Encontró muy difícil convencer a sus nuevos amigos de que Moses Kaldor no había estado jamás en los lugares que veían a veces juntos. Todo lo que veían estaba, como mínimo, a ochocientos años de su propio pasado, puesto que la Nave Madre había salido de la Tierra en 2751 y él había nacido en 3541. Sin embargo, de vez en cuando se sorprendía al reconocer algo, y algún recuerdo volvía con fuerza casi insoportable.
La representación « Terraza de Café » era la más extraña y la más evocadora. Él se sentaba a una mesa pequeña, bajo un toldo y bebía vino o café mientras la vida de una ciudad desfilaba frente a él. En tanto siguiera sentado a la mesa, no había forma alguna de que sus sentidos pudieran distinguir entre la representación y la realidad.
En microcosmos, las grandes ciudades de la Tierra eran devueltas a la vida. Roma, París, Londres, Nueva York… En verano e invierno, de noche y de día, veía cómo iban a sus asuntos los turistas y los hombres de negocios, los estudiantes y los enamorados. Frecuentemente, al darse cuenta de que les estaban filmando, le sonreían a través de los siglos, y era imposible no corresponderles.
Otros panoramas no mostraban seres humanos, ni siquiera alguno de los productos del hombre. Moses Kaldor volvía a mirar, como había hecho en aquella otra vida, el humo descendente de las Cataratas Victoria, la luna alzándose sobre el Gran Cañón, las nieves del Himalaya o las montañas de hielo de la Antártida. A diferencia de las vistas de ciudades, estas cosas no habían cambiado en el millar de años transcurrido desde que fueron filmadas. Y aunque habían existido desde mucho antes que el hombre, no le habían sobrevivido.
28. El bosque sumergido
El escorpio parecía no tener prisa; le costó unos pausados diez días viajar cincuenta kilómetros. Un hecho curioso fue revelado rápidamente por la radio sonar que había sido incorporada, no sin dificultades, al caparazón del enojado bicho. El camino que siguió a lo largo del lecho marino era totalmente recto, como si supiera con precisión a dónde iba.
Cualquiera que fuese su punto de destino, parecía que lo había encontrado a una profundidad de doscientos cincuenta metros. Después siguió moviéndose, pero dentro de un área muy limitada. Esto continuó durante dos días más; luego, las señales del rastreador ultrasónico se detuvieron de súbito en mitad de una pulsación.
Que el escorpio había sido devorado por algo aún más grande y desagradable que él era una explicación demasiado ingenua. El rastreador se encontraba dentro de un cilindro de metal resistente; cualquier disposición concebible de dientes, pinzas o tentáculos precisaría varios minutos (como mínimo) para destruirlo, y continuaría funcionando perfectamente en el interior de cualquier criatura que se lo hubiera tragado entero.
Esto dejaba sólo dos posibilidades, y la primera fue rechazada con indignación por los miembros del Laboratorio Submarino de la Isla del Norte.
— Cada componente por separado tenía un auxiliar — dijo el director—. Lo que es más, hubo una pulsación de diagnóstico sólo dos segundos antes; todo era normal. De modo que no puede haber sido un fallo del equipo.
Eso dejaba únicamente la explicación imposible. El rastreador había sido desconectado. Y para hacerlo, era necesario quitar una barra de seguridad.
No podía ocurrir por accidente; sólo una rara intromisión… o un acto deliberado.
El
Volver a ver a Brant fue una leve sorpresa, aunque Loren debía de haberlo esperado, dado que aquél era responsable en parte del nuevo equipo del