– Mirar es lo que estoy haciendo, precisamente, joven Sylvester…
– Mierda. Suban ustedes, que yo voy por el cupé.
La mirada de los mellizos Céspedes preguntándole si, por favor, ¿metimos la pata otra vez?, es algo que Carlitos Alegre lleva aún grabado en el fondo del alma, algo para lo cual, además, en su vida ha logrado encontrar respuesta alguna. Y si la hubiera encontrado, hace rato que la habría añadido a una suerte de
Contra todo esto llegó primero el conde Lentini y llegaron inmediatamente después los mellizos Céspedes Salinas, a cuál peor en lo suyo, la verdad, y las hermanas Vélez Sarsfield oyeron clarito cuando alguien de entre el público opinó que por qué no traían un basurero para esos tres, de una vez por todas, carajo. Y por ahí como que se produjo una súper confusión porque alguien le dijo profesor al conde y los mellizos ignoraban que fueran dos los profesores y al tipo lo vieron tan florido y lleno de pañuelitos por todos los bolsillos, tan jinete y tan brillante de pies a cabeza, como si para las botas y el pelo utilizara los mismos productos de tocador, que, rapidísimo y para sus adentros, pensaron, Diablos, el profesor de Mary y Susy, nada menos que el germánico señor Steiger, lo cual sí que da una idea del despiste tan gigantesco que se traían los pobres, aunque para nada da una idea de la efusividad que les entró ante tanta equitación humanizada, ésta es la nuestra, viejo, que ellas crean que a su profe ya lo conocíamos, que ellas piensen que, que ellas se imaginen que…
Lo malo es que mientras ellas tenían que creer, pensar e imaginar tantas y tamañas cosas, a ellos literalmente se les fue la mano de la efusividad y al conde le voló un botón del saco, muy precisamente el que luchaba por ocultar su buena barriguita, y en su vida odió tanto a los hombres y amó tanto a los caballos, aunque ello no le impidió tratar a los espantados mellizos de animales de mierda y a ustedes quién los ha invitado y se puede saber de qué circo los han sacado, y así horas y horas, pero con carajos y putamadres y de todo, también. Hasta el propio Carlitos, que venía siguiéndolos, prefirió hacerse el perdedizo, aunque no pudo evitar que Molina tomara nota, en su calidad de enviado especial, del momento preciso en que el conde concluía diciéndoles que ustedes, sí, ustedes dos, engendros de figurín, par de payasos, y Wimbledon para cholos, ustedes, sí, me han hecho realmente aborrecer al género humano e idolatrar a mi caballo, al cual a partir de este mismo momento nombro cónsul imperial romano, porque aquí, señores, están ustedes ante Calígula II, descendiente directo de aquel emperador que también amó a su caballo como yo amo al mío, par de miserables, y ahora hínquense, granujas, hínquense ante su emperador o llamo a la policía.