Читаем Crónica de la ciudad de piedra полностью

… el cambio de moneda. El leke albanés y la moneda italiana, la lira, quedan fuera de circulación. La única moneda de curso legal será de ahora en adelante el dracma griego. El plazo para el cambio es sólo de una semana. Ayer se abrió la prisión. Los encarcelados, tras mostrar su agradecimiento a las autoridades griegas, se marcharon cada uno por su cuenta. Ordeno la supresión de la oscuridad obligatoria desde el día de hoy. Ordeno la imposición del toque de queda desde las 6 de la tarde hasta las 6 de la mañana. El comandante de la plaza: Katantzakis. Nacimientos. Casamientos. Defunciones. D. Kasoruho e I. Grapshi han tenido un varón. Th…

FRAGMENTO DE CRÓNICA

… ir: el restablecimiento de la oscuridad obligatoria para toda la ciudad. Ordeno la suspensión del toque de queda. Ordeno la reapertura de la prisión y el regreso de los condenados para el cumplimiento de las penas. El comandante de la plaza, Bruno Archivocale. Apresúrense a realizar el cambio de moneda. La moneda griega, el dracma, queda fuera de circulación. Las únicas monedas de curso legal son el leke albanés y la lira italiana. Lista de los muertos en el bombardeo de ayer: B. Dobi, L. Maksut, S. Kalivopulli. Z. Zazan, L.

<p>IX</p>

La primera semana de noviembre, cuatro días después del abandono del aeropuerto, se marcharon los últimos italianos. La ciudad quedó sin gobierno. La situación duró cuarenta horas. A las dos de la madrugada entraron los griegos. Permanecieron unas setenta horas y nadie los vio. Todos los postigos de las ventanas estaban cerrados. Nadie salió a la calle. Los mismos griegos se movían, al parecer, de noche. El jueves a las diez de la mañana, bajo una lluvia helada, volvieron a entrar los italianos. Éstos permanecieron treinta y una horas. Seis horas después de su marcha entraron otra vez los griegos. La segunda semana de noviembre se repitió prácticamente la misma operación. Volvieron a entrar los italianos. Esta vez se quedaron alrededor de sesenta horas. Los griegos entraron inmediatamente después de su marcha y pasaron la mañana y la tarde del viernes en la ciudad, pero el sábado por la mañana la ciudad amaneció completamente abandonada. Los griegos se habían ido. Los italianos, quién sabe por qué, no habían vuelto. Tampoco los griegos. En esta situación transcurrieron el sábado y el domingo. El lunes por la mañana se oyeron en la calle, donde durante varios días no se había percibido ninguna presencia humana, los pasos de alguien. A ambos lados, las mujeres abrieron las ventanas con precaución: pasaba Llukan Burgamadhi. Llevaba sobre el hombro derecho la vieja manta de color café y en la mano un hatillo con pan y queso. Parecía regresar a casa. -¡Eh, Llukan! -gritó desde su ventana la mujer de Bido Sherif.

– Estaba allí -dijo Llukan, señalando la fortaleza con la mano-; fui a presentarme, pero ya ves, la cárcel no funciona.

Su voz sonaba casi triste. El cambio reiterado de poderes había interrumpido su último encarcelamiento y, aparentemente, eso lo disgustaba.

– Así que no hay ni griegos ni italianos.

– Yo no sé nada de griegos ni de italianos -dijo Llukan enojado-. Sólo sé que la cárcel no funciona. Las puertas están abiertas. Es para echarse a llorar.

Alguien le preguntó algo más, pero Llukan no respondió. Continuó con sus maldiciones.

– ¡Tiempo infame en un lugar infame! Ni en. la cárcel se puede estar; ¿cómo voy a perder el tiempo arriba y abajo yendo todos los días a lo alto de la fortaleza y volviéndome otra vez con las manos vacías? Pasan los días y mi condena no se cumple. Todos mis planes se van al garete. Bien dicen: Italia piojosa, ignorante. ¡Ah, lo que me ha contado un compañero de las cárceles de Escandinavia! ¡Eso sí que son cárceles! Entra uno en buen orden y sale en buen orden. Con plazos fijos, con papeles en regla. No se abren las puertas a tiempo y a destiempo como en una casa de putas.

Las mujeres cerraron los postigos rápidamente, pues Llukan Burgamadhi empezaba a utilizar palabras obscenas. Sólo la madre de Aqif Kaxahu, que estaba sorda, permaneció en la ventana y replicó a Llukan.

– Así es, desdichado, así es. Tienes razón para enfadarte, hijo. ¡Desgraciado tú que no has visto un solo día feliz! Toda la vida pudriéndote en las cárceles. Los gobiernos cambian, pero tú sigues encerrado.

Los pasos de Llukan Burgamadhi se alejaron y la calle quedó nuevamente solitaria. El gato de Nazo atravesó corriendo el empedrado. La gata joven de doña Pino salió al tejadillo de la entrada para espiarlo. Cerca de la hora de la comida pasó un perro desconocido. Por la tarde, a excepción de un pordiosero, no hubo ningún movimiento.

Al día siguiente por la mañana, cuando Llukan Burgamadhi volvió otra vez de la cárcel mascullando insultos, con la manta al hombro y el talego de la comida en la mano, todos supieron que comenzaban los días sin gobierno.

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