—Me gustaría que aceptaras esto. Eran de mi madre, se remontan a la época de las guerras de Kinslayer. Deberían haber pasado a mi hermana, pero tanto ella como yo creemos que deberían ser tuyos.
—¡Qué maravilla! —murmuró Tika enrojeciendo halagada. Aceptó el casco y el escudo, y luego miró la cota de mallas confundida.
—No sé cómo ponerme esto... —confesó.
—¡Yo te ayudaré! —se ofreció Caramon voluntarioso.
—No, lo haré yo —dijo Goldmoon con firmeza, acompañando a Tika tras la arboleda.
—¿Qué sabe ella de armaduras? —refunfuñó Caramon.
Riverwind miró al guerrero y sonrió con aquella extraña y desusada sonrisa que suavizaba sus duros rasgos.
—Te olvidas de que es la hija de Chieftain. Cuando su padre no estaba, era ella quien dirigía a su tribu en las guerras. Sabe mucho sobre armaduras, guerrero... y aún sabe más sobre los corazones que laten bajo ellas.
Caramon se sonrojó. Nervioso, agarró una de las bolsas de provisiones y miró en el interior.
—¿Qué son estos desperdicios?
—¡Parece fruta seca! —dijo Caramon decepcionado.
—Pues eso es lo que es —respondió Tanis con una sonrisa.
Caramon gruñó.
Cuando el amanecer comenzaba a teñir aquellas nubes borrascosas de una luz pálida y fría, Gilthanas guió al grupo fuera de Qualinesti. Tanis no volvió la mirada atrás. Hubiera deseado que su último viaje a aquel lugar hubiera sido más feliz. No había visto a Laurana en toda la mañana y, a pesar de sentirse aliviado de evitar una despedida dramática, en el fondo se preguntaba por qué ella no habría venido a despedirle.
El camino se dirigía hacia el sur. Era frondoso y estaba repleto de matorrales, pero Gilthanas había enviado unos guerreros a despejarlo, por lo que resultaba bastante franqueable. Caramon caminaba al lado de Tika, que estaba resplandeciente con su nuevo atavío. El guerrero aprovechaba para instruirla en el arte de manejar la espada, aunque realmente le estaba resultando muy difícil.
Goldmoon le había arremangado a Tika la falda por los lados hasta las caderas para que pudiera moverse con toda facilidad. Al caminar se le veían las piernas, que eran exactamente igual a como Caramon se las había imaginado... redondas y bien formadas. Era por eso que al guerrero le estaba resultando bastante difícil aquella lección. Concentrado en su alumna, no se dio cuenta de que su hermano había desaparecido.
—¿Dónde está el joven mago? —preguntó Gilthanas secamente.
—Tal vez le haya ocurrido algo —dijo Caramon preocupado, maldiciéndose a sí mismo por olvidarse de su hermano. El guerrero desenvainó su espada y comenzó a desandar el camino.
—¡Tonterías! —Gilthanas lo detuvo—. ¿Qué le podría suceder? No hay enemigos en muchas leguas. Debe haber ido a algún lado... por algún motivo...
—¿Qué quieres decir?
—Quizás se fue para...
—Para buscar lo que necesito para mi magia, elfo —susurró Raistlin apareciendo entre la maleza.
—Y para reponer las hierbas que me curan la tos.
—¡Raistlin! —Caramon casi lo abrazó aliviado.
—No deberías alejarte solo, es peligroso.
—La fórmula de mis hechizos es secreta —susurró Raistlin enojado, apartando a su hermano a un lado. Apoyándose en el bastón de mago, se reunió con Fizban.
Gilthanas le dirigió una mirada a Tanis, quien se encogió de hombros y sacudió la cabeza. A medida que avanzaban, el sendero se convirtió en una pendiente que atravesaba, primero los bosques de álamos, y luego los bosques de pinos de las tierras bajas. En aquel punto, al lado del camino apareció un riachuelo cristalino que iba aumentando de caudal cuanto más hacia el sur viajaban.
Al detenerse para un rápido tentempié, Fizban se acercó a Tanis, agachándose junto a él.
—Alguien nos está siguiendo. —¿Qué dices?
—Sí, seguro —el anciano asintió con solemnidad.
—He visto algo, deslizándose como una sombra tras los árboles.
Sturm vio el rostro de preocupación de Tanis.
—¿Qué sucede?
—El anciano dice que alguien nos está siguiendo.
—¡Bah! —Gilthanas lanzó al suelo unos restos de quith-pa y se puso en pie.
—No digas tonterías. Será mejor que nos movamos, el Sla-Mori está aún muy lejos y debemos llegar allí antes de que anochezca.
—Me quedaré en la retaguardia —dijo Sturm en voz baja a Tanis.
Caminaron por el bosque de pinos durante un largo trecho. Cuando el sol descendía, alargando las sombras del sendero, llegaron a un claro.
—¡Shsstt! — avisó Tanis.
Caramon desenvainó la espada, haciendo una señal a Sturm y a su hermano con la otra mano.
—¿Qué ocurre? —cacareó Tasslehoff. —¡No veo nada!
—¡Shhhhh! —Tanis miró severamente al kender y éste se tapó él mismo la boca con la mano para ahorrarle el trabajo a Tanis.
El claro había sido el escenario reciente de una lucha sangrienta. Había cuerpos de hombres y de goblins esparcidos por doquier, yaciendo en las retorcidas posturas de una muerte cruenta. Los compañeros, temerosos, miraron a su alrededor en silencio, pero sólo se escuchaba el murmullo del agua.