Nadie contestó. Para entonces, todos percibían ya la aciaga sensación que Raistlin había mencionado. Disminuyeron el paso, y si continuaron caminando fue tan sólo gracias a la fuerza que les confería mantenerse unidos. Laurana, casi paralizada, se apoyó en la pared para no caerse. Deseaba que Tanis la reconfortara y la protegiera, como cuando de jóvenes se enfrentaban a enemigos imaginarios, pero el semielfo caminaba en primer lugar junto a Gilthanas. Cada uno debía enfrentarse individualmente a sus propios temores. En ese momento, Laurana resolvió que prefería morir antes de pedirle ayuda. Pensó que realmente estaba decidida a conseguir que Tanis se sintiese orgulloso de ella. Se apartó de la pared del viejo pasadizo, apretó los dientes y siguió caminando.
Súbitamente éste, acabó en una pared de roca. Cascajos y pedazos de piedra se amontonaban esparcidos al pie de un boquete abierto en la misma. Los compañeros tuvieron la sensación de que algo funesto fluía desde la oscuridad del agujero, algo que se mecía alrededor suyo, tocándoles con dedos invisibles. Se detuvieron, y nadie —ni siquiera el kender— osó atravesarlo.
—No es que tenga miedo —le confió Tas a Flint—, pero la verdad es que preferiría estar en cualquier otro lugar.
El silencio se hizo opresivo. Podían oír los latidos de su propio corazón y la respiración de los demás. La luz titilaba y fluctuaba en la temblorosa mano del mago.
—Bueno, no podemos quedarnos aquí para siempre —dijo Eben con voz ronca.
—¡Que entre el elfo, que es quien nos ha traído!
—Entraré —respondió Gilthanas—, pero me hará falta luz.
—Yo soy el único que debería tocar este bastón —siseó Raistlin. Tras una pausa añadió de mala gana: Iré contigo.
—Raistlin... —comenzó a decir Caramon, pero su hermano lo miró con frialdad.
—Iré con vosotros —murmuró el guerrero.
—No —dijo Tanis.
—Tú quédate aquí y ocúpate de los demás. Iremos Gilthanas, Raistlin y yo.
Gilthanas cruzó el agujero de la pared seguido del mago y de Tanis. La luz iluminó una estrecha habitación que se perdía en la oscuridad más allá del resplandor. A ambos lados de la misma, había dos hileras de grandes puertas de piedra. sujetas por inmensos goznes de hierro clavados directamente en la pared de roca. Raistlin sostuvo el bastón en alto, iluminando la sombría cámara. Los tres se dieron cuenta de que aquella aciaga sensación emanaba precisamente de aquel lugar.
—Las puertas están esculpidas —murmuró Tanis. La luz del bastón mostraba el relieve de unas figuras de piedra.
Gilthanas se las quedó mirando.
—¡El Yelmo Real! —dijo con voz entrecortada.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Tanis, sintiendo que el elfo le contagiaba su temor, como si se tratase de un virus infeccioso.
—Son las criptas de la Guardia Real. Los guardianes están obligados a seguir con su cometido incluso después de muertos, y a custodiar a su rey... al menos eso es lo que dice la leyenda...
—¡Las leyendas cobran vida de nuevo! —Raistlin se sobresaltó, agarrándose del brazo de Tanis. El semielfo oyó cómo, de pronto, los inmensos bloques de piedra se movían y los goznes de hierro crujían. Al volver la cabeza vio que las puertas comenzaban a abrirse. La cámara se llenó de un frío tan intenso que Tanis sintió que sus manos se entumecían. Algo se movía tras las puertas de piedra.
—¡La Guardia Real! ¡Las huellas que vimos debían ser suyas! —susurró Raistlin nervioso.— Son y no son humanos...
—¡No tenemos escapatoria! —dijo oprimiendo el brazo de Tanis cada vez más fuerte.
—A diferencia de los espectros del Bosque Oscuro, éstos sólo tiene una misión... ¡destrozar a cualquiera que cometa el sacrilegio de perturbar el descanso de su rey!
—¡Debemos intentar huir! —exclamó Tanis tratando de deshacerse de los finos pero firmes dedos del mago. Corrió hacia la entrada pero la encontró bloqueada por una figura.
—¡Dejadme pasar! —exclamó Tanis.
—¡Corred! ¿Quién sois... Fizban? ¡Estás loco, anciano! ¡Hemos de huir! ¡Los guardias muertos...!
—Oh, cálmate —murmuró el anciano.
—Los jóvenes sois unos alarmistas —se dio la vuelta y ayudó a alguien más a entrar. Era Goldmoon, su cabello relucía bajo la luz.
—Todo irá bien. ¡Mira! —El medallón que llevaba centelleaba con una luz azulada.
—Fizban dijo que si veían el medallón nos dejarían pasar y en el preciso momento en que lo dijo... ¡comenzó a brillar!
—¡No entréis! —Tanis se disponía a ordenarle que retrocediera, pero Fizban le golpeó el pecho con un dedo largo y huesudo.
—Eres un buen hombre, Tanis, semielfo, pero te preocupas demasiado. Veamos, lo mejor será que te tranquilices mientras nosotros intentamos enviar a esas pobres almas a descansar de nuevo. Ve y trae a los demás.
Tanis, demasiado asombrado para pronunciar palabra, contempló pasar a Goldmoon y a Fizban seguidos de Riverwind. Caminaron lentamente entre las hileras de puertas de piedra. El movimiento que se había iniciado tras cada una de las puertas, cesaba a su paso. Incluso a esa distancia, pudo sentir que aquella sensación funesta y maligna se evaporaba.