—La hora del almuerzo. La verdad es que podríamos descansar aquí mismo. Este lugar es tan seguro como cualquier otro. —Fizban volvió a sentarse y sacando un puñado de quith-pa, lo masticó ruidosamente. La seta luminosa comenzó a revolotear hasta posarse sobre el ala de su sombrero.
Tas se sentó junto al mago y empezó a comer su ración de frutos secos. De pronto comenzó a olisquear, sentía un olor extraño, como si alguien estuviese quemando unos viejos calcetines. Alzó la mirada, suspiró y tiró de la túnica del anciano.
—Um... Fizban... Se te está quemando el sombrero.
—Flint —dijo Tanis severamente—. Te lo digo por última vez... estoy tan preocupado como tú de que hayamos perdido a Tas, ¡pero no podemos regresar! Está con Fizban, y conociendo a ese par, seguro que se las arreglan para salir del embrollo en el que se encuentren.
—Eso si es que no destruyen antes la fortaleza —refunfuñó Sturm.
El enano se frotó los ojos, giró sobre sus talones y se dirigió hacia una esquina, dejándose caer al suelo, malhumorado.
Tanis volvió a sentarse. Comprendía el estado de ánimo de Flint. Era extraño, había sentido la tentación de estrangular al kender tantas veces, y ahora que no estaba allí lo echaba de menos. Tasslehoff poseía una innata e inagotable jovialidad que lo convertía en un maravilloso compañero. Nada conseguía amedrentarlo y, por tanto, nunca se rendía. y cuando se encontraba en un aprieto, jamás perdía el rumbo. Tal vez su actuación no fuese siempre la correcta, pero al menos estaba dispuesto a actuar. Tanis sonrió con tristeza. Confiaba en que ésta no fuera la última aventura del kender.
Los compañeros descansaron durante un rato, comieron quith-pa y bebieron agua fresca de un pozo que encontraron. Raistlin recuperó el conocimiento pero no quiso comer nada; tomó un sorbo de agua, y volvió a tenderse. Fue Caramon quien —con cautela, pues tenía miedo que aquello le disgustara —le comunicó la noticia de la desaparición de Fizban. Pero Raistlin simplemente se encogió de hombros, cerró los ojos y se sumergió en un profundo sueño.
Cuando Tanis sintió que recuperaba fuerzas, se puso en pie y se reunió con Gilthanas, quien se hallaba concentrado examinando un mapa. Al pasar ante Laurana, que estaba sentada sola, le sonrió. Ella fingió no darse cuenta y Tanis suspiró. Se arrepentía de haber sido tan duro con ella en el Sla-Mori. Debía admitir que en los momentos de peligro, la muchacha se había comportado con valentía. Había hecho todo lo que se le había ordenado, rápidamente y sin hacer preguntas. Tanis resolvió pedirle disculpas, pero primero necesitaba hablar con Gilthanas.
—¿Cuál es el plan? —preguntó sentándose sobre una de las canastas de la bodega.
—Sí, ¿dónde estamos? —preguntó Sturm. A los pocos segundos, todos se sentaban alrededor del mapa excepto Raistlin, quien, aunque simulaba dormir, no logró engañar a Tanis que observó cómo entre los párpados supuestamente cerrados del mago, relucía una rendija dorada.
Gilthanas extendió el mapa sobre el suelo.
—Aquí están la fortaleza de Pax Tharkas y las minas. Nos encontramos en las bodegas, en el nivel más bajo. Después de este corredor, a unos cincuenta pies de aquí, están las celdas de mujeres. Aquí está el cubil de Ember, uno de los dragones rojos. El dragón es tan grande que el cubil se extiende hasta el nivel de la superficie, comunicando además con la habitación de Lord Verminaard en el primer nivel y con una galería del segundo nivel que da a cielo abierto.
Gilthanas sonrió con amargura.
—En el primer nivel, tras las habitaciones de Verminaard, está la prisión donde encierran a los niños. El Señor del Dragón es muy astuto al mantener a los prisioneros separados; sabe que las mujeres nunca accederán a huir sin sus hijos, y que los hombres no se fugarán sin sus familias. Los niños están vigilados por un segundo dragón rojo. Los hombres —unos trescientos—, trabajan en las minas de las montañas, donde trabajan, además, varios cientos de enanos gully.
—Por lo que se ve, sabes mucho de Pax Tharkas —dijo Eben.
Gilthanas le miró con furia.
—¿Qué insinúas?
—No insinúo nada. Sólo que para no haber estado nunca aquí, sabes muchas cosas sobre este lugar. ¿Y no es una extraña casualidad que en el Sla-Mori nos topásemos con varios seres que casi nos matan?
—Eben, ya estamos hartos de tus sospechas —dijo Tanis hablando pausadamente.
—No creo que ninguno de nosotros sea un traidor, pues, como dice Raistlin, si alguno lo fuera podría habernos traicionado anteriormente. ¿Qué sentido tendría el habernos dejado llegar hasta aquí?
—Entregarme a mí y los Discos a Lord Verminaard—dijo Goldmoon en voz baja.
—Tanis, él sabe que estoy aquí. Él y yo estamos unidos por nuestra fe.
—¡Eso es ridículo! —espetó Sturm.
—No, no lo es —dijo Goldmoon.