Читаем Adiós Muchachos полностью

Víctor se acerca un poco más y destapa el cadáver. Ensartado por la nuca en una punta de lanza, sus largas trenzas se abren en abanico sobre la tierra.

– ¿Una mulata? ¿Y está muerta?

Víctor asiente.

Alicia siente que la piel de las sienes se le estira.

Víctor le muestra, entre las piernas abiertas del cadáver, la huella del resbalón que le costó la vida; y a dos metros, en medio de la sala, una aceituna aplastada y otras más, dispersas por el parquet.

– ¿Resbaló sobre esa aceituna?

Víctor asiente.

Ella vuelve a mirar el cadáver y hace una mueca: "¿Elizabeth, una mulata?"

Víctor enciende dos cigarros. Le entrega uno. Ella demora en cogerlo, y cuando se lo lleva a los labios, inhala con avidez. Él se aleja unos pasos hacia la ventana, para darle tiempo a recobrarse. Luego, acodado sobre el alto espaldar de una butaca, como parapetado, y a distancia, le suelta la noticia más dura:

– Es un hombre -dice, sin mirarla.

– ¡¡¡¿Queeeeeé?!!!

– A veces, yo… me dejaba querer…

Elizabeth muerta, Elizabeth mulata, la mulata un hombre, Víctor amante de un hombre… Ante aquel rosario de inesperadas revelaciones, Alicia alza las cejas, esboza una sonrisa triste y vuelve a mirarlo. Abocina los labios y levanta un dedo para decir algo, pero no atina. Se lleva ambas manos a las sienes, como si quisiera ajustarse las ideas con los dedos. Por fin, le da la espalda y permanece con la mirada fija en el cadáver:

– ¿Y entonces, tu mujer… Elizabeth?

– Elizabeth nunca existió.

Ella se vuelve a encararlo. Sus ojos expresan pasmo, miedo, desconfianza.

Pero las sorpresas no han terminado.

– Es Hendrik Groote.

Alicia se traga ¡aaaaajjj! una gemida bocanada de aire.

– ¿Tu p…patrón?

Víctor ni siquiera asiente. Camina de nuevo a la deriva por la sala y se mesa suavemente los cabellos.

¡Por Dios, tantas situaciones inesperadas!

Por primera vez Alicia examina a Víctor como a un extraño. ¿Quién es realmente ese tipo? ¿Y qué hace ella metida allí, junto a él? "Dime con quién andas…"

El ominoso proverbio fulgura en su conciencia como un reproche.

Se deja caer sobre una bergère y cierra los ojos.

– ¿Y no has pedido ayuda?

– Para eso te llamé.

– ¿Por qué a mí? -y por segunda vez se reprocha andar en compañía de un hombre así.

– Cuando inicien la investigación, es muy posible que descubran la pantalla entre las dos casas. El escándalo puede ser grande y tú vas a estar involucrada. Cuando me interroguen…

"¿Involucrada yo? ¿Pensar denunciarme, chantajearme…? Calma, calma, deja ver primero con qué me sale ahora…"

Se muerde los labios y no se da por aludida. Piensa con desesperada rapidez. Y el miedo crece. Pero su instinto le dice que no debe mostrarse asustada.

Inspira, se obliga a agacharse para ver más de cerca el cadáver y dar a entender que no está tan impresionada.

– ¿Y tú crees que te van a echar la culpa?

La voz de Alicia no delata su ansiedad.

– En absoluto; los técnicos van a comprobar que todo lo que digo es cierto. Fue un resbalón, yo no tengo nada que ver.

– ¿Has tenido relaciones con muchos hombres?

– Con algunos… Imagínate: estuve cinco años preso en una cárcel mexicana…

Cada nueva frase de Víctor la sorprende con algo impensable. Así que el bugarrón de su jefe, ex presidiario… Vaya, carajo…

Y mientras Alicia inspira boquiabierta para seguir asimilando aquella cascada de imprevistos, Víctor se sienta en otra butaca, y cruza los pies sobre una mesa baja.

– Te he llamado, porque esta muerte nos concierne a ambos.

Ella lo mira con cara de poker. Siente que se ha recuperado un poco y se dispone a oírlo; y a enfrentar lo que venga, ¡qué carajo!

Como amantes, Rieks y él llevaban casi tres años, pero en secreto. Rieks tenía esposa e hijos, su madre, tres hermanos, todos millonarios… Hasta ese momento, Víctor había trabajado a sueldo, pero en un par de meses la empresa firmaría con él un contrato por el que iba a ganar un millón y medio de dólares anuales. Pero ahora, muerto Rieks, lo más probable era que anularan su proyecto de los galeones, y hasta que lo despidieran de la empresa. Se quedaría sin nada. Con las manos vacías.

– ¿Y eso por qué?

– Por oposición de la familia: una historia larga que no es el momento de contarte…

Víctor vuelve a pararse y camina lentamente por la sala. Alicia lo observa. Ha decidido tener paciencia. Por la actitud preparatoria y el tono de recuento con que Víctor le ha hablado, ella intuye que todavía no acabaron sus sorpresas.

Por fin, tras una larga pausa, Víctor se agacha para volver a tapar el cadáver, y hace un comentario escalofriante:

– Y sin embargo, a este cadáver se le pueden sacar fácilmente tres millones de dólares.

Alicia lo mira escéptica. Pero los tres millones se adhieren a su oídos, tintinean, resuenan límpidos como un cristal de Baccarat; siguen tañendo, como esas campanas que para acallarlas tienes que ponerles una mano encima. Y entre tan halagüeños ecos, la propia Alicia advierte que su temor inicial cede paso en su nimo, a un vigoroso interés.

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