a él? -dijo Norton.
– ¿Qué Almendro? ¿Héctor Enrique Almendro? -dijo Amalfitano.
– Ese mismo, ¿lo conoces? -dijo Espinoza.
– No personalmente, pero yo no le daría excesivo crédito a una pista de Almendro -dijo Amalfitano.
– ¿Por qué? -dijo Norton.
– Bueno, es el típico intelectual mexicano preocupado básicamente en sobrevivir -dijo Amalfitano.
– Todos los intelectuales
– Yo no lo expresaría con esas palabras, hay algunos que están más interesados en escribir, por ejemplo -dijo Amalfitano.
– A ver, explícanos eso -dijo Espinoza.
– En realidad no sé cómo explicarlo -dijo Amalfitano-. La relación con el poder de los intelectuales mexicanos viene de lejos.
No digo que todos sean así. Hay excepciones notables.
Tampoco digo que los que se entregan lo hagan de mala fe. Ni siquiera que esa