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Siempre las cosas pasan así. Mañana sábado por la noche llegaba Natalia, o más bien ya en la madrugada del domingo, sobre la 1.30, y Carlitos Alegre habría dado la vida porque llegara hoy, porque estuviera llegando justito en este momento, o, lo que es mejor, mucho mejor aún, porque hubiera llegado anoche y juntos estuvieran desayunando ahora, pero no en el comedor, sino en la terraza que da al inmenso jardín posterior de la casa, florido, lleno de árboles y enredaderas, y con la hermosa piscina allá al fondo, que Luigi iluminaba todas las noches, desde hace unos días, como para hacerle señales al avión en que regresaba la señora y que no se les fuera a seguir de largo, sobre todo al pavero Carlitos, que según parece no duerme nunca, la Marietta y yo lo hemos oído llorar a oscuras, más de una vez, y la otra noche, poveretto, debió de vencerlo la soledad al tictac, como la llama él mismo, cada vez más nerviosa, más rabiosamente, hasta que de pronto todos oímos aquellos golpes secos y feroces, y yo empuñé la escopeta y convoqué a los canes, pero resulta que era él, y que, entre las tinieblas, se la había agarrado a patada limpia con l'orologio, poveretto, anche lui, y poveretto el bolsillo de la signora, porque creo que la joya de la relojería svizzera de pie se ha quedado sin tictac ni campanadas para siempre, aunque el joven Carlitos, tan acertado siempre para los golpes, debió de recibir anche lui la sua parte y ahora doña Natalia lo va a encontrar no sólo bastante demacrado y flaco, sino algo cojo, además… Pero es que se le hacían eternas las horas a Carlitos, aunque fuera mucho el tiempo que cada mañana y tarde y hasta noche le consagraba ahora al estudio con los mellizos, ante la proximidad de los exámenes de ingreso, y en las tinieblas de esa alcoba que, además, sin Natalia, había descendido a la categoría de dormitorio, e iba en camino de convertirse en camarote, por qué no, cualquier cosa es posible sin Natalia en esta camota, que me lo digan a mí, si no, que fue cuando Carlitos empezó perder un poco los estribos, ya, y empezó a sentir la necesidad cada vez menos controlable de incorporarse y salir corriendo del helado camarote veraniego, se sintió también cada vez más confundido, empezó a no lograr diferenciar entre el Ártico y el Ecuador, recordó aquella canción en que alguien sueña que la noche ardía y el fuego se helaba, y decidió que si aquello seguía igual él iba a poner las cosas a patadas en su sitio, porque definitivamente ese tictac, que, cuando Natalia estaba aquí, no se atrevía ni a chistar, ahora se pasa la vida impidiéndome siquiera soñar imposibles, como en la canción esa en que todo anda al revés, y estar ahorita mismo desayunando con ella a las nueve en punto de una mañana maravillosa, habiendo ingresado ya en la universidad, por supuesto, y sin un solo mellizo en millas a la redonda, en esa maravillosa terraza y con la piscina al fondo entre tanto árbol y enredadera y Natalia con una toalla blanca de sultana en la cabeza y su albornoz blanco y esa esbeltez única, rozagante, casi arrogante, ese talle largo que hace juego con todo lo demás, por donde uno la mire, caray, y que no tiene rival, me consta, porque el otro día los mellizos me enseñaron una revista de artistas de Hollywood en que ambos están estudiando ahora nada menos que ropa para montar a caballo, ellos y ellas, no pierden la esperanza este par de mulas, o, mejor dicho, jamás aprenderán, y con estos mismos ojos vi toda una galería de estrellas del firmamento y la meca del cine y Beverly Hills -palabras éstas, todas, que tienen fascinados a los mellizos, pero que yo les he aconsejado controlar a fondo, antes de empezar a soltarlas por calles y plazas- y bueno, pues, ninguna de esas estrellas, ni una sola, ni Ava Gardner siquiera, resulta comparable a Natalia tomando el desayuno conmigo en el firmamento del huerto, recién salidita de la cama y tal como a ella le gusta, calatita por debajo y dispuesta en cualquier momento a quitarse toalla y albornoz, arrojarse como Eva, no Perón, claro, qué ramplonería, a la piscina, y ponerse nuevamente su albornoz antes de que incluso los perros se enteren de lo que ha pasado ahí, pero yo sí, je, je, y otra vez enrollarse su toallota de sultana empapada sobre la cabellera mejor rizada de nacimiento -«ondulación permanente», aseguran los mellizos que se dice, qué horror- que hay en el mundo. Sí, así le gusta a ella levantarse de la cama, y ése es el momento en que más incomparable se vuelve, qué mujer competiría con esa majestuosa salida de la cama, con sus andares rumbo a la terraza o a la piscina, qué mujer se le acercaría, siquiera, a esas horas de la mañana, quién se metería con esa piel, y ese, cómo decirlo, pues sí, con unos términos un tanto médicos, qué le voy a hacer, con ese derroche de salud inquebrantable que es toda una fiesta para cualquiera, menos para el tictac de este reloj del diablo, por supuesto, que a uno lo confunde todo y no tarda en volverlo loco, que fue cuando Carlitos empezó a gritar que ni la aurora se atrevería a compararse con Natalia, siempre y cuando, claro, tú, tictac de mierda… Y Luigi empuñó la escopeta y convocó a los canes y todos ahí notaron que parecían patadas, más bien, y que, a ver, sí, parecen venir de la sala grande o de la sala del piano o tal vez del bar, sí, de por ahí, enciende todas las luces, Cristóbal, que yo en estas tinieblas non vedo niente, pacco di merda… Sí. Siempre las cosas pasan así. Carlitos había quedado en estudiar también aquel día sábado, y definitivamente esa cojera no se lo iba a impedir, como tampoco le iba impedir asistir a su diaria misa matinal, ni devolver la llamada de Melanie Vélez Sarsfield, que, anoche, antes de que él regresara de la calle de la Amargura, le había dejado un recado pidiéndole hablar un momentito con él, y, ahora que se acordaba, también tenía que llamar a Erik von Tait, que en eso habían quedado con Natalia, en que él invitaría a Erik a comer al huerto para que lo acompañara hasta la hora de partir a recogerla al aeropuerto con Molina. Carlitos regresó de misa, desayunó, marcó el número de Erik, primero, y el de Melanie, luego, y en ambas casas fue invitado a consultar con su reloj antes de volver a llamar a esta casa, jovencito, porque una niña en vacaciones veraniegas jamás está despierta a estas horas de la mañana, joven, y porque un músico que toca todas las noches hasta altas horas de la madrugada en su puta vida se levanta antes del mediodía, so cojudo.

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