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Brant carecía por completo de ambición, pero no le faltaba iniciativa; su todavía inacabado proyecto de trampa para peces era buena prueba de ello. Todo lo que él pedía del universo era que le proveyera de máquinas interesantes con las que jugar; a veces, Mirissa pensaba que la incluía a ella en esa categoría.

Por el contrario, Loren estaba en la tradición de los grandes exploradores y aventureros. Ayudaría a hacer historia y no se limitaría a someterse a sus imperativos. Y sin embargo podía ser (no lo bastante a menudo, pero sí cada vez con mayor frecuencia) cálido y humano. Incluso mientras congelaba los mares de Thalassa, su propio corazón empezaba a deshelarse.

—¿Qué vas a hacer en la Isla Norte? — susurró Mirissa. Ya daban por segura la decisión de Brant.

— Quieren que vaya a ayudarles a poner a punto el Calypso. Los norteños realmente no entienden el mar.

Mirissa se sintió aliviada; Brant no iba simplemente a huir: tenía trabajo que hacer.

Trabajo que le ayudaría a olvidar… hasta que, quizá, llegara el momento de volver a recordar.


27. Espejo del pasado


Moses Kaldor sostuvo el módulo cerca de la luz, atisbando en su interior como si pudiese leer su contenido.

— Siempre me parecerá un milagro poder sostener un millón de libros entre el pulgar y el índice — dijo—. Me pregunto qué habrían pensado Caxton y Gutenberg.

—¿Quiénes? — preguntó Mirissa.

— Los hombres que enseñaron a leer a la raza humana. Pero hemos de pagar un precio por nuestro ingenio. A veces tengo una pequeña pesadilla: me imagino que uno de estos módulos contiene alguna pieza de información absolutamente vital (digamos, la cura de una enfermedad atroz), pero se ha perdido la clave. Está en una de estos miles de millones de páginas, pero no sabemos en cuál. ¡Qué frustrante sería tener la respuesta en la palma de la mano y no ser capaz de encontrarla!

— No veo cuál es el problema — dijo la secretaria del capitán. Como experta en almacenamiento y recuperación de información, Joan LeRoy había ayudado en las transferencias entre los Archivos de Thalassa y la nave—. Conocerás las palabras clave; lo único que tienes que hacer es diseñar un programa de búsqueda. En pocos segundos pueden comprobarse incluso mil millones de páginas.

— Has echado a perder mi pesadilla — suspiró Kaldor. Luego se animó—. Pero a menudo ni siquiera sabes las palabras clave. ¿Cuántas veces te has topado con algo que no sabías que necesitabas… hasta que lo has encontrado?

— Entonces es que estás pésimamente organizado — dijo la teniente LeRoy.

Ellos disfrutaban con estos pequeños combates irónicos, y Mirissa no siempre estaba segura de cuándo tomarlos en serio. Joan y Moses no trataban de excluirla deliberadamente de sus conversaciones, pero sus mundos de experiencia eran tan sumamente distintos del de ella, que a veces creía que estaba escuchando un diálogo en una lengua desconocida.

— Sea como sea, eso completa el Índice Principal. Cada uno sabe lo que tiene el otro; ahora sólo (¡sólo!) tenemos que decidir qué nos gustaría transferir. Puede ser poco conveniente, por no decir caro, cuando nos separen setenta y cinco años luz.

— Esto me recuerda algo — dijo Mirissa—. Creo que no debería decíroslo, pero la semana pasada estuvo aquí una delegación de la Isla Norte. El presidente de la Academia de Ciencias y un par de físicos.

— Deja que lo adivine. La propulsión cuántica.

— Exacto.

—¿Cómo reaccionaron?

— Parecían satisfechos, y sorprendidos, de que realmente estuviera ahí. Naturalmente, hicieron una copia.

— Les deseo buena suerte; la necesitarán. Y podrías decirles esto: en una ocasión, alguien dijo que el propósito auténtico de la PC no es algo tan trivial como la exploración del universo. Algún día, necesitaremos sus energías para detener el colapso del cosmos en el agujero negro primordial… y para iniciar el siguiente ciclo de existencia.

Hubo un tremendo silencio; luego, Joan LeRoy rompió el encantamiento.

— Eso no sucederá durante esta administración. Volvamos al trabajo. Aún tenemos megabytes que recorrer antes de que podamos dormir.[2]

No todo era trabajo, y había momentos en que Kaldor no tenía más remedio que marcharse de la sección de biblioteca del Primer Aterrizaje para relajarse. Entonces, deambulaba por la galería de arte, seguía la visita guiada por ordenador a la Nave Madre (nunca seguía la misma ruta dos veces: trataba de cubrir tanto terreno como le fuera posible). No dejaba que el museo le transportara hacia atrás en el tiempo.

Había siempre una larga fila de visitantes (la mayor parte estudiantes, o niños con sus padres) en las exposiciones de Terrama. A veces, Moses Kaldor se sentía algo culpable de usar su situación privilegiada para pasar al primer lugar de la cola. Se consolaba con el pensamiento de que los thalassanos tenían toda la vida para disfrutar de estos panoramas del mundo que nunca conocieron; él sólo disponía de unos meses para revisar su hogar perdido.

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