Читаем El puente полностью

Le pregunto qué van a hacer conmigo. En lugar de responderme, me habla sobre la combinación entre prisión y cuartel de policía donde me encuentro ahora mismo. Su mayor parte se halla bajo tierra, como supone habré imaginado. Me explica, con legítimo entusiasmo, los principios sobre los que fue diseñada y construida, enardeciéndose más a cada minuto de conversación. La prisión-cuartel está formada por varios cilindros de gran altura; rascacielos circulares invertidos, inhumados en conjunto bajo la superficie de la gran ciudad. Se muestra deliberadamente ambiguo en lo referente a su número exacto, pero por sus palabras me da la impresión de que debe de haber entre tres y seis cilindros. Cada uno de los tambores inmensos contiene cientos de habitaciones; celdas, despachos, retretes, cantinas, dormitorios y demás, y puede rotar de forma individual, de forma que la orientación de los pasillos y las puertas que entran y salen de ellos cambia de manera casi continua. Una puerta que un día se abre ante un ascensor o un aparcamiento subterráneo o una estación de tren o un lugar determinado de uno de los demás cilindros, al día siguiente, puede conducir a un cilindro completamente distinto, o directamente a un muro de roca sólida. De un día para el otro, e incluso (bajo condiciones de seguridad extrema) de una hora a la siguiente, este motor colosal de tambores giratorios puede moverse, bien de forma aleatoria, bien siguiendo un complejo patrón codificado, y así frustrar cualquier posible tentativa de fuga. La información necesaria para descodificar transformaciones tan erráticas es proporcionada a la policía y al personal estrictamente indispensable de la prisión-cuartel, de manera que nadie conozca las nuevas configuraciones del complejo subterráneo; solo los altos cargos y los funcionarios de mayor confianza tienen acceso a las máquinas que programan las rotaciones, y la maquinaria y los elementos electrónicos que conforman su musculatura y su sistema nervioso están diseñados para que cualquier ingeniero o electricista no tenga una visión de conjunto al reparar un posible fallo del sistema.

Los ojos del hombre brillan con fuerza mientras me describe todo eso. Me duele la cabeza, se me nublan los ojos y necesito ir al baño, pero coincido honestamente con él en que se trata de un gran trabajo de ingeniería. «¿Pero no lo ve?», me pregunta. «¿No ve la imagen de lo que es esto?» Lo cierto es que me zumban los oídos, y debo confesar que no; no lo veo.

«¡Una cerradura!», dice con voz triunfal y la mirada centelleante. Es un poema, una canción de piedra y metal. Una imagen real y perfecta de su propósito; una cerradura, una caja fuerte, una serie de cilindros; un lugar seguro para guardar el mal.

Comprendo lo que quiere decir. Siento un martilleo en la cabeza y me desvanezco.

Cuando despierto, estoy en otro tren. Me he meado en los pantalones.

Mioceno

– Versiones diseminadas de la verdad; al rebaño cual metralla plastificada; en las entrañas de la mayoría; en los nervios de unos pocos. Otro fragmento del antiguo blastoma; otro síntoma del sistema; la flor y el continente de tu materialismo diabético.

– Expón aquí tus excusas; explica por qué hiciste lo que debías; cuéntanos tu dolor. Hablas de domingos sangrientos, septiembres negros; y de todo el tiempo que estás desperdiciando.

– Sonreiremos; nos segregaremos; cuidaremos las trincheras; contaremos armas; calcularemos maniobras; y murmuraremos entretanto: «Creo que así sucedió todo. Estoy seguro de que tal como fue dicho, ocurrió».

– …Ah, bien, muy radical. Buena dosis de credibilidad barata. -Stewart asintió-. Siempre he dicho que un buen poema vale por diez kalashnikovs -asintió de nuevo y bebió un sorbo de su vaso.

– Mira, gilipollas, solo dime si te importa la parte del «materialismo diabético».

Stewart se encogió de hombros y alargó el brazo hacia otra botella de Pils.

– Me da igual, tío. Tú ponlo. ¿Es un poema nuevo?

– No, es antiguo. Pero estoy pensando en publicarlos y me ha parecido que quizá te ofendería.

– ¿Sabes que a veces pareces idiota? -exclamó Stewart entre risas.

– Lo sé.

Estaban en casa de Stewart y Shona, en Dunfermline. Shona se había llevado a los niños a pasar el fin de semana a Inverness, y él se había acercado hasta allí para dejar sus regalos de Navidad y hablar con Stewart. Necesitaba hablar con alguien. Abrió otra lata de cerveza y contribuyó a ampliar la colección de colillas del cenicero.

Stewart vertió el contenido de la lata en el vaso y se lo llevó hasta el equipo de música. El último disco había finalizado minutos antes.

– ¿Qué te parece una vuelta al pasado? -preguntó.

– Venga, vamos a regodearnos en la nostalgia. Por qué no. – Se apoyó en el respaldo de la butaca, contemplando cómo Stewart buscaba entre la colección de discos y deseando que fuese lo bastante imaginativo en su elección. Recordó que había comprado el primer sencillo el día en que cumplió dieciséis años. Todos los jóvenes de su edad ya tenían sus colecciones de álbumes.

Перейти на страницу:

Похожие книги

Rogue Forces
Rogue Forces

The clash of civilizations will be won ... by thte highest bidderWhat happens when America's most lethal military contractor becomes uncontrollably powerful?His election promised a new day for America ... but dangerous storm clouds are on the horizon. The newly inaugurated president, Joseph Gardner, pledged to start pulling U.S. forces out of Iraq on his first day in office--no questions asked. Meanwhile, former president Kevin Martindale and retired Air Force lieutenant-general Patrick McLanahan have left government behind for the lucrative world of military contracting. Their private firm, Scion Aviation International, has been hired by the Pentagon to take over aerial patrols in northern Iraq as the U.S. military begins to downsize its presence there.Yet Iraq quickly reemerges as a hot zone: Kurdish nationalist attacks have led the Republic of Turkey to invade northern Iraq. The new American presi dent needs to regain control of the situation--immediately--but he's reluctant to send U.S. forces back into harm's way, leaving Scion the only credible force in the region capable of blunting the Turks' advances.But when Patrick McLanahan makes the decision to take the fight to the Turks, can the president rein him in? And just where does McLanahan's loyalty ultimately lie: with his country, his commander in chief, his fellow warriors ... or with his company's shareholders?In Rogue Forces, Dale Brown, the New York Times bestselling master of thrilling action, explores the frightening possibility that the corporations we now rely on to fight our battles are becoming too powerful for America's good.

Дейл Браун

Триллер