– No tiene por qué serlo.
– Entonces limítate a decirme qué hay de la investigación.
Naveed se apoya contra el respaldo de su silla.
– Estamos en un punto muerto. No avanzamos.
– ¿Y el Mercedes modelo antiguo?
– Mi suegro tiene uno igual.
– Con todos los medios de que disponéis y vuestra red de informadores, no habéis conseguido…
– No se trata de medios ni de informadores, Amín -me interrumpe-. Se trata de una mujer fuera de toda sospecha, que consiguió disimular tan bien que hasta nuestro mejor sabueso, siga la pista que siga, acaba con el rabo entre las piernas. Lo único que me tranquiliza en un asunto como éste es que basta con un indicio, sólo uno, para que la maquinaria se vuelva a poner en marcha… ¿Crees que tienes alguno?
– No creo.
Naveed se agita pesadamente en su silla, pone sus codos sobre la mesa y atrae hacia él la jarra que apartó un momento antes. Desliza un dedo por el borde y limpia de paso las salpicaduras de la espuma. Sobre la terraza se instala un silencio implacable.
– Al menos sabes ya que fue ella la kamikaze, y eso es un progreso.
– ¿Y yo?
– ¿Tú?
– Sí, yo. ¿Estoy limpio o sigo siendo sospechoso?
– Si hubiese algo que reprocharte no estarías aquí tomándote tranquilamente un café, Amín.
– Entonces ¿por qué me han dado una paliza en mi propia casa?
– Eso no tiene nada que ver con la policía. Hay furias que, como el matrimonio, sólo obedecen a su lógica interna. Tienes derecho a poner una denuncia y no lo has hecho.
Aplasto mi pitillo en el cenicero y enciendo otro, que me sabe de repente a perros.
– Dime, Naveed, tú que has visto a tantos criminales, a tantos arrepentidos y a tantos energúmenos desquiciados, ¿cómo puede uno de repente, sin previo aviso, cargarse de explosivos y hacerse volar por los aires en medio de una fiesta?
Naveed se encoge de hombros, visiblemente molesto:
– Ésa es la pregunta que me hago todas las noches sin hallarle sentido, y aún menos respuesta.
– ¿Te has topado con gente así?
– Con mucha.
– ¿Y entonces, cómo explican su locura?
– No la explican, la asumen.
– No puedes hacerte idea de las vueltas que estoy dando a esta historia. ¡Joder! ¿Cómo puede una persona normal, sana física y mentalmente, decidir, por una fantasmada o una alucinación, que está investida de una misión divina, renunciar a sus sueños y a sus ambiciones para infligirse una muerte atroz mediante la peor de las barbaries?
Creo que lágrimas de rabia emborronan mi mirada a medida que mis palabras me destrozan la nuez. Kim mueve febrilmente las piernas bajo la mesa. Su cigarrillo no es más que un hilillo de ceniza colgado del vacío.
Naveed suspira mientras busca palabras. Percibe mi dolor y parece sufrir por ello.
– ¿Qué puedo decirte, Amín? Creo que hasta los terroristas más curtidos ignoran lo que les ocurre de verdad. Y eso puede ocurrirle a cualquiera. Basta con un chispazo en el subconsciente. Las motivaciones no tienen la misma consistencia, pero suelen surgir así -dice chasqueando los dedos-. O te cae sobre la cabeza como un ladrillo o se agarra a tus tripas como una solitaria. Y a partir de ese momento tu forma de ver el mundo cambia. Sólo tienes una idea fija: levantar eso que se ha apoderado de tu cuerpo y tu alma para ver lo que hay debajo. A partir de entonces, ya no hay vuelta atrás posible. Además, has dejado de mandar en ti; te crees dueño de tus actos pero no es cierto. No eres sino el instrumento de tus propias frustraciones. Lo mismo te da vivir que morir. En alguna parte de ti mismo has renunciado a lo que podría posibilitar tu regreso al mundo. Estás en las nubes. Eres un extraterrestre. Vives en el limbo y te dedicas a corretear tras las huríes y los unicornios. No quieres volver a oír hablar de este mundo. Sólo esperas el momento de dar el paso. El único modo de recuperar lo que has perdido o de rectificar lo que has errado; en definitiva, el único modo de convertirte en leyenda es acabar a lo bestia: transformarte en bola de fuego en un autocar repleto de escolares o en torpedo contra un tanque enemigo. ¡Bum! Un prodigio premiado con el estatuto de mártir. Así, el levantamiento de tu cadáver se convierte para ti en el único momento en que te mereces el respeto de todos. El resto, tanto el día anterior como el posterior, ya no es problema tuyo; para sí, jamás ha existido.
– Sihem era tan feliz -le recuerdo.
– Eso es lo que creíamos todos. Por lo que se ve, estábamos equivocados.
Nos quedamos allí sentados hasta bien avanzada la noche. He podido desahogarme y eliminar ese hedor que me tenía contaminada la mente. Mi agresividad ha ido cediendo con las evocaciones. Me he descubierto varias veces con las lágrimas a punto de desbordarse, pero he conseguido controlarlas. La mano de Kim agarraba la mía cada vez que se me quebraba la voz. Naveed ha sido muy paciente. No ha tenido en cuenta mis impertinencias y ha prometido tenerme informado del curso de la investigación. Nos hemos despedido reconciliados y más unidos que nunca.