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Hay dos clases de gente para quienes la vida es un perpetuo día de fiesta: los muy ricos y los muy pobres; unos porque no carecen de nada, y los otros porque no tienen nada que hacer; pero no hay nadie que entienda mejor el arte de no hacer nada y vivir sobre el país que los pobres de España, pues el clima les da la mitad y su temperamento lo restante. Déle usted a un español sombra en el verano y sol en el invierno, un poco de pan, ajos, aceite, garbanzos, una capa de paño pardo y una guitarra, y ande el mundo como quiera. ¡Hable usted de pobreza!... A él no le hace efecto; vive en ella tan grandemente: él lleva su capa andrajosa, pero se tiene siempre por un hidalgo, aun con sus harapos.

Los hijos de la Alhambra son una demostración elocuente de esta filosofía práctica. Creen, como los moros, que el paraíso terrenal está en esta tierra favorecida, y me inclino a presumir que hay todavía vestigios de la Edad de Oro entre sus pobrísimos habitantes. Nada tienen, nada hacen, nada les preocupa. Sin embargo, al parecer no hacen nada durante la semana, son fieles guardadores de todas las festividades y días santos, como el más laborioso artesano. Celebran los días festivos bailando en Granada y sus contornos y haciendo hogueras en los cerros la víspera de San Juan, y suelen pasarse bailando las noches de luna cuando recogen la cosecha del pequeñísimo Secano que poseen en el recinto de la fortaleza, que no da más que unos cuantos celemines de trigo.

Antes de concluir estos apuntes mencionaré uno de los entretenimientos de este sitio que más me sorprendieron: Había notado repetidas veces que un largo y flacucho individuo, subido en lo alto de una de las torres, meneaba dos o tres cañas como si tratara de pescar las estrellas. Quedeme perplejo un buen rato, viendo las contorsiones de este pescador aéreo, y creció mi perplejidad cuando vi a otros ocupados en la misma faena en diferentes sitios de las murallas y baluartes, y no pude resolver este misterio hasta que consulté a Mateo Jiménez.

Parece que la pura y ventilada situación de esta fortaleza la ha hecho -como el castillo de Macbeth- un fecundo criadero de golondrinas y aviones, que revoloteaban a millares alrededor de sus torres, con la alegría de un travieso chicuelo en día de fiesta cuando le dejan salir de la escuela. El atrapar estos pájaros en sus vertiginosas vueltas por medio de anzuelos encebados con moscas es la diversión predilecta de los desharrapados hijos de la Alhambra, que en su ingenio de hombres ociosos han inventado el arte de pescar en el firmamento.


El Patio de los Leones

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