Llegó la primera lluvia. Llegó el día de volver a casa. Estaba nublado. Soplaba el viento de las montañas del norte. Dejé atrás el camino de la fortaleza, atravesé el Puente de las Disputas y caminaba ya por el barrio del centro. Me sorprendí al encontrarme de nuevo entre los muros grises de piedra que se alzaban a ambos lados hacia lo alto. Las calles estaban asombrosamente desiertas. Sólo en la plazuela, junto al mercado, un pequeño corrillo de gente escuchaba a alguien que pronunciaba un discurso. Me acerqué a escuchar yo también. No conocía al hombre que hablaba. Era de talla mediana, con el cabello semiencanecido, y durante su alocución extendía repetidamente los brazos.
– En estos tiempos tormentosos, debemos conservar el cariño mutuo. El amor nos protegerá. ¿Qué ganaremos con el fratricidio? Se alzará el hijo contra el padre, el hermano contra el hermano. La sangre correrá a torrentes. Alejad el fratricidio de nuestra ciudad. No permitáis que penetre en ella la muerte. El desdichado albanés se ha pasado la vida con cinco kilos de hierro a la espalda. Las otras naciones con pan, el albanés con hierro. ¡Dejemos los hierros, hermanos! El hierro engendra discordia. Tenemos necesidad de conciliación. La lucha fratricida…
Las calles de nuestro barrio estaban completamente vacías. Las puertas estaban entornadas. Apreté el paso. ¿Dónde estaría la gente? Caminaba casi a la carrera. Mis pasos resonaban de forma temerosa. Más puertas cerradas. Aldabas en forma de mano humana. La confabulación era unánime. Nuestra puerta estaba abierta. Me esperaba. La empujé y entré.
– ¿No has encontrado mejor día para venir? -me dijo mamá.
– ¿Por qué?
No quiso decírmelo. La abuela y papá me abrazaron.
– ¿Por qué ha dicho eso mamá? -pregunté a la abuela.
– Han herido a un hombre.
– ¿A quién?
– A Gerg Pula.
– ¡Ah! ¿Quién ha sido?
– No se sabe. Eso investiga la gendarmería.
– Y la hija de Aqif Kaxahu, ¿apareció?
– ¿A qué viene acordarse ahora de la hija de Aqif Kaxahu? -dijo ella en tono de reconvención-. Está con unos primos lejanos.