A mas de cuatrocientos kilómetros de aquí, en su antiguo cuarto de niño, Tertuliano Máximo Afonso se prepara para dormir. Cuando salió de la ciudad, el martes por la mañana, vino todo el camino discutiendo para sus adentros si debería contarle a la madre algo de lo que estaba sucediendo o si, por el contrario, era más prudente mantener la boca firmemente sellada. A los cincuenta kilómetros decidió que lo mejor sería vaciar el saco entero, a los ciento veinte se indignó consigo mismo por haber sido capaz de semejante idea, a los doscientos diez imaginó que una explicación ligera y en tono anecdótico tal vez fuese suficiente para satisfacer la curiosidad de la madre, a los trescientos catorce se llamó estúpido y dijo que eso era no conocerla, a los cuatrocientos veintisiete, cuando paró ante la puerta de la casa familiar, no sabía qué hacer. Y ahora, mientras se pone el pijama, piensa que el viaje ha sido un error grave, palmario, que mejor hubiera sido no salir de casa, quedarse encerrado en su concha protectora, esperando. Es cierto que aquí está fuera de su alcance, pero, sin querer con esto ofender a doña Carolina, que tanto en el aspecto físico como en los considerandos morales no merece semejante comparación, Tertuliano Máximo Afonso siente que ha caído en la boca del lobo, como un gorrión desprevenido que vuela directamente hacia la trampa sin tener en cuenta las consecuencias. La madre no le ha hecho preguntas, se ha limitado a mirarlo de vez en cuando con una expresión expectante para desviar a continuación los ojos, con el gesto decía, No pretendo ser indiscreta, pero el aviso está dado, Si crees que te vas a ir sin hablar, estás muy equivocado. Tumbado en la cama, Tertuliano Máximo Afonso le da vueltas al asunto y no encuentra solución. La madre no está hecha de la misma masa que María Paz, ésa se satisface, o así lo hace creer, con cualquier explicación que se le dé, a ella no le importaría esperar toda la vida, si fuera necesario, el momento de las revelaciones. La madre de Tertuliano Máximo Afonso, en cada actitud, en cada movimiento, cuando le coloca un plato delante, cuando le ayuda a ponerse la chaqueta, cuando le entrega una camisa limpia, está diciéndole, No te pido que me lo cuentes todo, tienes derecho a guardar tus secretos, con una única e irrenunciable excepción, aquellos de los que dependa tu vida, tu futuro, tu felicidad, ésos quiero saberlos, tengo derecho, y tú no me lo puedes negar. Tertuliano Máximo Afonso apagó la luz de la mesilla de noche, traía algunos libros pero el espíritu, esta noche, no le pide lecturas, y en cuanto a las civilizaciones mesopotámicas, que sin duda lo conducirían dulcemente a los diáfanos umbrales del sueño, por ser tan pesadas se quedaron en casa, también sobre la mesilla de noche, con el marcador señalando el comienzo del ilustrativo capítulo en que se trata del rey Tukulti-Ninurta I, que floreció, como de las figuras históricas solía decirse, entre los siglos doce y trece antes de Cristo. La puerta del dormitorio, que sólo estaba entornada, se abrió mansamente en la penumbra. Tomarctus, el perro de la casa, acababa de entrar. Venía a saber si este dueño, que sólo aparece por aquí de tarde en tarde, todavía estaba. Es de tamaño medio, todo él un borrón negro, no como otros que cuando los miramos de cerca se nota en seguida que tiran hacia el gris. El extraño nombre le fue puesto por Tertuliano Máximo Afonso, es lo que sucede cuando se tiene un dueño erudito, en vez de haber bautizado al animal con un apelativo que pudiese captar sin dificultad por las vías directas de la genética, como hubieran sido los casos de Fiel, Piloto, Sultán o Almirante, heredados y sucesivamente transmitidos de generaciones en generaciones, en vez de eso le puso el nombre de un cánido que se dice que vivió hace quince millones de años y que, según certifican los paleontólogos, es el fósil Adán de estos animales de cuatro patas que corren, olfatean y se rascan las pulgas, y que, como es natural entre amigos, muerden de vez en cuando. Tomarctus no llegó para quedarse mucho tiempo, dormirá unos minutos enroscado a los pies de la cama, después se levantará para dar una vuelta por la casa, a ver si está todo en orden, y por fin, durante el resto de la noche, será vigilante compañero de su ama de todas las horas, salvo si tiene que salir al patio para ladrar y de paso beber agua de la escudilla y alzar la pierna en el arriate de los geranios o en los macizos de romero. Volverá al dormitorio de Tertuliano Máximo Afonso con la primera luz de la alborada, tomará conocimiento de que también este lado de la tierra no ha mudado de sitio, es eso lo que a los perros más les gusta en la vida, que nadie se vaya fuera. Cuando Tertuliano Máximo Afonso despierte, la puerta estará cerrada, señal de que la madre ya se ha levantado y de que Tomarctus ha salido con ella. Tertuliano Máximo Afonso mira el reloj, se dice a sí mismo. Todavía es temprano, durante el tiempo que dure este vago y último sueño las preocupaciones pueden esperar.