– El día como que se me ha empezado a complicar -le comentó Carlitos al chofer, mientras regresaban esa tarde a la calle de la Amargura.
– Bueno, pero al menos parece que los mellizos nos han devuelto el Daimler -le replicó Molina, agregando, al ver que el joven Carlitos permanecía mudo como una tapia-: Por lo menos hasta su próxima salida. Y qué nueva genialidad se les ocurrirá, entonces.
– Prefiero no imaginarlo -le dijo, por fin, Carlitos, aunque con un tono de voz que realmente lo invitaba a cambiar de tema.
– ¿Y cómo van esa pierna y esa nariz? No me había fijado en que el reloj también le dio su testarazo…
– Molina, con su perdón, ¿podría no hablarme de mellizos ni de relojes? Ni mellizos ni trillizos ni nada, por favor. Y en cuanto a los relojes, ni siquiera de pulsera. Porque créame que ésos también golpean, cuando quieren. Muy a su manera, pero también golpean. En fin, yo me entiendo.
Estas últimas palabras del joven Carlitos dejaron sumamente preocupado a Molina, pues las encontró tan descabelladas que pensó que, sin duda, el exceso de estudio más el insomnio de la soledad al tictac, como la bautizó él mismo, lo andan desquiciando al pobre, como a don Quijote. Mucho libro y mucho pensar. La receta le parecía fatal a Molina, que poco a poco se había ido encariñando con el joven
– ¡Cuánta belleza te ha dado Dios, hijita!
– Pues ruéguele usted a ese mismo Dios que ya no le dé más belleza, padre Villalba -como que lo contuvo en sus halagos, casi proféticamente, don Luciano.
Y ahora Molina metido en este nuevo enredo de doña Natalia, o de la niña Natalia, porque la conoció siendo una niñita, o de la señorita Natalia, porque también condujo el coche que la llevó, vestida de blanco, pero llorando a mares, rumbo al altar. Un enredo mucho más moderno, el actual, sin duda alguna, o es que él se estaba haciendo viejo, pero en todo caso en esta oportunidad nadie era malo en la historia, salvo, claro está, los mellizos estos Céspedes, pero bueno, lo suyo en este caso es un papel totalmente secundario y, además, con lo brutos que son, no creo que la maldad les alcance para mucho… Pero ya estaban en la calle de la Amargura y el joven Carlitos está servido y a la seis en punto me tiene usted aquí de nuevo para llevarlo donde su amiga, la señorita Melanie.