Читаем El retorno de los dragones полностью

Tanis despertó sobresaltado y se llevó la mano a la daga. Una forma oscura se inclinaba sobre él, ocultándole las estrellas. Reaccionando con rapidez, agarró a la persona, que cayó sobre él, lo que no le impidió ponerle la daga al cuello. Cuando el acero relució bajo la luz de las estrellas, se oyó un pequeño grito:

—¡Tanthalas!

—¡Laurana, eres tú! —exclamó Tanis atónito.

El cuerpo de la mujer estaba tendido sobre el suyo. Tanis podía sentir como temblaba y, ahora que estaba completamente despierto, podía ver su larga cabellera cubriéndole los hombros. Sólo llevaba un ligero camisón pues su capa había caído al suelo en el pequeño forcejeo.

Actuando impulsivamente, Laurana se había levantado de la cama y, cubriéndose con una capa para protegerse del frío, había escapado de sus habitaciones. Ahora estaba demasiado asustada para moverse. No había previsto la rápida reacción de Tanis. De pronto comprendió que si ella hubiese sido un enemigo, en estos momentos estaría muerta, con la garganta atravesada por una daga.

—Laurana... —repitió Tanis guardando con mano temblorosa la daga en el cinturón. Apartando a la muchacha a un lado, se incorporó, enojado consigo mismo por haberla asustado y enfadado con ella por haber despertado en él algo muy profundo. Por un instante, cuando ella había estado encima suyo, había sentido el perfume de su cabello, el calor que emanaba de su esbelto cuerpo y la suavidad de sus pequeños pechos. Cuando Tanis había abandonado Qualinesti, Laurana era una niña. Al regresar, se había encontrado con una mujer... una mujer bella y atractiva.

—¡En nombre de los Abismos! ¿Qué estás haciendo a estas horas de la noche?

—Tanthalas, he venido a pedirte que cambies de opinión. Deja que tus amigos vayan a Pax Tharkas a liberar a los humanos. ¡Tú debes venir con nosotros! No eches tu vida a perder. Mi padre está desesperado; no tiene mucha confianza en que el plan funcione... sé que no la tiene. ¡Pero no puede hacer otra cosa! Ya llora por Gilthanas como si hubiese muerto. Voy a perder a mi hermano... ¡No puedo perderte a ti también!

Comenzó a sollozar y Tanis miró a su alrededor inquieto. Seguramente habría guardias elfos vigilando. Si lo sorprendían en una situación tan comprometedora...

—Laurana, ya no eres una niña. Tienes que crecer y debes hacerlo rápido. ¡No permitiría que mis amigos corrieran peligro sin estar yo presente! Sé perfectamente el riesgo que corremos; ¡no estoy ciego! Llega un momento, Laurana, en que uno tiene que arriesgar su vida por algo en lo que cree firmemente... algo que vale más que la propia vida. ¿Comprendes?

Ella levantó la mirada. Dejó de sollozar y de temblar y le miró intensamente.

—¿Comprendes, Laurana?

—Sí, Tanthalas, comprendo.

—¡Bien! Ahora vuelve a la cama. Rápido. Me estás poniendo en un compromiso, si Gilthanas nos sorprendiera así...

Laurana se puso en pie y salió rápidamente de la arboleda, deslizándose entre las calles como el viento entre los álamos. Escabullirse de los guardias para regresar a la residencia de su padre fue fácil; ella y Gilthanas habían estado haciéndolo desde niños. Regresó silenciosamente a su cuarto y se quedó escuchando tras la puerta de la habitación de sus padres durante unos segundos. Dentro había luz. Pudo oír un crujido de papeles y percibir un olor acre. Su padre estaba quemando documentos. Oyó a su madre, llamando a su padre para que se acostara. Laurana cerró los ojos un segundo, sintiendo una punzada de aflicción, luego apretó los labios, como si hubiese tomado una decisión, y echó a correr por el oscuro corredor en dirección a su habitación.

8

Dudas. ¡Emboscada! Un nuevo amigo

Poco antes del amanecer los elfos despertaron al grupo. En el norte se divisaban nubes bajas de tormenta, alargadas como dedos que quisieran apoderarse de Qualinesti. Gilthanas llegó después del desayuno, vestido con una túnica azul y cota de mallas.

—Dispondremos de provisiones —dijo señalando a unos guerreros que se acercaban con unas bolsas.

—Si lo necesitáis, también podemos suministraros armas.

—Tika necesita una cota de mallas, un escudo y una espada —dijo Caramon.

—Le facilitaremos lo que podamos, aunque dudo que dispongamos de una cota de mallas tan pequeña.

—¿Cómo se encuentra Theros Ironfield? —preguntó Goldmoon.

—Está descansando apaciblemente, sacerdotisa de Mishakal—dijo Gilthanas bajando respetuosamente la cabeza para saludar a Goldmoon.

—Por supuesto los míos se lo llevarán cuando partan. Podéis despediros de él si lo deseáis.

Pronto regresaron los elfos con diferentes cotas de mallas para Tika, y una espada corta y ligera, obsequio de las mujeres elfas. Al ver el casco y el escudo, los ojos de Tika resplandecieron. Estaban diseñados por elfos, labrados y decorados con joyas.

Gilthanas tomó el casco y el escudo que un elfo le tendía.

—Aún debo agradecerte que me salvaras la vida en la posada —le dijo a Tika.

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