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El centro de la antigua exposición lo ocupaba un Corythosaurus, un enorme pico de pato erecto. Había algo maravillosamente canadiense, aunque en su momento no lo comprendí, en que el RMO mostrase un dinosaurio tranquilamente vegetariano en lugar del voraz T. Rex o el ferozmente armado Triceratops que eran los montajes más habituales en los museos estadounidenses; de hecho, no fue hasta 1999 que el RMO mostró un T. Rex, en la Galería de los Descubrimientos para niños. Aun así, el antiguo montaje del Corythosaurus estaba mal. Ahora sabemos que, con toda probabilidad, los hadrosaurios no podían mantenerse de pie de esa forma; probablemente pasaban la mayor parte de su tiempo como cuadrúpedos.

Cada vez que iba al museo de niño, miraba ese esqueleto, y los otros, leía las placas, me peleaba con el vocabulario y aprendía todo lo que podía.

Todavía tenemos el esqueleto en el RMO, perdido en una esquina del diorama dedicado al Cretácico en Alberta, pero ya no tienen ningún texto asociado. Sólo una plaquita de plexiglás que poco honradamente encubre la postura errónea, y añade poco más:

Corythosaurus Excavatus Gilmore

Un hadrosaurio con cresta (pico de pato) montado en una postura erguida de alerta. Cretácico superior, formación Oldman (aproximadamente 75 millones de años), Little Sandhill Creek, cerca de Steveville, Alberta.

Por supuesto, la «nueva» Exposición de Dinosaurios tenía ya un cuarto de siglo. Había abierto antes de que Christine Dorati llegase al poder, pero el a la consideró un modelo de cómo tenían que ser nuestras exposiciones: no aburrir al público, no hundirlo en hechos. Simplemente dejar que se queden boquiabiertos.

Christine tenía un par de hijas; ya eran mayores. Pero a menudo me preguntaba si, cuando eran pequeñas, la habían avergonzado en un museo. Quizás hubiese dicho algo como: «Oh, Mary, ése es un Tyrannosaurus Rex. Vivió hace diez millones de años.» Y su hija —o, peor, algún niño repelente como había sido yo— la había corregido con la información escrita en las largas placas. «No es un Tyrannosaurus, y no vivió hace diez mil ones de años. Es un Allosaurus, y vivió hace 150 millones de años.» Sea cual sea la razón, Christine Dorati odiaba los carteles que contenían información.

Desearía que tuviésemos dinero para reconstruir la antigua Exposición de Dinosaurios; yo la había heredado en su estado actual. Pero el dinero era escaso; eliminar el planetario no había sido el único recorte.

Aun así, me preguntaba a cuántos niños estaríamos inspirando en esos días.

Me lo preguntaba…

No sería a mi Ricky; eso sería demasiado pedir. Además, seguía todavía en la fase en la que quería ser bombero o agente de policía y no mostraba ningún interés especial en las ciencias.

Así pues, cuando miraba a las decenas de miles de niños que venían en visitas escolares al museo cada año, me preguntaba cuál de ellos crecería para seguir mis pasos.

Hollus y yo nos encontrábamos en un callejón sin salida respecto a la interpretación del Juego de la Vida, así que me disculpé y fui al baño. Como hacía siempre, abrí los tres grifos para crear algo de ruido de fondo; los lavabos públicos del RMO tenían grifos controlados electrónicamente, pero nosotros no teníamos que aguantar esas humillaciones en las instalaciones del personal. El agua corriente ahogó el sonido cuando me arrodillé frente a uno de los lavabos y vomité; arrojaba las galletas una vez a la semana, gracias a la quimioterapia. Para mí era duro; ya me dolían el pecho y los pulmones. Me llevó unos momentos, allí arrodil ado, recuperar las fuerzas, luego me puse en pie, le di a la cisterna y me fui a los lavamanos. Guardaba una botella de enjuague bucal en el museo y me la había traído conmigo; hice gárgaras, intentando eliminar el mal sabor. Y, luego, al fin, regresé al departamento de paleobiología, sonriéndole a Boxeador como si no pasase nada malo. Abrí la puerta de mi despacho y entré.

Para mi asombro, Hollus leía el periódico. Había cogido de la mesa mi ejemplar del tabloide Toronto Sun y lo sostenía con dos manos de seis dedos. Los pedúnculos se movían al unísono de izquierda a derecha. Esperaba que fuese inmediatamente consciente de mi presencia, pero quizá la simulación no fuese tan sensible. Me aclaré la garganta, saboreando algo más del sabor desagradable.

—«Bien» «ve» «nido» —saludó Hollus, con los ojos ahora mirándome. Cerró el periódico y me mostró la portada. El único titular que ocupaba casi toda la portada declaraba: «Médico abortista asesinado.»

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