El primero en despertar fue Tertuliano Máximo Afonso. Estaba desnudo. La colcha y la sábana se habían escurrido hasta el suelo por su lado, dejando al descubierto, también desnudo, un seno de Helena. Ella parecía dormir profundamente. La claridad de la mañana, apenas quebrada por la espesura de las cortinas, llenaba todo el cuarto de una penumbra fresca y cintilante. Seguramente fuera haría calor. Tertuliano Máximo Afonso sintió la tensión del sexo, su dureza nuevamente insatisfecha. Fue entonces cuando se acordó de María Paz. La imaginó en otro cuarto, en otra cama, el cuerpo acostado de ella, que conocía palmo a palmo, el cuerpo acostado de Antonio Claro, igual que el suyo, y de repente pensó que había llegado al final del camino, que tenía ante él, cortándolo, un muro con un cartel que decía, Abismo, No Pasar, y después vio que no podía volver atrás, que la carretera por donde llegara había desaparecido, que sólo había quedado de ella el espacio reducido donde sus pies todavía se asentaban. Soñaba, y no lo sabía. Una angustia que ya era terror le hizo despertarse violentamente en el exacto momento en que el muro se rompía y sus brazos, se han visto cosas mucho peores que el nacerle brazos a un muro, lo arrastraban hacia el precipicio. Helena le apretaba la mano, trataba de sosegarlo, Calma, era una pesadilla, ya ha pasado, ahora estás aquí. Él jadeaba entrecortadamente, como si la caída le hubiese vaciado de golpe los pulmones. Tranquilo, tranquilo, repetía Helena. Se apoyaba sobre el codo, con los senos expuestos, la colcha fina diseñándole la curva de la cintura, el contorno del muslo, y las palabras que decía bajaban sobre el cuerpo del hombre angustiado como una lluvia fina, de esas que nos tocan la piel como una caricia, como un beso de agua. Poco a poco, igual que una nube de vapor que refluyese a su lugar de origen, el despavorido espíritu de Tertuliano Máximo Afonso fue regresando a su mente exhausta, y cuando Helena preguntó, Qué mal sueño has tenido, cuéntamelo, este hombre confuso, enredador de laberintos y perdido en ellos, y ahora, aquí, acostado al lado de una mujer que, excepto en el conocer de los sexos, en todo le es desconocida, habló de un camino que dejó de tener principio, como si los propios pasos que fueron dados hubiesen ido devorándole las sustancias, sean estas las que sean, que dan o prestan duración al tiempo y dimensiones al espacio, y del muro, que, al cortar uno, cortaba igualmente el otro, y del lugar donde los pies se asientan, esas dos pequeñas islas, ese minúsculo archipiélago humano, uno aquí, otro allí, y el cartel en que estaba escrito, Abismo, No Pasar, remember, quien te avisa, tu enemigo es, como podría haber dicho Hamlet a su tío y padrastro Claudio. Ella lo escuchaba sorprendida, de algún modo perpleja, no la tenía el marido habituada a oír reflexiones así, menos aún en el tono en que las había expresado ahora, como si cada palabra ya viniera acompañada de su doble, una especie de retumbar de caverna habitada, donde no es posible saber quién está respirando, quién acaba de murmurar, quién ha suspirado. Le gustó pensar que también sus pies eran dos pequeñas islas de ésas, y que muy cerca de ellas otras dos reposaban, y que las cuatro juntas podían componer, componían, habían compuesto un archipiélago perfecto, si la perfección es ya de este mundo y la sábana de la cama el océano donde quiso ser anclada. Estás más tranquilo, preguntó, No creo que exista nada mejor que esto, dijo él, Es extraño, esta noche has venido a mí como nunca antes había ocurrido, sentí que entrabas con una dulzura que luego pensé que venía amasada en deseo y en lágrimas, y era también una alegría, un gemido de dolor, una petición de perdón, Todo eso fue así, si lo sentiste, Desgraciadamente hay cosas que suceden y no vuelven a repetirse, Otras hay que suceden y vuelven a suceder, Tú crees, alguien dijo que quien ha dado rosas una vez, no puede volver a dar menos que rosas, Es cuestión de comprobarlo, Ahora, Sí, ya que estamos desnudos, Es una buena razón, Suficiente, aunque no sea seguramente la mejor de todas. Las cuatro islas se juntaron, el archipiélago se rehizo, el mar batió revuelto en los acantilados, si en la superficie hubo gritos los dieron las sirenas que cabalgaban las olas, si hubo gemidos ninguno fue de dolor, si alguien pidió perdón, ojalá haya sido perdonado, ahora y para siempre jamás. Descansaron brevemente en los brazos uno del otro, después con un último beso ella se deslizó fuera de la cama, No te levantes, duerme un poco más, yo voy a preparar el desayuno.