—Vuestro amor y vuestra fe han sido los que han devuelto al mundo la esperanza. Ambos habéis estado dispuestos a sacrificar vuestras vidas por esta promesa de esperanza, y os habéis salvado la vida el uno al otro. Aún brilla el sol, pero su luz ya está palideciendo y se acerca la noche. Igualmente, vosotros deberéis caminar aún en la oscuridad antes de que el sol luzca de nuevo, pero vuestro amor será como una antorcha que ilumine el camino.
Tras pronunciar estas palabras, Elistan dio un paso atrás y comenzó a hablar a todos los reunidos. Al principio su voz se quebraba, pero fue haciéndose más firme a medida que iba sintiéndose invadido por la paz de los dioses, que le confirmaban así su bendición a la pareja.
—La mano izquierda es la mano del corazón —dijo, situando la mano izquierda de Goldmoon sobre la mano izquierda de Riverwind y cubriendo ambas manos con la suya.
—Unimos nuestras manos para que el amor que hay en los corazones de este hombre y de esta mujer pueda fundirse y crear algo aún más grande, como se unen dos riachuelos para formar un poderoso río. El río fluye por la tierra, ramificándose en afluentes, abriendo nuevos caminos, a pesar de encaminarse siempre hacia el mar eterno. Paladine, dios de los dioses, recibe el amor de esta pareja y bendícelo, otorgando paz a sus corazones aunque no la haya en esta asolada tierra.
En aquel silencio pleno de dicha, los esposos se abrazaban, los amigos se acercaban, los niños se arrimaban a sus padres en silencio. Los corazones impregnados de pesar quedaban reconfortados. Todos sentían paz.
Goldmoon miró a Riverwind a los ojos y comenzó a hablar pausadamente.
Después habló Riverwind:
Cuando acabaron de pronunciar los votos, intercambiaron los regalos. Goldmoon le tendió tímidamente su regalo a Riverwind. Era un anillo trenzado con su propio cabello, enmarcado entre dos aros de oro y plata tan finos como el mismo pelo. Goldmoon le había dado a Flint las joyas de su madre para que el enano las trabajase; las viejas manos del enano no habían perdido su destreza.
Entre las ruinas de Solace, Riverwind había encontrado una rama de vallenwood que no había resultado dañada por la llamarada del dragón. La había guardado y con ella había hecho su regalo; un anillo completamente liso. La madera pulida del vallenwood era de un intenso color oro, con rayas y espirales marrón pálido. Goldmoon, al tomarlo entre sus dedos y observarlo, recordó la primera vez que había visto los inmensos vallenwoods, la noche que llegaron a Solace, agotados y asustados, con la Vara de Cristal Azul. Se le escaparon unas lágrimas que enjugó con el pañuelo de Tasslehoff.
—Gran dios Paladine, bendice estos regalos, símbolo de amor y sacrificio —dijo Elistan.