Читаем El corazon de la serpiente полностью

El océano del planeta desconocido estaría compuesto, al parecer, de un líquido fluorhídrico, que los vegetales descompondrían bajo los efectos de la energía de su sol — lo mismo que las plantas de la Tierra el agua (hidrógeno oxigenado)— para dejar libre el flúor. Este, en mezcla con el nitrógeno, sería respirado por hombres y animales, quienes recibirían energía de la combustión de los hidratos de carbono en flúor y exhalarían fluoruro de carbono y fluoruro de hidrógeno.

Este tipo de metabolismo proporcionaría un 50% más de energía que el basado en el oxígeno. Nada tenía de extraño, por lo tanto, que este metabolismo hubiera permitido el desarrollo de las formas superiores de vida. Pero examinadas las cosas desde el punto de vista dialéctico, la gran actividad del flúor — mayor que la del oxígeno— requería una radiación solar más intensa. Para que la energía solar pudiese desintegrar la molécula del fluoruro de hidrógeno en el proceso de la fotosíntesis de las plantas, no hacían falta los rayos del sector de luz amarilla verde, como para el agua, sino rayos de mayor intensidad, o sea azules y violetas. Por lo visto, el sol del planeta desconocido era un astro azul de temperatura sumamente elevada.

— ¡Qué contradicción! — dijo Tey Eron, que acababa de regresar del taller—. El fluoruro de hidrógeno se transforma muy fácilmente en gas.

— Sí. A una temperatura de veinte grados sobre cero — repuso Kari, tras de consultar un manual.

— ¿Cuál es el punto de congelación?

— Ochenta bajo cero.

— Por consiguiente, en ese planeta debe de prevalecer el frío. Y eso no concuerda con la hipótesis de la estrella azul de temperatura excesivamente elevada.

— ¿Por qué no? — replicó Yas Tin—. Su órbita podrá estar muy distante de ella. Sus océanos podrán encontrarse en las zonas polares del planeta o en las de clima moderado. O bien...

— Es posible que existan aún muchas razones — dijo Mut Ang—. Pero, sea como sea, tenemos ante nosotros una astronave llegada de un planeta cuya atmósfera contiene flúor, y pronto conoceremos todos los pormenores de su vida. Ahora, lo más importante es comprender que el flúor constituye un elemento muy raro en el Universo. Aunque las últimas investigaciones han revelado que el flúor, por su grado de difusión, no ocupa el cuadragésimo lugar, sino el decimoctavo, nuestro oxígeno es el tercero de los elementos más comunes, después del hidrógeno y del helio; le siguen, por números de átomos, el nitrógeno y el carbono. Otro sistema de cálculos demuestra que en el mundo hay doscientas mil veces más oxígeno que flúor. Y eso significa únicamente que en el Cosmos hay poquísimos planetas con abundancia de flúor, y que los rodeados de una atmósfera fluórica — es decir, que las plantas durante su larga existencia han cargado de flúor la atmósfera— constituyen una verdadera excepción de la regla.

— Ahora comprendo el gesto de desesperación del capitán — dijo Afra Devi—. Buscan a seres semejantes a ellos. Por eso ha debido de ser muy grande su decepción.

— Eso demuestra que ellos llevan ya mucho tiempo buscando, y además que se han encontrado ya en su camino con otros seres racionales...

— ¡Sin duda! — corroboró Afra—. Con seres que respiran oxígeno como nosotros.

— Pero pueden haber también otros tipos de atmósferas — replicó Tey Eron—. Por ejemplo: una atmósfera saturada de cloro, o de azufre, o de hidrógeno sulfurado.

— ¡En esas atmósferas no pueden desarrollarse las formas superiores de vida! — exclamó Afra con aire triunfal—. Pues, en el metabolismo, producen de tres a diez veces menos energía que el oxígeno, ¡nuestro poderoso y vivificante oxígeno terreno!

— Eso no reza para el azufre, que, en cuanto a producción de energía, es equivalente al oxígeno — objetó Yas Tin.

— ¿Se refiere usted a una atmósfera de anhídrido sulfuroso y un océano de azufre líquido? — preguntó Mut Ang, a lo que el ingeniero Yas Tin asintió con la cabeza.

— Pero en tal caso el azufre no sustituye al oxigeno, sino al hidrógeno de nuestra Tierra — dijo Afra, frunciendo el ceño— , es decir, ¡al elemento más común del Universo! Dudo de que el azufre, dada su rareza, pueda ocupar el lugar que le corresponde al hidrógeno. Está claro que una atmósfera de este género será un fenómeno aún más raro que la fluórica.

— Y únicamente será posible en planetas de clima muy caluroso — agregó Tey Eron sin dejar de hojear el libro—. Para hacerse líquido un océano de azufre necesitará una temperatura de cien a cuatrocientos grados.

— Creo que Afra tiene razón — intervino Mut Ang—. Todas esas supuestas atmósferas serán una gran rareza en comparación con la nuestra, compuesta de los elementos más difundidos en el Universo. ¡Y ello no es casual!

— ¡Claro que no! — accedió Yas Tin—. Pero en el Cosmos infinito, no son pocas las casualidades. Tomemos, por ejemplo, nuestra Tierra. En ella, así como en los planetas vecinos — la Luna, Marte, Venus— abunda el aluminio, elemento raro en el Universo.

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