Molina informó en un parte de guerra que el objetivo había sido tomado y arrasado y que el enemigo huía despavorido, mientras Carlitos empezaba a salir de debajo del cupé, no me vayan a chancar estos pobres mellizos, ahora que todo ha quedado, desgraciadamente, demasiado claro, y mientras todos ahí eran testigos -unos mucho más sonrientes que otros, claro está…- del momento en que un mozo de cuadra, sin duda llevado por el metro ochenta y siete de Molina, por su uniformazo, que bien podía ser una nueva moda para los señores jinetes, y por lo rubio Albión que era todo en él, se le acercó para informarle que la primera prueba estaba a punto de empezar y que los señores socios se sirvieran ir pasando ya a la tribuna, por favor, caballero.
– Y ahora resulta que hasta yo soy socio -dijo Molina, pensando que después de esa nueva confusión, al par de mellizos estos ya sólo les queda recoger sus bártulos y enrumbar hacia Santa Elena. Y luego, haciendo gala de una muy sutil y profunda ironía, que Carlitos realmente ignoraba, pero que le encantó, agregó el siguiente comentario-: Cómo se nota que en esta ciudad empiezan a escasear los rubios: fíjese que hasta a mí ya me quieren convertir en caballero socio.
Y, en efecto, a los mellizos ya qué otro remedio les quedaba más que inventar un compromiso importantísimo que se les había olvidado por completo, te dije que lo anotaras todo siempre en la agenda, Raúl, disculparse ante las hermanas, y por qué no lo anotas tú, carajo, Arturo, no atreverse a mirar siquiera a Molina, quedar para esta tarde a las tres en punto en nuestra casa, para estudiar, Carlitos,
– Carlitos, ¿nos puedes prestar las llaves de tu cupé, por favor?
– Por supuesto -les respondió Carlitos, que nunca se fijaba en nada, y que con esta nueva distracción no hizo más que prolongar ad infinitum la sensación de desprecio en estado puro que estaban viviendo los pobres mellizos, y también, cómo no, el momento en que, por fin, podrían encender el motor y salir disparados, porque encima de todo el muy burro de Carlitos no encontraba las llaves en ningún bolsillo y les decía que se esperaran un momentito, por favor, ahorita las encuentro, y ¿Sabe usted, Molina, qué puedo haber hecho yo con las llaves de mi cupé?, sin darse cuenta en absoluto de que, para colmo de males, el desprecio es algo que se traga pero que no se mastica, según dicen.
III