Los guerreros entraron primero, flanqueando al mago, que sostenía su bastón en alto. La gigantesca sala debía haber sido magnífica, pero ahora estaba en tal estado de decadencia, que los signos de su antiguo esplendor le daban un aire patético. A lo largo de la cámara había dos filas de siete columnas cada una, aunque algunas no estaban completas. Parte de la pared del fondo estaba destrozada, como prueba palpable de la gran fuerza destructora del Cataclismo. A un lado había dos puertas dobles de bronce.
Cuando Raistlin avanzó, los demás se dispersaron por la sala. De pronto, Caramon soltó un grito ahogado. El mago se apresuró a iluminar lo que su hermano señalaba con mano temblorosa.
Ante ellos tenían un voluminoso trono vistosamente tallado en granito y flanqueado por dos inmensas estatuas de mármol que miraban al frente con sus ciegos ojos. El trono que custodiaban no estaba vacío. Sobre él se hallaba el esqueleto de lo que debió haber sido un varón, cuya raza era ahora imposible de determinar. La figura estaba ataviada con regios ropajes, viejos y gastados, aunque aún podía apreciarse su antiguo esplendor. Una capa cubría los descarnados hombros y una reluciente corona reposaba sobre la calavera. Los huesos de sus manos descansaban sobre una espada envainada.
Gilthanas cayó de rodillas.
—Kith-Kanan —susurró:
—Estamos en la Cámara de los Antepasados, su tumba. Nadie había estado aquí desde que los sacerdotes elfos desaparecieran tras el Cataclismo.
Tanis contempló el trono hasta que, lentamente, embargado por sentimientos que no podía comprender, se hincó de rodillas.
—¡Qué espada tan bella! —exclamó Tasslehoff rasgando el respetuoso silencio con su aguda voz. Tanis le miró con expresión severa.
—¡No voy a llevármela! Sólo lo he comentado como un detalle a resaltar... —protestó el kender, ofendido.
Tanis se puso en pie.
—Pues no la toques —le dijo severamente al kender, disponiéndose a explorar el resto de la sala.
Tas se acercó a examinar la espada y Raistlin lo imitó. El mago comenzó a murmurar extrañas palabras.
—Está encantada.
Tas dio un respingo.
—¿Un encantamiento bueno o malo?
—Eso es algo imposible de saber, pero ya que hace tantos años que nadie la ha tocado, yo no me arriesgaría a hacerlo...
Dándose la vuelta, se alejó. Tas no se movió, tentado de desobedecer a Tanis y correr el riesgo de ser convertido en algo ignoto.
Mientras el kender seguía carcomido por la duda, los demás palpaban las paredes intentando encontrar alguna entrada secreta. Flint colaboraba, dándoles extensas explicaciones sobre los pasadizos secretos construidos por los enanos. Gilthanas se dirigió hacia el extremo opuesto de donde se hallaba el trono de Kith-Kanan, hacia la doble puerta de bronce. Estaba ligeramente entornada y sobre ella había un mapa en relieve de Pax Tharkas. El elfo llamó a Raistlin y le pidió que lo iluminase.
Caramon, echando una última mirada a la figura esquelética del imponente rey muerto, se reunió con Sturm y Flint, que seguían buscando alguna entrada oculta. Al final Flint llamó a Tasslehoff:
—¡Eh, tú, kender inútil, ésta es tu especialidad. O por lo menos debería serlo, ya que siempre estás alardeando de cómo encontraste una puerta que había permanecido oculta durante cien años y que llevaba a la gran joya de tal o de cual...
—Fue en un lugar como éste —dijo Tas con su atención fija en la espada. Se disponía a ayudarles pero, de repente, se detuvo de golpe.
—¿Qué es eso? —preguntó, irguiendo la cabeza.
—¿El qué? —dijo Flint sin dejar de palpar las paredes.
—Ese sonido rasposo. Viene de esas puertas.
Tanis alzó la mirada; había aprendido tiempo atrás a respetar el oído de Tasslehoff. Caminó hacia las puertas, donde Gilthanas y Raistlin seguían concentrados en el mapa. De repente, Raistlin dio un paso atrás. Por la puerta entreabierta se filtraba un fétido olor. Ahora sí, todos pudieron oír el sonido rasposo, además de un suave goteo de agua.
—¡Cerrad esa puerta! —exclamó Raistlin apremiándolos.
—¡Caramon! ¡Sturm! —gritó Tanis. Ambos corrían ya hacia las puertas de bronce, con Eben. Se apoyaron contra ellas, pero se echaron atrás cuando las puertas se abrieron de par en par, golpeando contra las paredes y retumbando con gravedad. Un monstruo entró en la sala.
—¡Ayúdanos, Mishakal! —Goldmoon invocó el nombre de la diosa y se apoyó en la pared. El extraño ser entró en la cámara con agilidad, a pesar de su inmenso volumen. El rasposo sonido que habían oído lo producía su cuerpo hinchado, al deslizarse por el suelo.
—¡Es una babosa gigante! —dijo Tas acercándose a examinarla con curiosidad.
—¡Mirad lo grande que es! ¿Cómo creéis que ha crecido tanto. ¿Qué comerá?