—Recordad que las constelaciones que faltan son dos. Una de ellas es la de la Reina de la Oscuridad. De las pocas cosas que he conseguido averiguar sobre los Discos de Mishakal, es que la reina también es una de las antiguas diosas. Los dioses del bien compiten con los del mal, y los dioses de la neutralidad intentan mantener el equilibrio. Verminaard venera a la Reina de la Oscuridad tal como yo venero a Mishakal: esto es lo que quiso decir mi diosa al declarar que nosotros debíamos restablecer el equilibrio. A lo único que teme Verminaard es al mensaje de los antiguos dioses del bien, del cual yo soy portadora. Por tanto, está ejerciendo todo su poder para encontrarme. Cuanto más tiempo permanezca aquí...
—Razón de más para que dejemos de discutir —declaró Tanis dirigiéndole una mirada a Eben.
El luchador se encogió de hombros.
—Ya he hablado lo suficiente. Estoy con vosotros.
—¿Cuál es tu plan, Gilthanas? —preguntó Tanis, irritado al notar que Sturm, Caramon y Eben intercambiaban una rápida mirada. Tres humanos unidos contra los elfos, pensó. Tal vez el que esté equivocado sea yo, al creer en la lealtad de Gilthanas por el mero hecho de ser un elfo.
Gilthanas también vio el intercambio de miradas. Durante unos segundos les devolvió la mirada fijamente, sin parpadear, luego comenzó a hablar en tono comedido, eligiendo cuidadosamente sus palabras, como si temiese revelar más de lo necesario.
—Cada mañana, diez o doce mujeres abandonan su celda para llevarles la comida a los hombres que trabajan en las minas. Así, el Gran Señor permite que los hombres comprueben que él respeta su parte del trato. Por el mismo motivo se permite a las mujeres visitar a los niños una vez al día. Mis guerreros y yo habíamos planeado disfrazarnos de mujeres, ir a las minas y explicarles a los hombres nuestra intención de liberarlos, alertándolos para que estuviesen preparados para la rebelión. A parte de esto, no habíamos planeado nada más, sobre todo en lo que respecta a la liberación de los niños. Nuestros espías nos informaron que había algo extraño en el dragón que los vigila, pero no pudimos averiguar qué.
—¿Qué espí...? —comenzó a preguntar Caramon, pero al ver la mirada de Tanis, cambió la pregunta.
—¿Cuándo daremos el golpe?
—El golpe será mañana por la mañana, aprovechando que Lord Verminaard y Ember se reúnen con sus ejércitos en las afueras de Qualinesti. Hace mucho tiempo que preparan esta invasión, por lo que no creo que quieran perdérsela.
El grupo siguió discutiendo el plan durante varios minutos, ultimándolo, coincidiendo todos ellos en que parecía viable. Mientras los demás recogían sus cosas, Caramon despertó a su hermano. Sturm y Eben abrieron la puerta que llevaba al corredor, que parecía vacío, aunque podía escucharse el débil sonido de unas risas de borracho provenientes de una habitación que había enfrente. Debían ser draconianos. Cautelosamente, el grupo se deslizó por el oscuro y sórdido pasadizo.
Tasslehoff se hallaba en el centro de lo que había denominado la Sala del Mecanismo, mirando hacia el corredor tenuemente iluminado por la seta luminosa. El kender comenzaba a desanimarse. Este era un sentimiento que no tenía a menudo y que además le producía náuseas.
—Tiene que haber alguna forma de salir de aquí —murmuró el kender.
—¡Seguramente de tanto en tanto revisan el mecanismo, o vienen a admirarlo, o traen a grupos de turistas para que lo visiten, o algo!
Él y Fizban habían pasado mucho tiempo recorriendo el túnel de un lado a otro, reptando entre las innumerables cadenas. No encontraron nada. Era húmedo, frío y estaba cubierto de polvo.
—Hablando de luz —dijo el viejo mago de pronto. —Echa un vistazo a esto.
Tasslehoff miró. Por una grieta que había en la parte baja de la pared cercana a la entrada del pasadizo se veía una pequeña rendija de luz. De pronto oyeron unas voces y la luz aumentó de intensidad, como si en la habitación que tenían debajo hubiesen prendido varias antorchas.
—Tal vez podamos salir por aquí —dijo el anciano.
Tas se arrodilló y pegó el ojo a la grieta.
—¡Ven! ¡Mira!
Se veía una amplia habitación lujosamente amueblada. ¡Eran los aposentos de Lord Verminaard!
Las habitaciones privadas de Verminaard habían sido decoradas con toda clase de objetos bellos, delicados y, sobre todo, valiosos, hallados en sus dominios. En el centro había un trono suntuoso. De las paredes pendían extraños y principescos espejos de plata, distribuidos de tal forma que no importaba hacia donde dirigiera la vista un aterrorizado prisionero, porque, mirara donde mirara, siempre se encontraba con los fulminantes ojos del Señor del Dragón, que echaban chispas bajo su grotesco casco astado.
—¡Debe ser Verminaard! ¡Seguro que es él! —le susurró Tas a Fizban. El kender contuvo la respiración, sobrecogido.
—Y aquél debe ser su dragón, Ember, el que mató a los elfos en Solace, según contó Gilthanas.