—Cierto. Desde el morro hasta el final de la cola, no más de cinco pies. Un metro y medio.
—¿Tenía parientes mayores?
—Oh, sí. De hecho, el animal terrestre más grande que haya existido. Pero murieron todos en esa extinción, dejando libre el camino para que mi tipo, una clase que llamamos mamífero, tomase el control.
—«In» «ere» «í» «ble» —dijeron las bocas de Hollus. En ocasiones alternaba dos palabras entre las ranuras parlantes y en ocasiones sólo sílabas.
—¿Por?
—¿Cómo han obtenido las fechas de las extinciones? —preguntó ignorando mi pregunta.
—Asumimos que todo el uranio de la Tierra se formó al mismo tiempo que el planeta, luego medimos la proporción de uranio 238 con su producto de desintegración final, plomo 206, y uranio 235 con su producto de desintegración final, plomo 207. Eso nos indica que el planeta tiene 4.500 millones de años. Luego…
—Bien —dijo una boca. Y «bien» confirmó la otra—. Las fechas deberían ser precisas. — Hizo una pausa—. Todavía no me ha preguntado de dónde vengo.
Me sentí como un idiota. Tenía razón, claro; probablemente debería haber sido mi primera pregunta.
—Lo siento. ¿De dónde viene?
—Del tercer planeta de la estrel a que ustedes l aman Beta Hydri.
Había dado algunas clases de astronomía mientras estudiaba geología, y había estudiado tanto latín como griego —herramientas apañadas para un paleontólogo—. «Hydri» era el genitivo de «Hydrus», Hidra, la pequeña serpiente de agua, una constelación débil cerca del polo sur celeste. Y beta, claro está, era la segunda letra del alfabeto griego, lo que daba que Beta Hydri sería la segunda estrel a más brillante de esa constelación vista desde la Tierra.
—¿Y a qué distancia está? —pregunté.
—Veinticuatro de sus años luz —dijo Hollus—. Pero no vinimos directamente aquí. Hemos estado viajando durante un tiempo y visitamos otros siete sistemas estelares antes de venir aquí. El viaje total hasta ahora ha sido de 103 años luz.
Asentí, todavía anonadado, y luego, comprendiendo que hacía lo que había hecho antes, dije:
—Cuando muevo la cabeza de arriba abajo significa que estoy de acuerdo, o siga, o vale.
—Lo sé —dijo Hollus. Golpeó los dos ojos—. Este gesto significa lo mismo —un breve silencio—. Aunque he estado en nueve sistemas estelares, incluyendo éste y mi sistema natal, el suyo es sólo el tercer mundo en el que hemos encontrado vida inteligente en existencia. El primero, claro, fue el mío propio, y el siguiente fue el segundo planeta de Delta Pavonis, una estrella como a 20 años luz de aquí, pero a sólo 9,3 años luz de mi planeta.
Delta Pavonis sería la cuarta estrella más brillante de la constelación del Pavo. Como Hidra, recordaba vagamente que sólo era visible en el hemisferio sur.
—Muy bien —dije.
—También se han producido cinco extinciones masivas importantes en la historia de mi planeta —dijo Hollus—. Nuestros años son mayores que los suyos, pero si las expresamos en años terrestres, se produjeron hace unos 440 millones de años, 365 millones de años, 225 mil ones de años, 210 mil ones de años y 65 mil ones de años.
Me quedé boquiabierto.
—Y —siguió diciendo Hollus—, Delta Pavonis II también experimentó las cinco mismas extinciones masivas. Su año es ligeramente más corto que el suyo, pero si expresamos las extinciones en años terrestres, también se produjeron aproximadamente hace 440, 365, 225, 210 y 65 mil ones de años.
Me dolía la cabeza. Ya era difícil hablar con un alienígena, pero un alienígena que soltaba tonterías era demasiado.
—Eso no puede ser —dije—. Sabemos que las extinciones en la Tierra estaban relacionadas con fenómenos locales. La del final del Pérmico fue probablemente resultado de una glaciación de polo a polo, y la del final del Cretácico parece haber estado relacionada con el impacto de un asteroide del mismo cinturón de asteroides del sistema solar.
—Nosotros también pensábamos que había explicaciones locales para las extinciones en nuestro planeta, y los wreeds, nuestro nombre para los seres inteligentes de Delta Pavonis II, tenían explicaciones que parecían únicas para las circunstancias locales. Fue una sorpresa descubrir que las extinciones en nuestros dos planetas eran iguales. Una o dos de cinco podrían haber sido una coincidencia, pero todas produciéndose simultáneamente… a menos que, claro, nuestras explicaciones anteriores fuesen inexactas o incompletas.
—¿Y vinieron aquí para comprobar si la historia de la Tierra coincidía con las suyas?
—En parte —dijo Hollus—. Y así parece que fue.
Negué con la cabeza.
—Y no veo cómo podría ser.
El alienígena depositó con suavidad el cráneo del