Читаем El retorno de los dragones полностью

—Cuida de que durante estos tiempos de profunda oscuridad, al contemplarlos, este hombre y esta mujer vean su duro camino aliviado por el amor. Loado y brillante dios, dios de humanos y de elfos, dios de kenders y de enanos, bendice a estos tus hijos. Que el amor que hoy siembran en sus corazones sea alimentado por sus almas y germine en un árbol de vida que proteja con su sombra a todos los que busquen refugio bajo sus frondosas ramas. Tras haber unido vuestras manos, haber intercambiado vuestros votos y regalos, tú, Riverwind, nieto de Wanderer, y tú, Goldmoon, hija de Chieftain, os convertís en un único ser, tanto en vuestro corazón como ante los dioses y ante los hombres.

Riverwind tomó el anillo de las manos de Goldmoon y se lo colocó en uno de sus finos dedos. Goldmoon tomó el anillo de Riverwind. Siguiendo la costumbre de los Que-shu, él se arrodilló ante ella, pero Goldmoon negó con la cabeza.

—Levántate, guerrero —dijo, sonriendo y llorando al mismo tiempo.

—¿Es una orden?

—Es la última orden de la hija de Chieftain.

—Riverwind se puso en pie. Goldmoon le colocó el dorado anillo en el dedo. Entonces Riverwind la tomó en sus brazos y la abrazó. Sus labios se encontraron, sus cuerpos se enlazaron y sus espíritus se fundieron en uno. Los presentes explotaron en un jubiloso clamor y cientos de antorchas llamearon. El sol se hundió tras las montañas, dejando el cielo bañado en un perlado tinte púrpura y rojo pálido, que pronto se disolvió en el zafiro de la noche.

Los esposos descendieron la colina a hombros de la alegre muchedumbre y comenzó la fiesta y la diversión. Sobre la hierba se habían colocado inmensas mesas, talladas en madera de los pinos del bosque. Los niños, libres de la solemnidad de la ceremonia, corrían y gritaban, jugando a matar dragones. Aquella noche la preocupación y el miedo no ocupaban sus mentes. Los hombres abrieron los grandes toneles de cerveza y vino que habían conseguido sacar de Pax Tharkas y comenzaron a beber a la salud de los nuevos esposos. Las mujeres trajeron bandejas con comida: carne de venado, frutas y verduras, que habían conseguido en el bosque.

—Salid de mi camino, dejadme lugar —gruñó Caramon sentándose a la mesa. Los compañeros, riendo, se movieron para hacerle sitio. Maritta y otras dos mujeres se adelantaron, situando ante el guerrero dos fuentes repletas de carne de venado.

—¡Comida de verdad! —suspiró Caramon.

—¡Eh! —exclamó Flint, pinchando de su plato un pedazo de chisporroteante carne.

—¿Vas a comerte esto?

Caramon, rápidamente y en silencio, vació sobre la cabeza del enano una jarra de cerveza.

Tanis y Sturm estaban sentados uno al lado del otro, charlando tranquilamente. De tanto en tanto, la mirada del semielfo se desviaba hacia Laurana. La muchacha, sentada en otra mesa, hablaba animadamente con Elistan. Tanis la encontraba bellísima esa noche, y muy diferente a la chiquilla enamorada que lo había seguido desde Qualinesti. Se dijo a sí mismo que le gustaba el cambio experimentado por la muchacha. Además, se sorprendió, de pronto, preguntándose de qué estarían hablando ella y Elistan con tanto interés.

Sturm le tocó el brazo. Tanis dio un respingo. Había perdido el hilo de la conversación. Enrojeciendo, se disponía a disculparse cuando vio una extraña expresión en el rostro del caballero.

—¿Qué ocurre? —dijo Tanis alertado, dispuesto a levantarse.

—Silencio, no te muevas —le ordenó Sturm.

—Simplemente mira hacia allá... allá, sentado a solas...

Tanis, asombrado, miró hacia donde Sturm señalaba y vio a un hombre solo, encorvado sobre la comida, comiendo distraídamente, como si no la saborease. Cada vez que alguien se acercaba, el hombre se tiraba hacia atrás, mirando a quienquiera que fuese nerviosamente, hasta que volvía a quedarse solo. De pronto, tal vez notando que Tanis lo observaba, levantó la cabeza y los miró directamente. El semielfo dio un respingo y soltó el cuchillo.

—¡Pero es imposible! —exclamó con voz entrecortada. —¡Le vimos morir con Eben! Es imposible que sobreviviese...

—Entonces no me he equivocado —dijo Sturm con seriedad.

—Tú también lo reconoces. Pensé que estaba volviéndome loco. Vayamos a hablar con él.

Pero al mirar de nuevo, el hombre ya se había ido. Le buscaron rápidamente entre la multitud, pero no pudieron encontrarlo.

Cuando Lunitari y Solinari se elevaron en el cielo, las parejas de esposos formaron un círculo alrededor de los recién casados y comenzaron a cantar canciones de boda. Las parejas de novios danzaban fuera del círculo mientras los niños brincaban y gritaban, alegres de estar en pie pasada su habitual hora de ir a dormir. Las fogatas ardían intensamente, las voces y la música llenaban la atmósfera, las lunas iban ascendiendo, iluminando el cielo. Los ojos de Goldmoon y de Riverwind brillaban más intensamente que las lunas o que el ardiente fuego.

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