Читаем Crónica de la ciudad de piedra полностью

– Se le habrá caído el cubo al pozo -dijo la abuela.

Mamá entró con aspecto inquieto. Llevaba en la mano un pequeño paquete descuidadamente envuelto, un paquete de papel o de trapo, no se distinguía bien.

– ¿Brujería? Ya empezamos otra vez…

– Tíralo al suelo -dijo la abuela.

Mamá lo tiró. Papá se levantó con brusquedad, cogió el envoltorio y comenzó a deshacerlo con sus dedos nerviosos. Yo miraba con los ojos desorbitados, esperando que de aquel paquete terrible cayeran de un momento a otro uñas, pelos, ceniza y alguna vieja moneda turca.

Pero no cayó nada del envoltorio. Al abrirse se transformó por sí solo en un papel arrugado. Papá le dio varias vueltas de un lado y de otro y después comenzó a leerlo.

– ¿Qué es? -preguntó mamá.

– Alguna deuda -dijo la abuela.

Papá no respondió. Me acerqué y miré por encima de su hombro. Era un papel escrito a máquina. Tenía algo añadido al final. Mis ojos quedaron presos en aquellos dos renglones escritos a mano. Aquellas letras inclinadas hacia adelante, como si se apresuraran bajo la lluvia y el viento… las conocía: era la letra de Javer.

– ¿Qué es? -preguntó otra vez mamá.

Papá volvió a envolver el papel arrugado.

– Nada -dijo-. No digáis nada a nadie.

Por la tarde vinieron las mujeres, una tras otra.

– ¿También a vosotros os han echado panfletos?

– Sí, ¿y a vosotros?

– La señora Majnur fue a avisar a los gendarmes.

– Es la hecatombe.

– ¿Qué quiere decir partido comunista?

– ¡Vete a saber!

– Cosas sorprendentes -dijo la abuela-. Cosas que nunca habían sucedido.

Por la noche hubo nuevas detenciones.

– El mundo se está volviendo salvaje -dijo la abuela.

La ciudad se volvía verdaderamente salvaje. Las chimeneas aullaban, enajenadas, con el viento.

– ¿Qué viento es ése?

El hombre del cabello semicanoso pronunciaba discursos por todas partes tratando de calmar la ciudad. Nunca olvidaba mencionar los cinco kilos de hierro.

Vísperas de invierno. Miraba la primera escarcha que vestía el mundo y pensaba de qué país serían los harapos que nos traería esta vez el viento invernal.

<p>XIV</p>

Los dos camiones cargados de detenidos partieron por la tarde. La plaza del centro estaba repleta de gente. Los carabineros se movían entre la multitud. Los que iban a ser internados, subidos a la caja de los camiones, se habían levantado las solapas de sus viejos abrigos. Muchos de ellos sostenían en la mano pequeños hatillos. El resto no llevaba nada. Permanecían prácticamente en silencio. En torno, la multitud vociferaba. Muchas mujeres lloraban. Las demás, las viejas, daban recomendaciones. Los hombres hablaban en voz baja. Los condenados callaban.

– ¿Qué han hecho? ¿Por qué se los llevan? -preguntó un transeúnte.

– Han hablado en contra.

– ¿Cómo?

– Que han hablado en contra.

– ¿Qué significa eso? ¿Cómo contra?

– Que han hablado en contra, te estoy diciendo'.

El otro se dio medio vuelta.

– ¿Por qué se los llevan? ¿Qué han hecho? -volvió a preguntar.

– Han hablado en contra.

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