Читаем El retorno de los dragones полностью

—¡Corred! —chilló Tanis. Agarrando a Laurana de la mano, comenzó a correr hacia la hendidura de la pared. Empujándola por el hueco, se volvió, preparándose para mantener a la babosa acorralada mientras los demás escapaban. Pero el apetito de la babosa se había evaporado. Retorciéndose de dolor, se giró lentamente y se deslizó de vuelta a su cubil. De sus heridas manaba un líquido viscoso.

Los compañeros se apretujaron en el túnel, deteniéndose unos segundos para dejar reposar sus corazones y recobrar el aliento. Raistlin, jadeando, se apoyó en su hermano. Tanis miró a su alrededor.

—¿Dónde está Tasslehoff? —preguntó sorprendido. Mientras se volvía para regresar a la sala, casi tropieza con el kender.

—Te traje la funda —dijo Tas alzándola—, para la espada.

—Retrocedamos por el túnel — dijo Tanis con firmeza, acallando las preguntas.

Al llegar al cruce, se dejaron caer a descansar sobre el polvoriento suelo. Tanis se volvió hacia la elfa.

—¡En nombre de los Abismos! ¿Laurana, qué estás haciendo aquí? ¿Ha ocurrido algo en Qualinost?

—No, no ha ocurrido nada. Simplemente he... he venido...

—¡Entonces vas a regresar ahora mismo! —chilló enojado Gilthanas agarrando a Laurana. Ella se apartó de él.

—No pienso regresar. Vengo contigo y con Tanis... y con los demás.

—Laurana, esto es una locura —exclamó Tanis.

— No es un paseo. Esto no es un juego. Ya has visto lo que ha pasado ahí dentro... ¡casi nos matan!

—Lo sé, Tanthalas. Me dijiste que, a veces, llega un momento en el que uno debe arriesgar su vida por algo en lo que cree firmemente. He sido yo la que os he estado siguiendo.

—Te podíamos haber matado... —comenzó a decir Gilthanas.

—¡Pero no lo hicisteis! He sido entrenada como un guerrero... como todas las mujeres elfas desde aquellos tiempos en los que luchamos junto a nuestros hombres para salvar nuestra tierra.

—Pero ése no fue un entrenamiento serio... —comenzó a decir Tanis enojado.

—Os he seguido, ¿no? Con mucha habilidad, ¿verdad? —le preguntó Laurana a Sturm.

—Sí —admitió él.

—No obstante, eso no significa...

Raistlin los interrumpió.

—Estamos perdiendo tiempo. Y por lo que a mí respecta, no tengo ganas de pasar más rato del necesario en este pasadizo mohoso y húmedo —hablaba jadeando, pues le resultaba imposible respirar normalmente—. La muchacha, ya ha tomado una decisión. Ninguno de nosotros puede acompañarla de vuelta, tampoco podemos confiar en que regrese sola. Podría ser capturada y obligada a revelar nuestros planes. Debemos llevarla con nosotros.

Tanis miró al mago, odiándole por su lógica fría y certera. El semielfo se puso en pie, tirando del brazo de Laurana y obligándola a hacer lo mismo. También sentía hacia ella algo parecido al odio; aunque no lo comprendía muy bien, sabía que la muchacha le estaba complicando una tarea que ya de por sí no le resultaba nada fácil.

—Estás aquí por tu voluntad —le dijo lentamente, mientras el resto del grupo se levantaba y recogía sus cosas.

—Yo no puedo estar pendiente de ti, protegiéndote. Gilthanas tampoco. Te has comportado como una mocosa mal educada. Ya te lo dije una vez... será mejor que madures. Si no lo haces, ¡lo más seguro es que consigas que te maten a ti y a todos nosotros!

—Lo siento, Tanthalas. Pero no quería perderte, no ahora que habías regresado. Te amo. Conseguiré que te sientas orgulloso de mí.

Tanis se giró y comenzó a caminar. Al ver la mueca de Caramon y oír la risita de Tika, se sonrojó. Sin hacerles ningún caso, se acercó a Sturm y a Gilthanas.

—Finalmente, parece que tendremos que tomar el pasadizo de la derecha, le guste o no a Raistlin. —Se colocó en la cintura la nueva espada y la vaina, sin dejar de notar los ojos del mago clavados en el arma.

—¿Qué ocurre ahora? —le preguntó nervioso.

—Esta espada está encantada, ¿cómo la conseguiste?

Tanis se sobresaltó. Observó la espada, apartando la mano como si de pronto creyese que podía convertirse en una serpiente. Frunció el ceño, intentando recordar.

—Me encontraba cerca del trono del rey elfo, buscando algo para arrojarle a la babosa, cuando, de repente, vi que mi mano empuñaba esta espada. Ya no estaba en la vaina y... —Tanis hizo una pausa, atragantándose.

—¿Ah sí? —le apremió Raistlin.

—El me la dió. Recuerdo que su mano tocó la mía. Él la sacó de la funda.

—¿Quién? —preguntó Gilthanas—. Ninguno de nosotros estábamos allí.

—Kith-Kanan...

10

La guardia Real. La sala de la Cadena.

Tal vez fuera sólo su imaginación, pero a medida que avanzaban por el pasadizo, la oscuridad parecía espesarse cada vez más y el aire parecía cada vez más frío. Sabían que esto último no era normal en una gruta, donde la temperatura acostumbra a mantenerse constante. De pronto pasaron ante una ramificación del túnel, pero a ninguno se le ocurrió tomarla, porque lo más probable es que los llevara de vuelta a la Cámara de los Antepasados y a la babosa herida.

—Gracias al elfo esa babosa casi nos mata —recriminó Eben,

—Me gustaría saber qué otras sorpresas nos aguardan aquí abajo...

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