Читаем El retorno de los dragones полностью

Tanis se quedó fuera del círculo, observando a sus amigos. Laurana y Gilthanas bailaron una antigua danza elfa de gran belleza y entonaron un himno a la felicidad. Sturm y Elistan hablaban de sus planes de viajar hacia el sur para buscar la legendaria ciudad portuaria de Tarsis la Bella, donde esperaban poder encontrar barcos en los que llevarse a los refugiados lejos de aquellas tierras en guerra. Tika, harta de ver a Caramon comer y comer, comenzó a incomodar a Flint hasta conseguir que el enano, finalmente, accediese a bailar con ella.

¿Dónde estará Raistlin? pensó Tanis. El semielfo recordó haberlo visto en el banquete. El mago había comido poco, bebiéndose luego su poción de hierbas. Le había parecido extrañamente pálido y callado. Tanis decidió buscarlo. Esa noche, la compañía del chocante y cínico mago le parecía más apropiada que la música y las risas.

Tanis vagó en la oscuridad, tenuemente iluminada por la luz de las lunas. Encontró a Raistlin sentando sobre el tocón de un viejo árbol, cuyos calcinados restos yacían esparcidos por el suelo. El semielfo tomó asiento junto al silencioso mago.

Una pequeña sombra se deslizó entre los árboles que había tras ellos. ¡Tasslehoff descubriría al fin de qué hablaban ese par!

Los extraños ojos de Raistlin observaban fijamente las tierras del sur, que se vislumbraban a través de un hueco entre las altas montañas. El viento seguía soplando de aquella dirección, pero estaba comenzando a cambiar de rumbo. La temperatura estaba bajando y Tanis notó que el frágil mago temblaba. El semielfo lo miró, sobresaltándose al ver el inmenso parecido de Raistlin con su hermanastra Kitiara. Fue una visión fugaz que desapareció con la misma rapidez con la que había aparecido, pero que hizo que Tanis recordara a la muchacha, aumentando su sensación de intranquilidad. Sus manos juguetearon nerviosas con un pedazo de la corteza del árbol.

—¿Qué ves en el sur? —preguntó de repente.

Raistlin lo miró.

—¿Qué es lo que siempre veo con mis ojos, Tanis? —susurró el mago con amargura.

—Veo muerte, muerte y destrucción. Veo guerra... Las constelaciones no han regresado. La Reina de la Oscuridad no está vencida.

—Puede que no hayamos ganado la guerra, pero desde luego hemos ganado una importante batalla...

Raistlin tosió y movió la cabeza apesadumbrado.

—¿No crees que hay esperanza? .

—La esperanza es una negación de la realidad. Es la zanahoria que se agita ante el caballo de tiro para que siga avanzando, luchando en vano por alcanzarla.

—¿Estás diciendo que deberíamos rendimos? —preguntó Tanis irritado, lanzando la corteza al suelo.

—Lo que digo es que deberíamos tirar la zanahoria y avanzar con los ojos bien abiertos. —Tosiendo, se arropó con su capa.

—¿Cómo vas a luchar contra los dragones, Tanis? ¡Pues habrá más! ¡Más de los que puedas imaginar! ¿Y dónde está ahora Huma? ¿Dónde está la lanza Dragonlance? No, semielfo, no. No me hables de esperanza.

Tanis no respondió, y el mago guardó silencio. Raistlin siguió mirando hacia el sur y el semielfo dirigió la mirada hacia el cielo, hacia los grandes huecos dejados por las estrellas desaparecidas.

Tasslehoff, aún tras los pinos, se sentó sobre la hierba.

—¡No hay esperanza! —repitió el kender tristemente, arrepintiéndose de haber seguido al semielfo.

—¡No puedo creerlo! —se dijo, pero su mirada se desvió hacia Tanis que seguía observando las estrellas. Tanis sí lo creía, comprendió el kender, y aquel pensamiento le llenó de temor.

Desde la muerte de Fizban, el viejo mago, el kender había experimentado un cambio. Comenzó a pensar que aquella aventura iba en serio, que muchos habían pagado con sus vidas. Se preguntó por qué estaba allí, y pensó que tal vez la respuesta era la que le había dado a Fizban... las pequeñas cosas para las que él servía tenían su importancia en el esquema de las grandes cosas.

Pero, al kender no se le había ocurrido hasta ese momento que todo aquello pudiera ser inútil, que tal vez no existía ninguna diferencia, que podían seguir sufriendo y perdiendo a seres queridos —como Fizban—, y que no obstante al final los dragones vencerían.

—De todas formas, debemos intentarlo y no perder las esperanzas —se dijo a sí mismo el kender en voz baja.

—Eso es lo que importa... seguir adelante y no perder las esperanzas. Tal vez sea lo más importante de todo.

Algo cayó flotando suavemente desde el cielo, rozando la nariz del kender. Tas alargó la mano y lo agarró.

Era una pequeña pluma blanca.

Cántico de Huma

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