Читаем Cuentos de la Alhambra полностью

La generalidad de los españoles emplea singulares giros poéticos para expresarse. ¡Hijo de la Alhambra! La frase ésta me sorprendió al pronto; pero el humildísimo traje de mi nuevo conocido le daba un expresivo sentido ante mis ojos: era el emblema de las vicisitudes de aquel lugar, y él representaba maravillosamente al descendiente de tales ruinas.

Le hice algunas preguntas, y me convencí de que era legítimo su título. Su familia se venía sucediendo en la fortaleza de generación en generación, casi desde el tiempo de la conquista, y su nombre era Mateo Jiménez.

-Entonces -le dije- quizá será usted descendiente del gran cardenal Jiménez de Cisneros.

-¡Dios sabe, señor! Muy bien puede ser. Somos la familia más antigua de la Alhambra: cristianos viejos, sin mezclas de moros ni judíos. Yo sé que pertenecemos a cierta familia noble, pero no me acuerdo cuál. Mi padre sabe todo eso, y conserva el escudo de nobleza colgado en la habitación, en lo alto de la fortaleza.

No hay español, por pobre que sea, que no tenga sus pretensiones linajudas sobremanera, y acepté, por lo tanto, los servicios del hijo de la Alhambra.

Nos internamos a seguida en una honda y estrecha cañada cubierta de frondosa arboleda, con una alameda en pendiente y varios caminillos alrededor, provista de asientos de piedra y adornada de fuentes. A nuestra izquierda divisamos las torres de la Alhambra asomando por encima de nosotros; y a la derecha, en la falda opuesta de la cañada, estábamos dominados igualmente por otras torres contrarias, en lo alto de una roca. Éstas, según nos dijeron, eran las Torres Bermejas, llamadas así por su color rojo. No se sabe su origen; son de una época muy anterior a la Alhambra, y suponen que fueron edificadas por los romanos; y, según otros, por una errante colonia de fenicios. Subiendo la pendiente y sombría alameda, llegamos al pie de una gran torre morisca cuadrada, que forma una especie de barbacana, y que constituye la entrada principal de la fortaleza. Dentro de la barbacana había otro grupo de veteranos inválidos, uno haciendo la guardia en la puerta, mientras que los otros, envueltos en sus ya roídos capotes, dormían en los poyos de piedra. Esta puerta se llama la Puerta de la Justicia, del tribunal establecido en aquel vestíbulo durante la dominación de los musulmanes, para los simples juicios y causas ordinarias; costumbre común en los pueblos orientales, y citada frecuentemente en las Sagradas Escrituras.

El gran vestíbulo o porche de entrada está formado por un inmenso arco árabe de forma de herradura, que se eleva a más de la mitad de la altura de la torre. En la clave de este arco hay grabada una gigantesca mano, y dentro del vestíbulo, en la del portal, hay esculpida del mismo modo una desmesurada llave. Los que pretenden ser peritos en los símbolos mahometanos afirman que esta mano es el emblema de la doctrina, y la llave el de la fe; otros sostienen que está significando el estandarte de los moros que dominaron la Andalucía, en oposición con el cristiano emblema de la cruz. Sin embargo, el hijo de la Alhambra le dio una diferente explicación, más en armonía con las creencias del vulgo, que atribuye algo misterioso y mágico a todo lo que es de moros, y cuenta toda clase de supersticiones referentes a estas viejas fortalezas.

Según Mateo, era tradición admitida en general desde los primitivos habitantes, y que venía de padres a hijos, que la mano y la llave eran mágico amuleto del que dependía el hado de la Alhambra. El rey moro que la fundó era un gran nigromántico, o -según otros opinan- se había vendido al diablo y había levantado la colosal fortaleza, por arte mágica. Por tal motivo se sostiene ésta desde tantos siglos, desafiando las tormentas y los terremotos, mientras que casi todos los otros edificios moriscos habían venido a tierra y desaparecido. Este privilegio, según cuenta la tradición, durará hasta que la mano del arco exterior baje y asga la llave, y entonces la fortaleza saltará en pedazos y quedarán descubiertos todos los tesoros escondidos en su seno por los moros.

Sin hacer caso de este fatídico vaticinio nos aventuramos a entrar por el estrecho y encantado paso de la Puerta, poniendo cierta esperanza contra la magia en la protección de la Virgen, cuya escultura vimos sobre el portal.

Después de haber atravesado la barbacana subimos una angosta callejuela que da la vuelta entre murallas y conduce a una especie de explanada dentro de la fortaleza, llamada Placeta de los Aljibes, por unos grandes depósitos de agua que hay bajo ésta, cortados por los moros en la roca viva para el abastecimiento de la ciudadela. Hay también un pozo de gran profundidad, que da clara y fresquísima agua, y que es otro monumento del delicado gusto de los moros, los cuales fueron incansables en sus esfuerzos para obtener este elemento en su cristalina pureza.

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