Читаем El hombre duplicado полностью

La mañana va adelantada, pasa de las diez y media, Helena ha ido a hacer unas compras, dijo, Hasta ahora, con un beso, resto tibio y todavía consolador de la fogarada de pasión que, en las últimas horas, ilícitamente había juntado y abrasado a este hombre y a esta mujer. Ahora, sentado en el sofá, con el libro de las antiguas civilizaciones mesopotámicas abierto sobre las rodillas, Tertuliano Máximo Afonso espera que Antonio Claro llegue, y, siendo persona a quien fácilmente se le suelen soltar los frenos de la imaginación, se figuró que el dicho Claro y la mujer podrían haberse encontrado en la calle y subido juntos para aclarar la confusión de una vez, Helena protestando, Usted no es mi marido, mi marido está en casa, es ese que está ahí sentado, usted es el profesor de Historia que nos está haciendo la vida negra, y Antonio Claro jurando, Tu marido soy yo, él es el profesor de Historia, mira el libro que está leyendo, ese tío es el mayor impostor que hay en el mundo, y ella, cortante e irónica, Sí, sí, pero primero haga el favor de explicarme por qué la alianza está en su dedo y no en el de usted. Helena acaba de entrar sola con las compras y ya han dado las once. Dentro de poco preguntará, Tienes alguna preocupación, y él responderá que no, De dónde has sacado esa idea, y ella dirá que, siendo así, No entiendo por qué miras constantemente al reloj, y él responderá que no sabe por qué, es un tic, tal vez esté un poco nervioso, Imagina que me dan el papel del rey Hammurabi, mi carrera de actor daría una vuelta de ciento ochenta grados. Las once y media dieron, falta un cuarto para las doce, y Antonio Claro no viene. El corazón de Tertuliano Máximo Afonso parece un caballo furioso descargando coces en todas las direcciones, el pánico le aprieta la garganta y le grita que todavía está a tiempo, Aprovecha que ella está dentro y huye, todavía tienes casi diez minutos, pero cuidado, no uses el ascensor, baja por las escaleras y mira bien a un lado y a otro antes de poner un pie en la calle. Es mediodía, el reloj de la sala contó lentamente las campanadas como si todavía quisiera darle a Antonio Claro una última oportunidad para aparecer, para cumplir, aunque fuese en el último segundo lo que había prometido, sin embargo, no servirá de nada que Tertuliano Máximo Afonso quiera engañarse a sí mismo, Si no ha venido hasta ahora no vendrá nunca. Cualquier persona se puede atrasar, una avería en el coche, una rueda pinchada, son accidentes que suceden todos los días, nadie está libre de ellos. A partir de ahora cada minuto va a ser una agonía, después llegará el turno del desconcierto, de la perplejidad, inevitablemente, un pensamiento, admitamos que se retrasó, sí señor, se retrasó, y los teléfonos para qué sirven, por qué no llama diciendo que se le partió el diferencial, o la caja de cambios, o la correa del ventilador, todo lo que le puede suceder a un coche viejo y cansado como ése. Pasó una hora más, de Antonio Claro ni la sombra, y cuando Helena anunció que el almuerzo estaba en la mesa, Tertuliano Máximo Afonso dijo que no tenía apetito, que comiese sola, y que, además, necesitaba salir imperiosamente. Ella quiso saber por qué y él podía haberle replicado que no estaban casados, que por lo tanto no tenía obligación de darle explicaciones acerca de lo que hacía o no hacía, pero el momento de poner las cartas sobre la mesa y comenzar el juego limpio no había llegado, de modo que se limitó a responder que más adelante le contaría todo, promesa que Tertuliano Máximo Afonso siempre tiene en la punta de la lengua y que cumple, cuando cumple, tarde y mal, que lo diga su madre, que lo diga María Paz, de quien tampoco tenemos noticias. Helena le preguntó si no creía conveniente mudarse de ropa, él dijo que sí, que realmente lo que llevaba puesto no era indicado para lo que debería tratar, lo más apropiado sería un traje normal, chaqueta y pantalones, ni soy turista ni voy a veranear al campo. Quince minutos después salía, Helena lo acompañó hasta la entrada del ascensor, en sus ojos se veía el brillo anunciador del llanto, todavía Tertuliano Máximo Afonso no había tenido tiempo de llegar a la calle y ella estará deshecha en lágrimas, repitiendo la pregunta hasta ahora sin respuesta, Qué pasa, qué pasa.

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