Читаем Canticos de la lejana Tierra полностью

— dos.. uno… cero… ¡Ya! — dijo el capitán. Brant atacó como una cobra. Loren trató de evitar la embestida, pero descubrió horrorizado que no controlaba su cuerpo. El tiempo parecía discurrir más lentamente… Estaba a punto de perder no sólo a Mirissa, sino su propia virilidad…

En este momento, afortunadamente, se había despertado, pero el sueño todavía le preocupaba. Sus orígenes eran obvios, pero ello no le tranquilizaba en lo más mínimo. Se preguntó si debía contárselo a Mirissa.

Desde luego que nunca podría contárselo a Brant, que seguía siendo muy amable con él, pero cuya compañía encontraba ahora molesta. Sin embargo, hoy sí que se alegraba de verle; si estaba en lo cierto, se enfrentaban ahora con algo mucho más importante que sus asuntos personales.

Estaba impaciente por ver la reacción que tendría Brant al ver el inesperado visitante que había llegado durante la noche.


El canal de hormigón que llevaba el agua del mar a la planta congeladora tenía cien metros de largo y acababa en un estanque circular que contenía justo el agua suficiente para hacer un copo de nieve. Como el hielo puro era un material mediocre para la construcción, era preciso reforzarlo y las largas hebras de algas marinas de la Gran Pradera Oriental constituían un refuerzo conveniente y barato. El compuesto había sido apodado « hieligón » y estaba garantizado que no se desplazaría, como un glaciar, durante las semanas o meses de aceleración de la Magallanes.

— Ahí está.

Loren se hallaba junto a Brant Falconer al borde del estanque, mirando por una brecha de la enmarañada balsa de vegetación marina. La criatura que comía las algas estaba constituida según el mismo plan general que una langosta terrestre… pero tenía más del doble de la altura de un hombre.

—¿Habías visto algo así antes?

— No — se apresuró a contestar Brant—, y no lo lamento. ¡Qué monstruo! ¿Cómo lo atrapasteis?

— No lo hemos hecho. Ha venido nadando (o arrastrándose) hasta aquí desde el mar, siguiendo el canal. Luego ha encontrado las algas y ha decidido almorzar gratis.

— No me extraña que tenga pinzas como ésas; estos tallos son muy duros.

— Bueno, al menos es vegetariano.

— No estoy seguro de querer comprobarlo.

— Esperaba que pudieras contarnos algo sobre él.

— Conocemos sólo una centésima parte de las criaturas del mar thalassano. Algún día construiremos submarinos de investigación y nos adentraremos en aguas profundas. Pero hay otras muchas prioridades, y no demasiada gente interesada.

« Pronto lo estarán — pensó severamente Loren—. Veamos cuánto tarda Brant en darse cuenta… »

— La Oficial Científico Varley ha estado revisando los archivos. Me ha dicho que había algo muy parecido a eso en la Tierra, hace millones de años. Los paleontólogos le dieron un buen nombre: escorpión de mar. Aquellos antiguos océanos debían de ser lugares muy emocionantes.

— Es precisamente lo que a Kumar le gustaría cazar — dijo Brant—. ¿Qué vas a hacer con él?

— Estudiarlo y dejarlo marchar.

— Veo que ya le habéis puesto una etiqueta.

« Así que Brant ya lo ha notado — pensó Loren—. Un tanto para él. »

— No, no lo hemos hecho. Mira con más atención.

Había una expresión confundida en el rostro de Brant cuando se arrodilló al borde del tanque. El escorpión gigante no le hizo ningún caso y siguió machacando las algas con sus formidables pinzas.

Una de aquellas pinzas no era exactamente como la Naturaleza la había concebido. En la articulación de la pinza derecha tenía anudada una tira de alambre, como una especie de brazalete.

Brant reconoció aquel alambre. Se quedó boquiabierto y, por unos momentos, no supo qué decir.

— De modo que mis suposiciones eran ciertas — dijo Lorenson—. Ahora ya sabes qué pasó con tu trampa para peces. Creo que será mejor que hablemos de nuevo con la doctora Varley… y también con vuestros científicos, por supuesto.


— Soy astrónomo — había protestado Anne Varley desde su despacho a bordo de la Magallanes —. Lo que necesitáis es una combinación de zoólogo, paleontólogo, etólogo… por no mencionar algunas disciplinas más. Pero he hecho todo lo que he podido por diseñar un programa de búsqueda, y encontraréis el resultado en el banco de memoria número dos, en el fichero titulado ESCORPIO. Ahora, lo único que tenéis que hacer es buscar eso… y buena suerte.

A pesar de sus negativas, la doctora Varley había realizado su siempre eficaz trabajo de examinar el casi infinito almacén de datos de los principales bancos de memoria de la nave. Empezaba a entreverse un esquema; mientras tanto, la causa de toda esta atención todavía dormitaba tranquilamente en su tanque, sin prestar atención al continuo flujo de visitantes que iban a estudiarlo o, simplemente, a quedarse embobados.

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