– En esta ciudad hay dos modos de hacer desaparecer a las jóvenes embarazadas: ahogarlas con
Volví a encogerme de hombros. Hacía mucho frío.
– ¿Así que no la has visto en el barrio por ninguna parte?
– Por ninguna parte.
– ¿Nadie la ha visto?
– Nadie.
– ¿Hay muchos pozos en tu barrio?
– Unos cuantos.
Se mordisqueó los labios.
– Si al menos encontrara su cuerpo… -dijo con voz sorda.
Hacía viento. Me estaba helando…
– La buscaré sea donde sea…
Tenía los dedos
– Si es preciso, bajaré al mismo infierno para encontrarla -dijo en tono quedo.
Quise preguntarle qué sentido tenían aquellas palabras, pero tuve miedo.
Sin añadir nada más, se alejó rápidamente atravesando la explanada.
XII
Era domingo. De abajo llegaba el sonido del pico de nuestro vecino, que llevaba dos semanas intentando construir en el patio un refugio antiaéreo moderno, según el modelo del que se había hecho construir recientemente la señora Majnur. Los bombardeos habían cesado desde el comienzo de la primavera. Hacía tiempo que habíamos regresado a nuestras casas. Los primeros en fabricarse refugios antiaéreos modernos y abandonar la fortaleza fueron los Karllashe y los Angoni. A continuación lo hicieron las monjas y las prostitutas, a quienes fue el ejército el que les construyó el alojamiento. Inmediatamente después se fueron marchando, uno tras otro, todos los que tenían dinero suficiente para hacerse construir un refugio similar. La mayor parte de la gente sólo abandonó la fortaleza cuando los bombardeos de los ingleses empezaron a espaciarse. Lo primero que me llamó la atención cuando regresamos a casa fue la ausencia del panel de hojalata donde ponía: «Refugio antiaéreo para 90 personas». Alguien lo había arrancado durante nuestra ausencia y en el muro sólo había quedado una leve marca cuadrada que, siempre que se la miraba, provocaba un vacío en el estómago.
Los golpes del pico del vecino sonaban de forma monótona.
El domingo se expandió de manera uniforme sobre la ciudad. Era como si alguien hubiera estrellado el sol sobre la tierra, y en todas partes: en la calle, en los cristales de las ventanas, sobre los charcos y los tejados, hubieran quedado tras el choque fragmentos de luminosidad humedecida. Recordaba cuando, hacía mucho tiempo, la abuela había limpiado un pez enorme. Sus escamas luminosas le habían cubierto los brazos. Entonces tuve la impresión de que todo su cuerpo era domingo. Por el contrario, cuando papá se enfadaba era martes.