A Moses Kaldor le gustaba quedarse solo, tantas horas o días como podía permitirse, en la calma catedralicia de Primer Aterrizaje. Volvía a sentirse como un joven estudiante ante todo el arte y los conocimientos de la Humanidad. La experiencia era, al mismo tiempo, estimulante y deprimente; un universo entero estaba en la punta de sus dedos, pero la fracción que podía explorar en toda su vida era tan despreciable, que a veces se sentía casi abrumado por la desesperación. Era como un hombre hambriento al que se servía un banquete que se extendía en todo lo que su vista podía abarcar: un festín tan asombroso, que destruía por completo su apetito.
Y sin embargo, toda aquella abundancia de sabiduría y cultura era sólo una fracción diminuta de la herencia de la Humanidad. Faltaba mucho de lo que Moses Kaldor conocía y amaba… y era consciente de que no era por accidente, sino por un propósito deliberado.
Hacía mil años que hombres geniales y de buena voluntad habían reescrito la historia y habían revisado las bibliotecas de la Tierra decidiendo qué debía salvarse y qué debía ser abandonado a las llamas. El criterio de selección fue sencillo aunque, a menudo, muy difícil de aplicar. Una obra de literatura, una muestra del pasado, era almacenada en la memoria de las naves sembradoras solamente si contribuía a la supervivencia y a la estabilidad social de los nuevos mundos.
La tarea era, desde luego, imposible y descorazonadora. Con lágrimas en los ojos, los paneles de selección habían descartado los Veda, la Biblia, el Tripitaka, el Qur'an y toda la inmensa colección de literatura novelesca y de ensayo, que se basaba en ellos. A pesar de lo ricas que eran estas obras en belleza y sabiduría, no podía permitirse que volvieran a infectar planetas vírgenes con los antiguos venenos de odio religioso, la creencia era lo sobrenatural y el piadoso galimatías con el que, en otro tiempo, incontables miles de millones de hombres y mujeres se habían confortado, a costa de corromper sus mentes.
También se perdieron en la gran purga prácticamente todas las obras de los más grandes novelistas, poetas y dramaturgos que, en cualquier caso, habrían carecido de sentido sin su contexto filosófico y cultural.
Homero, Shakespeare, Milton, Tolstoy, Melville, Proust (el último gran escritor de novelas antes de que la revolución electrónica venciera a la página impresa)… Todo lo que quedó fue unos pocos cientos de miles de pasajes cuidadosamente seleccionados. Fue excluido todo lo referente a guerras, crímenes, violencia y pasiones destructivas. Si los sucesores recién diseñados, y se esperaba que mejorados, del
La música, excepto la ópera, así como las artes visuales, habían corrido mejor suerte. De todos modos, el volumen de material era tan abrumador, que la selección fue forzosa, aunque en ocasiones también arbitraria. Las generaciones futuras de muchos mundos se preguntarían cómo eran las primeras 38 sinfonías de Mozart, la Segunda y la Cuarta de Beethoven, y de la Tercera, a la Sexta de Sibelius.
Moses Kaldor era profundamente consciente de su responsabilidad, así como de su incapacidad (de la incapacidad de cualquier hombre, por mucho talento que tuviera) para llevar a cabo la tarea que tenía que afrontar. A bordo de la
A veces, cuando se sentaba en la biblioteca del Complejo del Primer Aterrizaje, Kaldor se sentía tentado de jugar a dios con estas personas razonablemente felices y tan poco inocentes. Comparaba los listados de aquellos bancos de memoria con los de la nave, fijándose en lo que había sido borrado o resumido. Aunque en principio estaba en contra de cualquier clase de censura, a veces… incluso tenía que reconocer la sensatez de las supresiones… al menos en los días en que fue fundada la colonia. Pero ahora que se había establecido con éxito, quizás una pequeña perturbación, o una inyección de creatividad, podría estar bien.
En ocasiones, era molestado por llamadas desde la nave o por grupos de jóvenes thalassanos que realizaban viajes comentados a los comienzos de su historia. A él no le importaban las interrupciones, y había una que, decididamente, agradecía.